"El Juli". Julián López Escobar
De la Pasión de Cristo a la Gloria del toreo
Un poderoso Juli abre la Puerta del Príncipe en Sevilla tras cortar tres orejas
Tarde desapacible en lo climatológico ayer en La Maestranza. La amenaza de lluvia apareció desde minutos antes de comenzar el festejo, incluso cayó un aguacero a la hora de sonar clarines y timbales, pero amainó, los toreros decidieron torear y ya no apareció más la lluvia.
Las Maestranza (Sevilla). Festejo del Domingo de Resurrección. Se lidiaron toros de Garcigrande, Domingo Hernández (5º y 6º) y Parladé (1º), nobles, obedientes aunque faltos de raza. El 1º fue el más descompuesto. Lleno de «No hay billetes».
Morante de la Puebla, de verde botella y oro, estocada casi entera, descabello (pitos); estocada casi entera (silencio).
El Juli, de azul marino y oro, estocada entera (oreja con petición de la segunda); (saludos); estocada entera (dos orejas).
José María Manzanares, de gris plomo y oro, pinchazo hondo, estocada, aviso (saludos); estocada, dos pinchazos, estocada, dos avisos (silencio).
Parte médico de Niño de Leganés: «Heridas por asta en cara posterior del muslo derecho, de 10 cm y 20cm, que contusiona el nervio ciático en una extensión de 30 cm».
Tarde desapacible en lo climatológico ayer en La Maestranza. La amenaza de lluvia apareció desde minutos antes de comenzar el festejo, incluso cayó un aguacero a la hora de sonar clarines y timbales, pero amainó, los toreros decidieron torear y ya no apareció más la lluvia. La plaza se llenó y el ambiente era de tarde grande de toreo. Y éste llegó gracias a un poderoso y artista El Juli que volvía a La Maestranza como lo hacen las primeras figuras del toreo, recuperando su sitio y abriendo la Puerta del Príncipe. Manzanares no quiso quedarse atrás y Morante, con el lote menos propicio, sumó momentos de indudable belleza a la tarde, aunque de manera esporádica.
Morante intentó estirarse a la verónica ante el toro que abría la temporada en Sevilla, pero este animal no humilló, echó las manos por delante y le tropezó el capote. Desistió el torero y tras el tercio de varas y banderillas, no vio mayores opciones en el astado y optó por abreviar. Con el cuarto, el de La Puebla cuajó los mejores momentos en los lances de recibo y en el quite posterior. Ahí apareció el Morante artista, el que tiene lo que no se puede entrenar ni preparar: la naturalidad y el arte. Lo intentó con la muleta, pero ya el animal, que tuvo nobleza, se fue parando. Sólo quedaron los intentos del torero por mejorar su imagen y, en ocasiones, dejarle algún muletazo suelto de indudable belleza. Pero a su labor le faltó continuidad, ligazón, no aportada por las condiciones del toro. Al menos, buscó justificarse y acercarse al nivel que ya habían mostrado sus compañeros.
El Juli llegó muy dispuesto en su reencuentro con La Maestranza –ausente la temporada pasada por su lucha por los derechos de imagen con la empresa–, tanto es así que se fue a portagayola para recibir a su primer enemigo y luego se estiró en verónicas tan suaves como armoniosas que ya levantaron las primeras ovaciones fuertes de la tarde. Brindó al público e imprimió, tan entregado como técnico y templado, las tandas sobre la mano derecha y, en el centro del ruedo, los naturales. Se tiró, literalmente, a matar y logró una estocada entera. Sobre la merecida oreja hubo petición grande de la segunda, que no fue concedida. Sí que la consiguió, ¡y de qué manera! al quinto. El Juli llegó a Sevilla a por todas y se fue de Sevilla con toda la admiración y respeto del público. Le faltaba la segunda oreja para conseguir el objetivo y la ganó a ley, con poderío y torería. De nuevo se fue a portagayola y le sacó una larga cambiada. Con la plaza volcada, llegó la cruz del toreo, Niño de Leganés fue alcanzado por este astado a la salida del primer par de banderillas y lo mandó a la enfermería con dos cornadas.
En este clima de angustia, salió El Juli al centro del ruedo con la muleta en la mano derecha y cantó sus intenciones. Toreo largo, profundo, bajando mucho la mano, casi tocando el albero maestrante, rompiendo al toro y sacando las bondades que éste tenía. Naturales de ensueño. El madrileño tenía la Puerta del Principe. De la pasión de Cristo, Sevilla había pasado a la gloria de El Juli.
Manzanares recogió con lances llenos de suavidad y temple al primer toro de su temporada en Sevilla. Sin embargo, lo vio pronto en la faena de muleta, hasta justificar la emoción que indudablemente despierta en los tendidos. Las series tuvieron elegancia y, de nuevo, suavidad. Llevó al toro sobre ambas manos, ganándose el visto bueno del público. A su obra quizá le faltó un mayor ritmo, garra, vibración, pero lo que hizo gustó. Y mucho.
Más que mérito tuvo la faena al sexto, un animal que embistió con cierta brusquedad y no le permitió estar a gusto en los primeros compases, pero el diestro no se amilanó y le fue buscando la distancia hasta dominar a este astado. A partir de ahí, consiguió momentos de indudable belleza, tanto en el toreo al natural como en los ayudados con la diestra. Manzanares no quería quedarse atrás ni perder un gramo de la complicidad que mantiene con esta afición, que poco a poco fue entrando en su labor. Lástima que volvió a fallar con los aceros en el último de la tarde.
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