Toros
La pureza de Ureña gana la batalla al sufrimiento
Más allá de los trofeos, uno para el murciano y otro para Ponce, tuvo una puesta en escena impecable en su reaparición
A plaza llena, a reventar, puso con un par de minutos de retraso pie Paco Ureña sobre la arena de la plaza de toros de Valencia. Llegó. Aquí y ahora. Seis meses después de aquel tremendo percance y todas las consecuencias que vinieron después. Era la vuelta de Paco a su nueva realidad, la de torear con la visión de un solo ojo, y la recuperación del hombre y del torero después de aquella tarde de septiembre en plena feria de Albacete. Valencia rompió con el torero murciano, le acompañó en el paseíllo y después, ya en el tiempo de descuento, para sacarle a saludar con todo el cariño del mundo. No era una tarde más. Era imposible ser una tarde más, porque el sufrimiento, aunque esté acordonado en la soledad de la intimidad se queda en la cara y transita por los espacios abiertos de las personas. A Paco se le huelen los momentos duros y la vida, a veces, puede ser de color de rosa. Como el vestido, bordado en oro, con el que hizo el paseo. Torero. A la espalda se echó el capote para quitar. Vertiginosos fueron los comienzos, directos al estómago, donde llega a atropellar la emoción. Milímetros del cuerpo, una vez y dos y tres. No se quitó. Confirmado quedaba: Ureña había vuelto. Y en aquella tarde de septiembre no se le había ido el valor. Le costó al segundo de Juan Pedro Domecq, que era su primero, perseguir el engaño, deslucidote el toro, pero aportó Ureña su buena voluntad en todo momento. Ureña regresó por sus fueros en el cuarto. Esa verdad que tiene tanta fuerza que conmueve sin necesidad de alardear ni transitar por los parajes de la pena. Volvió el titán capaz de torear buscando la pureza en todos los resquicios, señor de la verdad, auténtico de principio a fin, infinito en los valores, transparente delante del toro. Y eso fue lo que le faltó, un animal cómplice del momento. Humillaba el juampedro, pero no quiso empujar de verdad para poder gozar el poso de su toreo, mientras tanto disfrutamos de una puesta en escena que no dejó fisuras, porque el lenguaje de la sinceridad y la verdad, y más cuando se habla de tú a tú con el toro después de pagar caro precio, es un lenguaje universal. Iba y venía el sexto con la raza justa. La multiplicó Ureña reproduciendo los mismos cánones ante un toro que brindó a Rafaelillo. Y montó faena, aunque la espada se cruzara en su camino. Un desenlace circunstancial.
Enrique brindó a Paco e intentó buscar las vueltas al primero, que iba con lo justo. Al entrar a matar sufrió un corte en el labio. Volvió al tercero para hacerse cargo de un toro que iba y venía con poca entrega y transmisión. Ponce fue metiendo a la gente en la faena con oficio y a pesar de que la espada se le fue abajo paseó un trofeo, el primero de la tarde. Lo más vibrante de su actuación ocurrió sin duda en el quinto, el toro de más calidad y emoción. Así en las primeras tandas en las que hubo comunión entre todas las partes... Cuando cogió la izquierda se fue derrumbando progresivamente la faena y el toro.
La vuelta de Paco Ureña era mucho, lo era todo. Una vuelta de torero grande
Valencia. Séptima de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq. 1º, de poco fondo; 2º, deslucido y de poco poder; 3º, de media arrancada y escaso fondo; 4º, de media y humillada arrancada, pero corto de empuje; 5º, bueno; 6º, deslucido. Lleno.
Enrique Ponce, de azul y oro, pinchazo, estocada (silencio); estocada caída (oreja); dos metisaca, cuatro pinchazos, media (saludos).
Paco Ureña, de rosa y oro, dos pinchazos, metisaca, aviso, estocada (silencio); pinchazo, estocada arriba (oreja); pinchazo, media, aviso, descabello (saludos).
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