Comunicación
Sociedad de la desinformación
«Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». La sentencia, fuera de Lenin o de Goebbels –parece que del primero–, retrata al intelecto humano y su vulnerabilidad a las «fake news».
«Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». La sentencia, fuera de Lenin o de Goebbels –parece que del primero–, retrata al intelecto humano y su vulnerabilidad a las «fake news».
¿Vivimos, disfrutamos o padecemos la sociedad de la información o de la desinformación? ¿O son planos superpuestos que se retroalimentan ante la credulidad, ingenuidad o la rendición a ejercer como masa crítica en una comunidad asaeteada de noticias? La postverdad es un concepto cuyo origen, según la biblia documental de este siglo, wikipedia, se atribuye al bloguero David Roberts que lo utilizó en 2010. Y, sin embargo, al sagaz creador hay que atribuirle el mérito de la nomeclantura que no de lo que viene detrás, que es sencillamente la mentira como instrumento al servicio de la manipulación de un individuo o una colectividad. El engaño es también tan añejo como el hombre y la historia es en una parte significativa un sucedáneo de secuencias y estampas con el embuste como motor. O sea que, como era de esperar con toda lógica, tampoco el siglo XXI es una excepción, si bien en un mundo con la conectividad y las comunicaciones como divisas, con instrumentos tan invasivos y globales como las redes sociales, las «fake news», las noticias falsas, han encontrado el medio más adecuado para alcanzar sus objetivos manipuladores y fraudulentos. En realidad, la mentira no se reitera hoy mil veces, sino que se retuitea o se comparte en cientos de miles de ocasiones y alcanza audiencias millonarias.
La estafa, pues, tiene éxito y la trola disfrazada de certeza convence y lo hace en porcentajes notables. En España, un 57% de los ciudadanos admite haber creído alguna vez como verdadera una información falsa. Con esa incidencia, tenemos el dudoso honor de ser los europeos más vulnerables al embeleco y los quintos del mundo. Hay otro dato revelador recogido en los estudios sobre la posverdad. En 2022 consumiremos más noticias mendaces que reales. No parece que la lucha contra la desinformación y en favor de la deontología sea una prioridad, por ejemplo, de la clase política. Puede que por aquello de que quien esté libre de pecado... Pero debería. Banalizarla es un gran error, pues institucionalizar la mentira erosiona la democracia y socava el derecho a la información.
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