Bilbao
Duelo de gigantes de Ponce y Perera con tributo de Fortes
El malagueño resultó cogido de manera espeluznante y herido en una importante tarde en Bilbao
Bilbao. Quinta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Alcurrucén, bien presentados, exigentes pero con buen fondo en general. El 1º, manejable y desigual ritmo; el 2º, incierto y con profundidad en el viaje; el 3º, manejable y sale con la cara alta; el 4º, paradote; el 5º, toro bueno y encastado; y el 6º, de mal estilo hasta que saca el fondo bueno. Menos de tres cuartos de entrada.
Enrique Ponce, de grana y oro, estocada tendida, cuatro descabellos (saludos); pinchazo, estocada (saluda la cuadrilla de Fortes); estocada corta atravesada, aviso, seis descabellos (saludos).
Miguel Ángel Perera, de grosella y oro, estocada trasera (saludos); estocada (saludos); pinchazo, estocada, aviso (saludos).
Jiménez Fortes, de azul marino y oro, herido.
Parte médico de Jiménez Fortes: «Herida en cara interna del muslo izquierdo, con dos trayectorias. Ambas desgarran el músculo recto interno. Una penetra 12 centímetros, disecando la cara posterior del fémur. La otra, subcutánea ascendente hasta región del pliegue inguino-escrotal. Ninguna afecta estructuras vasculares o nerviosas de entidad». Pronóstico: «reservado».
Un descuido, perderle la cara al toro, es alto riesgo en un ruedo. Le salió carísimo a Jiménez Fortes que venía de otra cornada. No quería ausentarse de Bilbao por nada del mundo e hizo el esfuerzo toda la semana. Esas cositas que quedan en casa. El sacrificio hasta volver a vestirse el oro. De marino o negro se enfundó en Bilbao, el toro de Alcurrucén no tuvo especial maldad, manejable, sin emplearse en el último tramo del viaje, distraído. No podíamos presagiar lo que estaba por venir y mucho menos la dureza de lo que estaba a punto de ocurrir. Helados nos quedamos. Y no se pasó. Un frío atroz recorrió la plaza entera, por todos sus recovecos. Terrible cómo alcanzó el alcurrucén a Saúl por la parte de atrás, muslo alto tal vez trasero y le atravesó la pierna entera, de lado a lado. Antes de soltarlo, ya en el suelo, volvió a girar con todo su peso a cuestas. Espeluznante. Horrible. Minutos después nos llegaban noticias más esperanzadoras desde la enfermería. El toro le había dejado estar y el torero quiso. Quiso siempre, hasta que perdió la cara al toro y no le perdonó.
Después de esto, con el cuerpo revuelto y el desánimo, Miguel Ángel Perera se dejó la misma vida ante los pitones del cuarto. Salió el toro con las revoluciones justas y a nada que avanzó la faena se fue apagando la escasa llama del toro. Por el izquierdo, además protestaba. Un comino le importó. La cornada que había visto en primera persona y las condiciones del animal. Se impuso. Lo impuso todo. Se metió entre los pitones, le abrasaban la taleguilla, se pasó al toro por donde quiso.... Y ocurrió que no ocurrió nada. Que Bilbao no se enteró y, lo que es mucho peor, el presidente, ¡y vaya feria está echando!, tampoco. Cojeaba Perera, cada vez más visible desde el tendido. Mató por arriba al toro y tras la ovación se fue a la enfermería. Supimos después que llevaba un puntazo en el pie desde su primer toro.
Así, cuando saltó al ruedo el quinto, estaba de nuevo solo Enrique Ponce. Faenón del valenciano. Sin exageraciones. Fue alcurrucén de nota. El mejor. Tuvo mucha profundidad el toro e importancia en el viaje. Y precisamente eso fue la tarde: importante. Lo marcaron los toros y lo superaron los toreros. Por mucho que se silenciara (no hubo música en ninguna de las brillantes faenas de Perera, mundo de locos). Enrique Ponce, y este mes de agosto que ha firmado para los anales del toreo, consintió las incipientes irregularidades del toro y construyó una faena disparada, disparatada de toreo. Un maestro, con casi un cuarto de siglo de alternativa y sin techo... bárbaros los remates y antológico el toreo al natural por donde viajó largo el toro sin remilgos. Buen alcurrucén. Grandiosa faena que encontró esta vez sí su cruz en la espada. Sobrio, soberbio, clásico... Y auténtico. Todo en uno. Sin renuncias. Tampoco las hubo con ese primero. Le faltaba al toro un punto de continuidad. Se la dio Ponce, muleta más muleta. Cosido los pases, relajado él, sometido el toro, otra vida es posible, valeroso en el toreo fundamental y muy torero en los remates.
Fue toro largo el segundo, con mucho cuello y punto montado. Exigió en la muleta de Perera, que no le pudo hacer las cosas con más verdad ni más valor. No hubo concesión de terrenos, aquello era una lucha de poder y no era fácil. Al sexto no lo vi claro. Tan sólo el mal estilo. Perera creyó y de la fe nació el invento. Y del Alcurrucén sacó el fondo bueno, que en algún lugar lo tenía. Tragó Perera, tiró de técnica y corazón, amor propio para no desistir, fue rompiendo al toro, haciéndole, creándole... Una locura. Un portento. ¿Y qué ocurrió? Que la música tampoco sonó... Que hay tardes, como la de ayer, que marcan la diferencia entre los toreros. Importantes todos. Del primero al último. También la corrida de Alcurrucén, que tuvo muchos matices y sobre todo sacó fondo. Nos acordaremos cuando pase el tiempo, cuando nos caiga a plomo el invierno, Ponce y Perera hubieran sacado ayer agua de un pozo seco. ¡Qué barbaridad!... Un duelo de gigantes. A Fortes le tocó pagar el tributo con sangre.
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