"Gigante"
Tres operaciones, cero dramas y un gallinero ilegal, Leiva se confesó en "El Hormiguero"
El artista pasó por el programa de Pablo Motos para presentar su disco “Gigante” y terminó revelando su operación de garganta, su huerto sin licencia y su vieja hipocondría
Leiva no necesita girar el micrófono para que suene la música. Basta con sentarse frente a Pablo Motos y abrir la puerta a todo lo que no se ve en sus conciertos. Este jueves, el cantante visitó “El Hormiguero” para presentar su nuevo trabajo, “Gigante”, un disco que llega con gira, ilusión renovada… y una historia de huertos, gallinas clandestinas y meses sin voz.
Sí, sin voz. Porque, como confesó sin dramatismo pero con verdad, ha sido operado tres veces de la garganta. Y la última no fue precisamente un trámite. “Tengo un problema en una cuerda vocal. Esta vez me quedé totalmente afónico. He pasado muchos meses sin voz”, explicó. Un silencio tan físico como simbólico. “Te inhabilita mucho. No puedes llamar por teléfono, ni ir a la compra. Y como cantante… hombre, no es un problema mundial, pero tampoco está nada mal”, ironizó con ese humor sobrio tan suyo.
Durante todo ese proceso de recuperación, Leiva tuvo tiempo para pensar y, sobre todo, para volver al campo. Literalmente. Vive en una casa en la sierra madrileña y allí cultiva acelgas, tomates, calabacines y calabazas, a la espera de que el cuco le diga cuándo plantar. “Hay que esperar a que suene el cuco. Eso significa que ya no hay heladas y se puede sembrar”, explicó, confirmando que su vida alterna estadios llenos con madrugones agrícolas.
¿Y si un día la música no le responde? Ya tiene plan alternativo: montar un puesto de verduras en una curva de su pueblo. “Tengo mucho excedente. Si un día todo va mal, creo que podría sobrevivir de manera austera vendiendo verduras”, contó. Incluso preguntó si podía instalar allí un mercadillo, por si acaso. Leiva no finge. Le gusta la tierra, aunque tenga que esconder gallinas porque no tiene licencia. “Las tuve furtivas, pero me avisaron de que me podía meter en un lío”, reconoció.
Pero más allá de lo agrícola, su voz es su mayor herramienta y su talón de Aquiles. Y en estos últimos tiempos ha tenido que reconstruirse por dentro y por fuera. Como si eso no fuera poco, también ha tenido que hacer las paces con algo que lleva tiempo rondándole: la hipocondría. “Estoy un poco mejor. Ya no voy dos veces por semana a urgencias”, bromeó, al recordar un episodio absurdo pero real: “Me di un golpe pequeño en la frente con la puerta de una furgoneta. Al rato noté que se me iba la cabeza hacia un lado. Pensé que tenía algo gravísimo y fui directo al hospital”.
Su sinceridad desarma. No se disfraza de estrella ni vende poses. Habla con la misma naturalidad de su nueva gira como de su afonía prolongada, de la mandarina que se come sin lavarse las manos en un videoclip o de aquel grupo, Buenas noches Rose, que le cambió la vida cuando tenía solo ocho años. “Fue el primer momento donde la música me pegó fuerte en el pecho”, recordó.
Desde entonces no ha dejado de tocar. Abandonó el instituto para estudiar percusión clásica, recorrió garitos, lideró una banda de masas, se hizo solista, llenó estadios y, ahora, se planta con su disco más ambicioso… después de uno de los años más complicados de su vida. Uno en el que casi no podía cantar, pero sí podía sembrar. Uno en el que su voz se calló, pero su raíz creció.
Por eso “Gigante” suena a algo más que música. Suena a testimonio. A resiliencia. A tierra fértil. A riesgo calculado. A decir “sigo aquí”, pero también a “podría no estar”. A alguien que sabe que la vida no siempre tiene amplificadores, pero que también puede vivirse con manos llenas de tierra y tomates sin etiquetas.