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Los bares de ruina en Budapest, otro triste engaño de la vida nocturna

Uno de los elementos más atractivos de la vida nocturna en la capital de Hungría son los conocidos como bares de ruinas. En ellos se entremezclan diversión, historia y moda, para regalar al visitante una noche inolvidable. Pero mucho ha cambiado en los últimos años.

Bar de ruina en Budapest.
Bar de ruina en Budapest.Skitter

¿Qué es un bar de ruina?

No hay un papel que certifique que un local sea un bar de ruina. No hay normas que lo regulen. Aunque también es comprensible. Al final esta es la intención del bar de ruina, salirse de las normas, caminar por una línea diferente al resto de locales nocturnos que puede ofrecer una capital. Tanto física como conceptualmente, son una ruina, lugares de evasión al cansino detallismo que domina nuestra sociedad, donde cada bar, tienda y restaurante contiene tal carga decorativa que parece que de un momento a otro se nos abalanzará encima para devorarnos. Aquí todo parece tirado como por olvido, las paredes pintarrajeadas con un ojo puesto en el pincel y el otro en cualquier otro lugar, bien lejos en el mundo de la ensoñación. La iluminación es escasa, nosotros mismos nos confundimos con las sombras. Dejamos de existir al convertirnos en esa enorme sombra y nos convertimos en algo más grande, semejante a un enorme espíritu de alegría y diversión, sin preocupaciones, ni miedos.

Szimpla Kert, una noche de verano.
Szimpla Kert, una noche de verano.Ignacio Garicano

Era divertido pasar una noche, o diez, en los bares de ruina en Budapest. La mayoría han sido creados durante los últimos diez años en lo que antaño era el barrio judío de la ciudad, barrio que tras la Segunda Guerra Mundial fue prácticamente abandonado por la persecución nazi a sus residentes. Y es que la población judía de Hungría fue, tras la polaca, la más castigada por las incomprensibles metas del pueblo alemán durante aquella época oscura. Cientos de miles perecieron a causa de sus indignas prácticas. Y al terminar la guerra, mientras que los franceses no tenían hogar al que regresar a causa de los bombardeos, en Hungría hubo cientos de hogares se quedaron sin familias que regresaran a ellos. Los edificios quedaron abandonados, desiertos, sin nadie que se atreviera a poner un pie dentro de ellos por miedo a despertar espíritus vengativos. Ni siquiera durante las horas del comunismo se repoblaron.

Aquí nacen los bares de ruina, en estos edificios. Unos cuantos profesionales de la vida nocturna húngara tuvieron la excelente idea de vencer los miedos y entrar en estos edificios. Una barra de bar en esta habitación, unos cuantos sofás desvencijados en esta otra... le añadieron música, unas pocas bombillas de bajo alumbrado y ¡voilá! Tenemos listo un bar de ruina. Barato en decoración.

Un bar de ruina en 2013

Se pusieron de moda inmediatamente, y esa moda ha avanzado a pasos agigantados, moldeando el concepto y perfeccionándolo. Más sillones, más habitaciones se ocuparon lentamente, hasta convertir cada uno en un pequeño centro cultural multiusos. Algunos albergan incluso teatros en su interior, muy pequeños y tan mal alumbrados como el resto de las habitaciones, y también se han añadido puestos de comida rápida. Las cosas cambian rápido en el siglo XXI, se amoldan a los intereses de la clientela. Y el turismo masificado contribuye a ello.

Los camareros, que años antes eran el alma de la fiesta y te hacían reír a carcajadas, ahora eran jóvenes cargados de tensión por la avalancha de pedidos.
Los camareros, que años antes eran el alma de la fiesta y te hacían reír a carcajadas, ahora eran jóvenes cargados de tensión por la avalancha de pedidos.Szimpla Kert

La primera vez que estuve en el Szimpla Kert, el bar de ruina más reconocido de la ciudad, fue en el año 2013, y aquello no era más que una fiesta perpetua y retumbante con música electrónica atronadora, mucha gente, mucho olor a sobaco y a humanidad perdida. Imaginen a un chavalín correteando por habitaciones abandonadas a los grafittis y los pedazos de pintura caídos por el suelo, pensando que aquella era la discoteca más extravagante posible, palpándolo todo como un mono salido del laboratorio. Había personas de todos los pelajes, desde hombres fornidos y rapados con mirada peligrosa hasta jovencitos atolondrados bailando al ritmo frenético de la música, pasando por criaturas todavía por determinar. Era un caos. Un caos delicioso e indescriptible.

Un bar de ruina en 2019

Volví hace pocos meses, en verano del 19. Y mucho había cambiado, quizás demasiado. En la entrada hacía cola una familia con niños pequeños, y yo pensé, aturdido, qué clase de padre llevaría a su tierna descendencia a semejante antro de demencia compartida. Casi me sentí tentado de gritarles que escaparan de allí. Pero conseguí resistir el impulso y esperé a entrar para conformar correctamente mi opinión. No soporto a quién opina sin haber visto anteriormente. Así que hice la cola - cosa que no ocurrió en el 2013 -, pagué al portero la entrada obligada - cosa que no hice en el 2013 - y me zambullí en el bar de ruina con los ojos bien abiertos.

¡Qué triste decepción! A los lados del pasillo que lleva a la pista de baile principal, flanqueaban el camino dos, tres, cuatro, cinco, seis pequeños bares y puestos de comida rápida muy delicadamente decorados. Llegué a contar cinco barras en el piso inferior. ¿Para qué hacen falta tantas barras?, pensé confundido. No sería hasta más tarde que descubrí que era la única manera de atender a la ingente masa de personas que bailaban en el interior. Miles. Todos muy recatados para no escandalizar a la familia con los niños. Los camareros, que años antes eran el alma de la fiesta y te hacían reír a carcajadas, ahora eran jóvenes cargados de tensión por la avalancha de pedidos y tratando con cierto desdén a todos los clientes, realmente hartos. Pedí una ginebra - una tónica con contadas gotas de un alcohol claro, más bien - y quise dar una vuelta por las extravagantes habitaciones que tanto me habían asombrado en mi visita anterior.

Decepción tras decepción, fui cruzando de una habitación a otra con el corazón aferrado al puño. Los graffiti habían desaparecido en prácticamente todas las paredes, sustituidos por pedazos de papel que colocaron fingiendo despreocupación. Y este fingir es importante. Arrebata al bar de ruina el encanto que lo hace único a los demás locales nocturnos, el de la originalidad. Su punto fuerte era el desbarajuste con que estaba colocado todo, casi a ciegas, porque realmente lo colocaron sin mirar. Ahora casi puedo ver al diseñador de interiores poniendo los sofás de forma que parezcan despreocupados. Se palpaba este cuidadoso decorado, y era incluso triste que siguiese fingiendo indiferencia. Las habitaciones que antes estaban vacías, ahora eran salas temáticas de la cerveza, o el reggae, o cualquier cosa. En una de ellas incluso encontré, como metidos en una burbuja, a una decena de jóvenes intelectuales bebiendo café latte y discutiendo a Milan Kundera. Los camareros correteaban exhaustos por otra, sirviendo hamburguesas a los niños, y los niños miraban alrededor mareados por el estruendo.

Una ruina de bar

Alguno encontrará fascinante este pequeño mundo que es cada bar de ruina, con sus pequeños países convertidos en habitaciones. Y lo es, ciertamente. Como cualquier mundo que creamos ajeno a la realidad. Pero esto ya no es un bar de ruina, pensé nostálgico. Es un bar hipster. Horror. Escándalo. Profanación de la originalidad para sumergirse en el mundo de la mediocridad, del sándwich de jamón y queso que busca desesperadamente engrosar sus ingresos. Ahora incluso está bien iluminado.

Y reinaba un triste ambiente de irresponsabilidad. Donde antes había hombres y mujeres de fiesta divirtiéndose y disfrutando de la vida, ahora había una marabunta de jovencitos emborrachándose hasta no poder más, y en la calle del bar encontré tres muchachitas inglesas vomitando sin parar en los portales. Se habían creído su papel en el bar de ruina y el papel se les había descontrolado, hasta atragantárseles los vasos de tónica con gotas de alcohol. Descubrí el engaño, terminé la copa y volví al hostal desilusionado. Aquello no era un bar de ruina, ya no. Era una ruina de bar.