Toros
Máximo García Padrós: El hombre que torea la muerte en Las Ventas
Tras el reciente y accidentado San Isidro, el Cirujano Jefe de la enfermería de Las Ventas, Máximo García Padrós, hace un repaso a sus más de cinco décadas de trayectoria. Muchos toreros le deben la vida
Tras el reciente y accidentado San Isidro, el Cirujano Jefe de la enfermería de Las Ventas, Máximo García Padrós, hace un repaso a sus más de cinco décadas de trayectoria. Muchos toreros le deben la vida
Más de cinco décadas lleva Máximo García Padrós con su equipo de cirugía al frente de la enfermería de Las Ventas. 53 temporadas en las que ha atendido todo tipo de percances y ha salvado decenas y decenas de vidas. Más de 14.000 partes médicos acumula su quirófano desde 1939. En tantas tardes solo una vida no ha podido salvar, la de Campeño en 1988: «Arrancamiento de tiroides, carótida y yugulares, que llega hasta la base del cráneo. Llegó muerto a la enfermería, lo reanimamos aquí y una semana después fallecía en el hospital», recita todavía de memoria Padrós. «Hay cornadas insalvables», afirma con resignación mientras recuerda otras más recientes como la del recortador de 19 años en Castellón o la del torilero de Benavente (Zamora).
Frenético ha sido su ritmo de trabajo durante la reciente Feria de San Isidro, una quincena de partes médicos, seis cornadas graves y una muy grave, la de Román: «Ha sido un San Isidro de los duros y algunas de las cornadas han sido muy serias, no solo la de Román. Pero afortunadamente ha ido todo bien». La semana pasada recibían el alta Víctor Hugo, Pablo Aguado y Sebastián Ritter. Pero en una feria de 34 tardes y más de 641.000 espectadores, no todo son cornadas: «Hemos tenido de todo, desde un comienzo de parto o un ictus, hasta los que vienen a por una aspirina».
«Regresa a la lidia bajo su responsabilidad» rezaba el parte médico de Paco Ureña el pasado 15 de junio en la Corrida de la Cultura. Al día siguiente las radiografías confirmarían lo que los médicos sospechaban, Ureña había abierto la Puerta Grande de Las Ventas con una costilla rota: «Desde la enfermería siempre intentamos que no salgan al ruedo cuando nos parece irresponsable, pero pronto te espetan que son mayores de edad y piden el alta voluntaria. La experiencia me dice que hay que dejarles decidir, pero sin permitir que hagan tonterías».
En la plaza son todo superación, pero solo Don Máximo sabe como son los toreros cuando cambian el oro del traje de luces por el verde del pijama de hospital: «Son mejores impacientes que pacientes (se ríe). Hace poco di el alta a Sebastián Ritter, llevaba días como un tigre enjaulado. Lo primero que preguntan en cuanto entran a la enfermería es si van a poder salir a torear o cuando podrán reaparecer».
A un simple mortal le surge la duda de si los toreros realmente sienten dolor, hombres capaces de seguir en pie con huesos fracturados y músculos perforados. Padrós recurre a la ciencia: «Cuando estás en una situación de tal estrés como a la que ellos se someten generas una cantidad de endorfinas que te reduce la sensibilidad al dolor. La adrenalina funciona como una droga». A pesar de este argumento clínico el doctor confirma el dicho popular de que los toreros están hechos de otra pasta, recordando la tarde en la que Joselito Adame toreó con una fractura de peroné. Pero hasta los toreros tienen sus debilidades: «Son una pura contradicción, les asustan más las agujas de las inyecciones que los pitones de toros de 600 kilos. Muchas veces mantienen la misma vía con la que salen de la enfermería para que no les tengan que volver a pinchar en el hospital».
Tener que salir corriendo
Decenas y decenas de brindis acumula este «salvavidas» que tiene más que ganado el agradecimiento de todo el escalafón. Muchas dedicatorias y también alguna anécdota: «Como veo los toros por la televisión desde dentro de la enfermería cuando veo que se acercan a nuestro burladero tengo que salir corriendo, pero muchas veces me toca darme la vuelta al ver que se dirigía a algún futbolista», cuenta riéndose García Padrós.
14.000 partes médicos acumula la Monumental, pero podrían ser muchísimos más si las miles de imágenes de pitones rozando gargantas y enganchones o volteretas sin consecuencias, sí las tuviesen, si todo esos “uy” no quedasen en nada. «El torero vive en un constante milagro», confirma el galeno.
Más allá de las secuelas físicas que los percances pueden tener, pregunto al cirujano si hay algún otro equipo que se ocupe de aquellas secuelas que no dejan cicatriz, las psicológicas: «No me consta, pero el factor mental de alguien que es capaz de jugarse la vida delante de un toro es ya de por sí distinto y eso se ve desde la escuela taurina. Hay chavales que desde los ocho años tienen claro que quieren ser toreros. También hay otros que cuando les enseño alguna cogida “de las gordas” en la sesión anual que les imparto, se les arruga el ombligo».
Resulta fácil preguntarse qué haría alguien que vive tan de cerca la cruz del toreo si su hijo o su nieto le pronunciasen la temida frase “papá quiero ser torero”: «Pufff (suspira) no quiero ni pensarlo, pero creo que me retiraría (se ríe). Pero me sorprende mucho como ahora vienen los padres de muchos toreros a las puertas de la enfermería a preguntar por el estado de su hijo. Hace años era impensable, la mayoría de ellos no eran capaces ni de ir a la plaza. Como mucho llamaban por teléfono y el entorno del torero les tranquilizaba diciéndoles que era poca cosa, aunque hubiese sido un cornalón tremendo. Pero ahora con la cantidad de medios que hay es imposible mantener el engaño».
Muchas cosas por hacer
Los avances que el doctor Máximo García Padrós ha vivido en su profesión son incalculables, pero tal y como él mismo reconoce, «todavía quedan muchas cosas por hacer». El cirujano está muy involucrado en el futuro de su profesión a través de la Sociedad Española de Cirugía Taurina, que entre otras iniciativas han creado un postgrado de dicha especialidad en la universidad de Valencia: «La prioridad es crear el máximo número posible de cirujanos especializados en esta medicina tan particular. Pero en realidad es muy difícil contar con una plantilla que cubra todos los festejos de junio a septiembre con las irrisorias cantidades que pagan». Además, reconoce que «no todas las plazas son Las Ventas, la mayoría de los festejos se celebran en pueblos y se corren muchos kilómetros y responsabilidades. Cuando además de la corrida hay encierro por la mañana, festejos populares y suelta de vacas por la noche se convierte en una cobertura de casi 24 horas y lejos de casa. Es un trabajo muy duro». Según perece, en pocas semanas saldrá una ley que regulará estas coberturas sanitarias de festejos populares, especialmente numerosos en el Levante. «El otro objetivo con el que me conformaría es que los toreros se responsabilizasen más del tratamiento médico que reciben, especialmente cuando salen de Europa. Siempre pongo como ejemplo a los pilotos de Fórmula 1. Cuando vieron por primera vez el circuito de Jerez iban diciendo “esta curva la quitáis, aquí un helipuerto”, etc». Sin embargo, Padrós también reconoce la implicación de otros toreros como José Tomás o Fortes, que han financiado cursos y proyectos de la Sociedad. Algo que el cirujano espera que sirva de ejemplo y referencia.
A sus 76 años, garantiza sentirse muy bien y rodeado de un equipo en el que confía plenamente y que le puede cubrir en cualquier momento –de hecho, ya lo han hecho en alguna ocasión, pero solo por motivos de salud–. Entre este grupo se encuentra su hijo Máxímo García Leirado, cuyo nombre aparecía ya firmando los partes del pasado San Isidro. «Es el relevo natural y asume esta especialidad como suya. Lleva muchísimos años operando conmigo y sabe perfectamente lo que hay que hacer y lo que no en una enfermería», afirma su progenitor. Padre e hijo llevan una vida marcada por el calendario venteño: «Como dice mi mujer: “veraneamos de lunes a toros”», aunque ahora será de “viernes a toros”, ya que las novilladas de verano pasarán a ocupar dicha fecha.
Ahora, con la enfermería vacía y las batas colgadas parece mentira que encima de este quirófano pueda llegar a haber más de 23.000 personas; un oasis de serenidad en medio de una tormenta de gente, caballos y toros en la que todo puede pasar. La habitacion menos conocida de un monumento con más de 88 años de historia.
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