Toros
El Juli o el hambre que no cesa
Oreja de ley para el madrileño que puso la raza que faltó a un encierro sin poder de Victoriano Del Río en la Beneficencia
Oreja de ley para el madrileño que puso la raza que faltó a un encierro sin poder de Victoriano Del Río en la Beneficencia, presidida por el Rey.
Las Ventas (Madrid). Extraordinaria Corrida de Beneficencia. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés (3º), bien, aunque desigualmente presentados. El 1º, soso y sin transmisión; el 2º, sobrero de Domingo Hernández, manejable, pero perdía celo a mitad de la tanda; el 3º, con movilidad, punteó los engaños y se rajó enseguida; el 4º, con buen fondo, pero le faltaba poder; 5º y 6º, deslucidos y sin empuje. Lleno de «No hay billetes». Presidió el festejo Su Majestad El Rey Felipe VI.
Julián López «El Juli», de sangre de toro y oro, pinchazo, estocada casi entera atravesada (silencio); estocada trasera y caída (oreja).
José María Manzanares, de azul rey y oro, buena estocada, aviso (silencio); estocada casi entera caída (silencio).
Alejandro Talavante, de nazareno y oro, pinchazo, estocada desprendida (silencio); pinchazo, media (silencio).
El Juli volvía a Madrid tras el buen sabor de boca que le dejó su aislado paseíllo en feria. San Isidro en cuarentena y no por el sofocante calor. Asfixiante. Cortó una justa oreja la tarde de las confirmaciones. No le esperaron con el cuchillo tan entre los dientes como otro años y Julián respondió. También ayer. ¿El resultado? Otro trofeo. Pero, más allá de los guarismos, las sensaciones. El poso de un torero privilegiado. De enorme capacidad. Lo demostró en el mastodóntico cuarto. Un torazo de 633 kilos largo como el Titanic y ofensivo. Muy ofensivo. Enseñando las palas. De veleto, casi cornipaso. Metió al tendido, anestesiado por el horno solar, con un chicuelinas de mano baja que abrochó con una “julina” y la media abelmontada. La sesuda faena fue pura ciencia. Economía de movimientos para ligar aprovechando las inercias del toro mientras duraron. Cumbre un cambio de mano, hundidas las zapatillas. Sin enmendarse. Metía la cara el de Victoriano, pero le faltó empuje. Y Julián se incrustó entre los pitones para robarle, uno a uno, los muletazos. Con el hambre del que empieza. Arreando como un sin caballos. Titánico. Hundió el acero, caído y trasero, pero afloraron los pañuelos. Rotundos. Oreja.
Había abierto fuego un “Artillero”, bien armado, estrecho de sienes y engatillado, pero astifino desde la mazorca. Sin mucha transmisión en el percal de Julián, que dejó un templado, aunque insípido, quite por delantales. Suelto en varas y doliéndose en banderillas, su sosería se acrecentó en la muleta del madrileño. Lo intentó con mando y toques firmes, pero el animal, que pasó, nunca transmitió. Esfuerzo baldío.
El sardo segundo hizo honor a sus preciosas hechuras en los lances de recibo de Manzanares. Cuatro verónicas cadenciosas, cargando la suerte. La media, superior. Lástima que no le sobraran las fuerzas y una vuelta de campana tampoco ayudara, porque tenía muchísima calidad. Devuelto. Salió un sobrero de Domingo Hernández. A su casta en San Isidro -que le pregunten a Enrique Ponce- se aferraron las figuras. Salió algo dormido, pero empujó con franqueza, romaneando, en el primer puyazo. Lo agarró bien y resistió Chocolate. Buena vara y mejor pelea. Más desigual, empujando sólo sobre el izquierdo, la segunda. Tras brindar, como Julián, a Don Felipe, Manzanares lo sacó con torería más allá de las dos rayas. Con sabor, el trincherazo y el cambio de mano. Con ligazón, la posterior tanda en redondo. Tuvo prontitud, pero perdía celo a medida que avanzaba la tanda. Y en ese estrecho filo de la indefinición, la faena no rompió. El acople no llegó en las tandas posteriores. Lo mejor del trasteo, la estocada. En la yema. El quinto, más escurrido de carnes y algo avacado, aunque muy astifino, fue un eterno “quiero y no puedo”. Lo recibió a la verónica con armonía a compás abierto, primero, luego, a pies juntos. Tras un farol, galleó por chicuelinas al caballo con gusto. Tomaba bien los engaños el burel, pero duró muy poco. Empezó a quedarse corto, más en la cadera, después se afligió y terminó por rajarse. A menos, Manzanares no se dio más coba y, tras probarlo por ambos pitones, lo “despenó”. Silencio en ambos.
Si breve fue Manzanares, dos veces breve fue Alejandro Talavante con el sexto. No pasó de las probaturas con un castaño amplio de sienes al que, como a otros de sus hermanos, le faltó empuje. Ni una tanda. Antes, con el hierro de Toros de Cortés, sorteó al acapachado tercero que, a pesar de ser bajo y corto de manos, estaba hecho hacia arriba. Hizo sonar el estribo en el caballo y tuvo prontitud en banderillas. Mantuvo su movilidad en el comienzo de trasteo e hizo concebir esperanzas, pero la realidad era bien distinta. Siempre un violento gañafón al final del viaje. Talavante, tras dos estatuarios, repitió la fórmula de San Isidro. Muleta a la izquierda y a torear. Pronto y en la mano al natural. Resolvió el misterio en esa primera serie, pero luego, al molesto calamocheo, se sumó la apatía del toro. Se aburrió enseguida. Rajado, el de Cortés y desencantado Talavante que aceleró por la espada. El pacense, de vacío por primera vez este año en Madrid, redobló silencios. La tarde fue de El Juli. De su amor propio. Con él? venció a todo, hasta a este anticiclón de arsénico. Oxígeno de fuego. Qué calor.
Tarde de «reventón»
Su Majestad Felipe VI tomó el testigo de su fiel padre. Esperaban a Don Felipe en el quicio de la Puerta Real el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo; y la presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes. Junto a ellos, Manuel Ángel Fernández Mateo, director gerente del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad; los empresarios Simón Casas y Rafael García Garrido
-de Nautalia-; el maestro Curro Vázquez y la marquesa de Vega de Anzo. Tampoco se lo perdieron, entre otros, el ministro Juan Ignacio Zoido; el presidente del Senado, Pío García Escudero o la modelo Nieves Álvarez. Todos presentes en un tarde de clavel... marchito.
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