Televisión
«El método Kominsky»: Esta próstata me está matando
Ya está disponible en Netflix la nueva comedia de Chuck Lorre que es una presunta reflexión sobre la vejez protagonizada por Michael Douglas y Alan Arkin
Ya está disponible en Netflix la nueva comedia de Chuck Lorre que es una presunta reflexión sobre la vejez protagonizada por Michael Douglas y Alan Arkin.
Al menos a primera vista, «El método Kominsky» no se parece a la clase de producto que uno espera de Chuck Lorre, un tipo que se ha hecho increíblemente rico produciendo «Dos hombres y medio», «Big Bang», y otras «sitcom» en las que todo transcurre alrededor de una sala de estar y las risas van incorporadas en la banda sonora. La nueva serie pretende ser otra cosa: una reflexión de fondo sobre el peso de los años, la pérdida y la minusvalía emocional.
Ejemplo de frustración
Sin embargo, cada uno de sus episodios está lleno de momentos empeñados en recordarnos qué le pasa a la mona cuando se viste de seda. Y en ese sentido son especialmente ilustrativos los problemas de próstata de su protagonista, Sandy Kominsky (Michael Douglas), un profesor de interpretación que en su día trató sin éxito de triunfar en Hollywood. Escena tras escena lo vemos intentando miccionar en retretes, arbustos y piscinas, permanentemente frustrado por la frecuencia con la que necesita aliviarse y por el irregular caudal que produce, y de vez en cuando la cámara se fija en su rostro compungido mientras suena de fondo el sonido entrecortado que los chorros de orina producen al chocar con el váter.
Por supuesto, ese pis no es solo pis: es una metáfora o al menos quiere serlo. Para Sandy, pensar en mear es una distracción para no tener que pensar en todo lo demás, y para no hacerse mirar el desdén que tanto él como su amigo Norman (Alan Arkin) sienten por un mundo que en realidad los sobrepasa. Y el problema de la serie es el mismo que el de ellos dos.
El método Kominsky, en otras palabras, se preocupa tanto por hacernos empatizar con Sandy y Norman que no dedica la más mínima empatía a nadie más; ni a la hija de Norman, una adicta a los opiáceos que Lorre convierte en molesta caricatura; ni a la hija de Sandy, poco más que una esposa gruñona; ni siquiera a la novia de este último, que se distingue solo por tener un divorcio a sus espaldas y un hijo sociópata. Todo el resto de personajes son esencialmente estereotipos por los que ni la pareja ni la serie misma muestran la más mínima consideración.
Por momentos, la ficción ofrece destellos de lo que podría haber sido de haber tenido una actitud más curiosa y, en consecuencia, mayor voluntad de ahondar. Arkin, en concreto, convierte a Norman en un personaje realmente complejo, un hombre derribado por el dolor pero aun así capaz de hacer chistes sobre ello. Pero, en última instancia, «El método Kominsky» está demasiado preocupada por ser una «sitcom» a pesar de todo como para mostrar verdadero interés por las agridulces circunstancias de sus personajes. Sandy y Norman están pidiendo a gritos que alguien hurgue en su psique y en su corazón, pero Lorre es incapaz de prestar atención a nada más que sus problemáticas próstatas.
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