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«Alias Grace», la mujer rompecabezas

Netflix triunfa con su adaptación de la novela de Margaret Atwood. La mini-serie policiaca, cargada de misterios, se suma a la lista de producciones reivindicativas con los derechos de la mujer.

En la imagen, Sarah Gardon, actriz protagonista del filme
En la imagen, Sarah Gardon, actriz protagonista del filmelarazon

Netflix triunfa con su adaptación de la novela de Margaret Atwood. La mini-serie policiaca, cargada de misterios, se suma a la lista de producciones reivindicativas con los derechos de la mujer.

Suena casi insultante considerar 2017 como el año de Margaret Atwood teniendo en cuenta que la canadiense lleva seis décadas escribiendo. Aun así, tiene todo el sentido del mundo que en los últimos meses dos de sus libros se hayan visto convertidos en ficciones seriadas de éxito: si la multipremiada «El cuento de la criada» se asomó a un futuro posible en el que los derechos de las mujeres han sido eliminados, ahora «Alias Grace» evoca un tiempo en el que las mujeres aún no habían adquirido casi ninguno. Y por eso, en un mundo en el que los telediarios están llenos de historias de mujeres que relatan cómo hombres poderosos abusaron de ellas, las creaciones de Atwood resultan más oportunas, urgentes y atemporales que nunca.

Después de todo, Harvey Weinstein podría ser uno de los personajes de la serie que acaba de estrenar Net- flix España, en la que los hombres asumen que maltratar a las mujeres es legítimo, y que nos plantean cuestiones históricas sobre quién controla el relato: cómo a las mujeres tradicionalmente se les ha negado la potestad para contar sus propias historias, cómo sus emociones han sido hasta hace no mucho consideradas mera histeria, y cómo se han visto –y en algún caso siguen viéndose– obligadas a comunicarse de forma furtiva o codificada, a espaldas de los hombres.

Grace Marks es una mujer real que vivió en el intersticio de estas preguntas y, tal y como Atwood la rememora en su novela, atrajo a ese mismo territorio a la gente que la rodeaba. Es muy posible que esa sirvienta de origen irlandés matara a su empleador y al ama de llaves de este en el Canadá de mediados del siglo XIX. También lo es que fuera inocente a pesar de que en 1843 fue encarcelada, con solo 16 años.

Es ya en prisión, etiquetada de asesina por la opinión pública, que Alias Grace nos la presenta. Recibe la visita de un psiquiatra, el doctor Jordan, que podría contribuir a su puesta en libertad si escribe un informe positivo sobre ella, y empieza a relatar para él la larga y sombría historia del trayecto vital que condujo a los asesinatos. Para simplificar, lo que sucede después podría resumirse como una combinación de «El cuento de la criada» –cómo no–, «Downton Abbey» y una versión inversa de «El silencio de los corderos», en la que una mujer se encargaba de ir desnudando cuidadosamente, capa a capa, la mente de un psiquiatra.

La de Grace es una historia llena de trauma, tragedia y abuso al servicio de hombres –empezando por su padre, borracho y violento– que la manipulan en pos de su propio beneficio o para divertirse; de amos, carceleros y compañeros de trabajo que la desean y la acosan; de abogados que la coaccionan y periodistas que la convierten en objeto de cotilleos. En ese sentido, entre los principales intereses de Alias Grace está el modo en el que la imagen de su protagonista ha sido deformada y reapropiada. Para algunos, Grace es una chiflada calculadora y astuta que solo merece desprecio; para otros, una pobre inocente digna de compasión y misericordia. ¿Quién tiene razón?

¿Maestra del engaño?

«Tal vez le cuente mentiras», advierte la mujer al doctor en su primer encuentro, y al mismo tiempo nos está avisando a nosotros: todo es incierto. Tal y como la retrata la directora, Mary Harron, a partir del guión de Sarah Polley, Grace puede parecer víctima o conspiradora en el transcurso de una misma escena, y en función de un leve movimiento en las comisuras de los labios o un matiz en su mirada; a ratos su voz melodiosa parece ser apenas capaz de contener su rabia.

¿Está siendo incriminada por el verdadero culpable? ¿O es ella el verdadero cerebro, una maestra de la manipulación y el engaño? ¿O es la verdad todavía más compleja? ¿Qué sabe Grace realmente, o qué comprende, acerca de lo que le sucedió 15 años atrás? Alias Grace nos empuja a empatizar con ella un momento –cuando es maltratada por los guardas, encerrada en ataúdes, o sometida a degradantes insinuaciones– y sospechar de ella al siguiente, como cuando lamenta las manchas que un cadáver deja sobre una alfombra o experimenta visiones de una mujer lanzada escaleras abajo. Su versión de los acontecimientos es manoseada por su abogado, pervertida por la prensa, ignorada por los doctores y distorsionada por ella misma, para protegerse o vengarse o simplemente frustrar las expectativas de los hombres que la rodean y por supuesto también las nuestras.

Está claro que una serie que reflexiona sobre la naturaleza evasiva de la verdad especialmente relevante en una era como la nuestra en la que no solo imperan las «fake news» sino también, decíamos, el peso que damos a las historias contadas por mujeres es objeto de escrutinio. Como la de muchas mujeres de ayer y de hoy, su historia ha sido escrita por otros. Lo ha perdido todo excepto sus secretos, y es cuando empieza a descubrir la voz interior que ha sido silenciada durante la mayor parte de su vida que toma consciencia de su verdadero poder.

Por si no ha quedado claro ya: «Alias Grace» decepcionará a los aficionados a las intrigas criminales y a aquellos que traten de resolver el misterio central. Pese a que Harron y Polley mantienen viva nuestra necesidad de conocer los pormenores de los asesinatos durante los seis episodios, que la mujer sea o no culpable no es realmente lo que les importa; en última instancia, su objetivo es dejarnos con más preguntas que respuestas. Sea como sea, considerada como estudio de una piscología enmarañada, «Alias Grace» es un éxito incontestable. Justo igual que el Dr. Jordan mientras examina a su paciente, contemplando la serie nos sentiremos inseguros, desconcertados, desconfiados y hasta perdidos. Pero también, en todo momento, seducidos y fascinados.