Toros

Las Ventas

Oreja de Espada en la despedida de Aguilar

Francisco José paseó un trofeo de un buen ejemplar de Baltasar Iban en la sexta de San Isidro

Francisco José Espada toreando al natural el primero de su lote, al que cortó una oreja
Francisco José Espada toreando al natural el primero de su lote, al que cortó una orejalarazon

Toros de Baltasar Iban, desiguales de presentación. 1º, peligroso y a menos; 2º, manejable; 3º, de buen juego; 4º, movilidad y repetición, con aspereza, de más a menos, 5º, derrotón; 6º, peligroso. Tres cuartos largos de entrada.

Alberto Aguilar, de crema y azabache, pinchazo, estocada tendida (silencio); cuatro pinchazos, cuatro descabellos, aviso (silencio)

Sergio Flores, de verde botella y oro, estocada (saludos); media estocada, descabello (silencio).

Francisco José Espada, de azul celeste y plata, estocada corta (oreja); aviso, cuatro pinchazos, metisaca, segundo aviso (silencio).

No estaba en lo previsto, en los planes, en la estructura vital de las temporadas. Cuando acaba una, se hace balance y antes de que lleguen las uvas, lejos de pensar en las vacaciones, la cabeza vuelve a diseñar la siguiente, a rezar porque salgan los números y las cuentas. A aspirar a mejores posiciones, a alcanzar los sueños que se persiguen por años aunque a veces parezcan siglos. Hay mucho sufrimiento detrás de cada historia. Lo sabe Alberto Aguilar que ha visto cómo la suya ha dado un giro antes de lo esperado y anunció, cuando todavía nos devoraba el invierno, que esta sería su última temporada en los ruedos. Es el adiós de un luchador, en el concepto más elevado de la palabra. Se va porque una lesión le obliga. Y lo ha peleado. Hasta el final. Y en silencio. Sin buscar un ápice de facilidad en ese cobijo. Alberto Aguilar es el nombre, al que hicieron saludar ayer al acabar el paseíllo, pero más allá de eso, el sistema no está a la altura en el cierre de una trayectoria que se merece mucho más, por los éxitos, la sangre derramada y la honradez que ha dejado en el camino. Su primer toro de Baltasar Iban no hizo otra cosa que recordarle la dureza de la profesión. Sin entrega ni humillación, pesaba el toro. Y menos mal que el toro se vino abajo. Otra condición tuvo el cuarto, eso sí muy complicado en los primeros tercios, pero se dejó hacer sobre todo en la primera parte de la faena, en la que tuvo movilidad y repetición. Se acopló Aguilar en los albores y según avanzaba la faena, se descompuso el toro, más áspero y también el torero madrileño. Los aceros se le volvieron el contra.

El mexicano Sergio Flores anduvo digno con un segundo, que se dejó hacer, de manejables embestidas en una muleta repleta de firmeza y seguridad. Derrotón y desagradable fue el quinto. Hizo todo lo que pudo Flores pero no contaba con mimbres.

Su primera tarde en la temporada y con poco bagaje llegó Francisco José Espada. Hubo de todo en esa faena al tercero, que fue el toro, noble y repetidor, y con más opciones de lo que llevábamos de tarde. Pero un natural, que amenazó con convertirse en circular, resultó absolutamente sublime. Alargó una faena en la que dio todo lo que tuvo y le quedó desestructurada, puede ser que por la propia necesidad de aprovechar la ocasión como fuera. La primera parte brilló por la contundencia de su toreo, hubo un vacío después y se reencontró jugándosela de nuevo en las manoletinas finales. La espada fue fulminante. Y la oreja. Se atornilló con el sexto como si le fuera la vida en ello. Y le iba. El de Baltasar no se lo puso fácil porque llegó al encuentro de soledad muy cambiante, violento y rebañando la embestida antes de acabarla. Espada puso su verdad en la manera de citar y su cuerpo al servicio del destino. No había otra. No había más. Era mucho. Cerca. En los pitones. Y daba la sensación de que en el infierno. El esfuerzo estaba hecho. Y sufrido. La no oreja de Fortes días después rabiaba. Qué plaza esta a veces.