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Hugh Grant se redime en “Un escándalo muy inglés”

El actor realiza uno de sus mejores papeles en esta serie, en la que interpreta a Jeremy Thorpe, un político homosexual juzgado por intentar asesinar a su amante.

Jeremy Thorpe (Hugh Grant) y Peter Bessell (Alex Jennings), en una escena de la ficción
Jeremy Thorpe (Hugh Grant) y Peter Bessell (Alex Jennings), en una escena de la ficciónlarazon

El actor realiza uno de sus mejores papeles en esta serie, en la que interpreta a Jeremy Thorpe, un político homosexual juzgado por intentar asesinar a su amante.

Desde los inicios de su fructifera carrera, el director Stephen Frears ha diseccionado con la precisión y la frialdad de un cirujano la evolución, o involución, de la sociedad británica. Analizó la homosexualidad interracial en «Mi hermosa lavandería» (1985) y el asesinato del dramaturgo Joe Orton a manos de su amante, un hombre desequilibrado, en «Ábrete de orejas» (1987). Décadas después mostró la imagen más austera, al tiempo que humana, de Isabel II en «The Queen», (2006) en los días posteriores al fallecimiento de Diana de Gales. En estos tiempos donde parece que un director de cine no es nadie si hace lo propio en una serie, une la represión gay y la política en «Un escándalo muy inglés» –que Paramount Network estrena hoy en abierto en España a partir de las 22:15 horas–, una miniserie que ha sido bendecida por la crítica y que fue nominada a tres Globos de Oro, ganando el correspondiente al Mejor Actor Secundario que fue a parar a manos de Ben Whishaw. Junto a Frears, el alma de la producción es Hugh Grant, uno de esos actores algo diletantes que sacan el orgullo interpretativo a pasear cuando tienen un buen papel entre manos. Y el que le ofreció Frears lo es: encarna a Jeremy Thorpe, el líder del Partido Liberal entre 1967 y 1976.

Thorpe era gay, aunque permanecía en un armario encerrado bajo siete llaves. Eso no le impidió tener relaciones clandestinas. Y una de ellas fue determinante en su carrera política, la que mantuvo con Norman Scott (Ben Whisaw), un modelo con el que el político mantuvo una relación a principios de los 60, cuando la homosexualidad era ilegal en el Reino Unido. Según declaró Grant en una entrevista a «TVshow»: «Thorpe tuvo una carrera política meteórica, porque era muy carismático y un gran orador. Sin embargo, en su vida privada era muy promiscuo». Ese calificativo le viene ni que ni al pelo a la serie. A saber: en un momento de la ficción dos varones, entre ellos el protagonista, intercambian confesiones sobre sus deseos por los jóvenes. Uno dice: «Mi esposa insiste en que ''gay'' significa feliz»; el otro le replica: «Creo que tiene razón y tengo la intención de ser feliz muchas veces en mi vida».

Humor absurdo

Sin embargo, esa plenitud se le va a complicar sobremanera. Es ahí cuando «Un escándalo muy inglés» transita por la comedia hasta llegar al absurdo –flemático, muy «britsh»– pero extremandamente disparatado, porque Thorpe hace honor a su apellido fonéticamente en castellano y es muy, muy torpe. A punto de ser nombrado primer ministro empieza la extorsión continuada y asfixiante de Scott, al que le prometió que le ayudaría en el pasado. Si no lo hace, hará pública su relación. ¿Qué hace este prohombre de estado? Contratar a un matón, que por lo que se ve en la ficción todavía estaba en prácticas, en el que Scott no fue asesinado, sí su perro. Lo siguiente fue uno de los juicios más mediáticos del Reino Unido. Aunque fue absuelto, su prestigio quedó por los suelos.

«Un escándalo muy inglés» no es un entretenimiento ligero, al contrario; es una ácida y doliente reflexión sobre la represión, el miedo y también sobre el encontronazo entre las clases sociales, porque lo que más separaba a Thorpe y Scott era sus orígenes. Si uno era atildado y exquisito en sus maneras, al menos en la esfera pública, el otro venía de un estrato social bajo además de poseer algún desequilibrio mental. Para Whisaw, en declaraciones a la publicación antes citada: «Thorpe y Scott no podían ser honestos con su sexualidad y eso les condicionó, porque estaban muy obsesionados con lo que pensarían los demás».