Opinión
La letra, también con dinero entra
Los pequeños inversores particulares españoles, ante la falta de otras alternativas «seguras», optan ahora por la compra de Letras del Tesoro para proteger el valor de su dinero
Michel de Montaigne (1533-1592), considerado el creador del género literario del «ensayo» y calificado por Harold Bloom (1930-2019), en su Canon Occidental, de «el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos», percibió que «más cuesta guardar el dinero que adquirirlo». Cinco siglos después quizá puntualizaría y, en lugar de «guardar», recomendaría «mantener» el valor del dinero. Es lo que buscan los cientos o miles –tampoco multitudes, no hay que exagerar– que han hecho cola en las puertas de las sedes del Banco de España, en Madrid y por todo el país, para adquirir, de forma directa y con las comisiones mínimas, Letras del Tesoro, que ofrecían un interés alrededor del 3%, como fórmula no para hacerse ricos sino para preservar de alguna manera el valor de su dinero en tiempos de inflación desbocada.
El fenómeno ha sido llamativo, pero más desde el punto de vista sociológico que económico. Los números aclaran algunas cosas. Los datos oficiales de la Secretaría General del Tesoro son ilustrativos. En octubre de 2022 –no hay cifras más actuales– el saldo total de Letras del Tesoro en vigor era de 75.864 millones de euros. De esos, apenas 321 millones estaban en manos de personas físicas, es decir, el 0,42% del total. La cifra, no obstante, triplicaba la de octubre, cuando los particulares tenían en su poder Letras por valor de 99 millones de euros y muy lejos del máximo histórico, alcanzado en 2008, con un total de 4.730 millones de euros en Letras del Tesoro en poder de personas físicas, un 10,97% de las que había en vigor en aquel momento. Fueron los instantes previos a la Gran Recesión que inició la vertiginosa carrera descendente de los tipos de interés, que –salvo un breve periodo en la época de Jean Claude Trichet en el Banco Central Europeo– solo empezó a invertirse en la eurozona en el último trimestre de 2022, después de años con tipos de interés «cero» e incluso negativos.
Los inversores, pero sobre todo los ahorradores particulares –pequeños y medianos–, han soportado no obtener rendimientos por sus ahorros mientras la inflación también ha estado por los suelos. No percibían casi nada por su dinero, pero tampoco perdía valor. Ahora, con la inflación disparada, la verdadera hazaña era la que explicaba Montaigne, «guardar el dinero» que, en este caso, significa mantener por lo menos su valor, algo que no es ni mucho menos sencillo porque significa obtener rentabilidades razonables y, algo que es muy importante para pequeños inversores, seguras. Ha sido así como ha surgido, casi de repente, el «boom» de las Letras del Tesoro que, por otra parte, no son más –ni menos– que deuda pública a corto plazo, con la garantía estatal.
La apetencia social por la deuda pública entre algunos españoles, en volúmenes similares a los actuales, no es nueva, aunque nunca ha llamado la atención como ahora. Su relevancia económica, por otra parte, es mínima, tanto desde el punto de vista del ahorro como de la financiación pública. Los españoles, según los datos de las Cuentas Financieras del Banco de España, al final del tercer trimestre tenían activos financieros netos por valor de 1,85 billones de euros, de los que un billón eran depósitos en cuentas corrientes o similares y casi 400.000 millones estaban invertidos a través de fondos de inversión. Al mismo tiempo, la deuda pública rondaba los 1,4 billones de euros. El que en esos momentos la inversión en Letras de los particulares fuera de 321 millones resultaba insignificante. Ahora ha aumentado, es cierto, pero no deja de ser testimonial, aunque sí denota que los más advertidos y conservadores buscan mantener el valor de su dinero con una inversión, sobre todo segura, aunque menos rentable que otras opciones como la bolsa.
El nuevo interés –que no es nuevo, sino la vuelta a la normalidad– de los españoles por la deuda pública nacional tampoco supone ningún alivio para las grandes cuentas, digan lo que digan algunos forofos del Gobierno de Sánchez. España necesita colocar este año unos 230.000 millones de deuda en los mercados, entre refinanciaciones y emisiones nuevas, y el que los particulares llegaran a adquirir incluso 10.000 millones no vendría mal, pero tampoco solucionaría ningún problema. Italia, por ejemplo, es la excepción. Con una deuda pública, en porcentaje y valor absoluto, muy superior a la española, la mayor parte está en poder de sus ciudadanos. Para el Estado es una ventaja porque es deuda interna y si hay problemas los sufrirán los italianos, pero tampoco es ningún bálsamo de Fierabrás. El teórico furor actual de los españoles por las Letras del Tesoro –algo magnificado– no es más que otra demostración de lo difícil que es mantener el valor del dinero, como explicaba Montaigne.
La inflación alemana mantiene la presión sobre el Banco Central Europeo
La inflación alemana, publicada con retraso por primera vez en 40 años por un error informático, ha dado una de cal y otra de arena. La primera es que desciende al 9,2% en términos armonizados; la segunda, es que sube una décima, hasta el 8,7% interanual en enero. En la práctica mantiene la presión sobre Christine Lagarde y el Banco Central Europeo para que mantenga su actual política de subida agresiva de tipos de interés en los próximos meses y quizá durante todo este año 2023.
El Índice Báltico Seco se hunde un 65% desde finales del año pasado
El llamado Índice Báltico Seco, que elabora en Londres Baltic Exchange, se ha desplomado desde la víspera de Navidad un 65%, aunque ha tenido mínimos repuntes a finales de esta semana. El Índice mide la actividad de los fletes y suele ser una referencia de los inversores para escrutar las tendencias mundiales de la oferta y la demanda. Muchos analistas entienden que su movimiento, al alza o a la baja, puede ser un indicador clave del crecimiento económico futuro.
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