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Cuenca

Regreso al turismo de interior: Cuenca, aire puro de sierra

La huida de aglomeraciones hace que destinos como la Serranía de Cuenca comiencen a contar para un nuevo turismo

La serranía de Cuenca gana posiciones como destino turístico ahora que se recomienda viajar por el interior de la península debido a la crisis sanitaria
La serranía de Cuenca gana posiciones como destino turístico ahora que se recomienda viajar por el interior de la península debido a la crisis sanitariaJavier Ruiz

«No hemos abierto antes por respeto al pueblo», dice Leo con su mascarilla de flores bajo la cual se intuye una pícara sonrisa. «La media de edad es de noventa años, apenas somos cien, y no lo veíamos oportuno por puro sentido común». Se trata de Uña, un pueblecito de la Serranía de Cuenca que siempre tuvo turistas de Madrid y Levante, pero que ahora, con la nueva normalidad que deja tras sí el coronavirus, gana enteros como refugio de viajeros selectos. En realidad, toda Castilla-La Mancha, como decía esta misma semana el Telegraph británico, para huir de la masificación de la playa y la arena con otros atractivos. La Serranía siempre ha estado ahí, Naturaleza salvaje y desnuda como pocas veces pueda mirarse, un latigazo deslumbrante de belleza primitiva. Con agua, viento, montaña, río y aire al alcance de la mano. Destellos de verde y piedra que muerde el cielo.

Leo García es natural de Cuenca, tiene treinta y cinco años y desde hace siete lleva junto a su hermana El Rincón de Uña. Siete pequeños apartamentos ubicados en lo alto del pueblo que fueron el sueño de su padre, Jesús, hace veinte años. «Siempre ha habido movimiento, pero es verdad que ahora parece que comienzan a verse caras nuevas. El fin de semana pasado se llenó rápidamente y ya hubo mucha gente. Lo único que pedimos es cierto respeto y consideración con el pueblo, su gente y el entorno». La mascarilla, fundamental, como señal de cortesía y respeto. Y luego cuidado con el entorno. «Lo he comentado con uno de los chicos del bar y nos ha alarmado la suciedad y falta de civismo que hemos visto estos últimos días. Creo que es cuestión de educación. A mí, mi padre no me tenía que decir cuando iba al campo que recogiera la basura». El nuevo turista de interior o proximidad debe aprender a convivir y cuidar su entorno.

Un entorno dolomítico, lapiaz, anterior al tiempo mismo que se abre para sorpresa del viajero al doblar la ciudad de las Casas Colgadas que esta misma semana los Reyes visitaron y donde comenzaron su luna de miel. Al envés de la joya Patrimonio de la Humanidad, se despliega como el salto de un corzo, rápida y distinta, la sierra de Cuenca. Un grupo de formaciones kársticas que dejan maravillas tan sorprendentes como la Ciudad Encantada o Las Majadas, un auténtico paisaje casi lunar tras pasar la mayor concentración de pinos jamás vista y que tiene en el Mirador o los Callejones auténticos tesoros por descubrir. Son conjuntos de piedra de más de noventa millones de años que fueron la profundidad del mar de Thetis y que la glaciación del Cretácico dejó al descubierto formando un océano profundo de roca al viento marcado por la erosión de los siglos.

Pero la Serranía ofrece también agua viva, el Júcar dentelleante que corta y desbroza la montaña a cuchillo. El río se abre paso por desfiladeros impresionantes como el que puede apreciarse desde el Ventano del Diablo. Su nombre, Júcar, hace mención a lo dulce de sus aguas, pues guarda la misma raíz indoeuropea del término azúcar. Hay zonas de baño como el embalse de la Toba, donde incluso puede practicarse el piragüismo. O el Tablazo, en Villalba de la Sierra. Un baño diferente al del mar, con escarpines para no hacerse daño en los pies, pero el mismo que nuestros padres y abuelos hicieron cuando no podían viajar.

Ana y Ezequiel son los dueños de la tienda del pueblo, donde hay de todo. Abren solo por las mañanas, menos cuando ya comienza el ajetreo del verano. Un matrimonio que también da servicio a una población que se multiplica estos días. No tienen datáfono, así que hay que venir con efectivo de la ciudad. Junto a Uña, Tragacete y Vega del Codorno, donde nace el río Cuervo; Beteta o Priego, cuyo cruce del estrecho en otoño es una experiencia agreste y plástica en mitad del rojo de los tilos. Son otros pueblos perdidos en mitad de la Serranía conquense, un canto de la piedra enfebrecido hacia el cielo. El coronavirus parece lejos de aquí, pero no hay que confiarse. «Por supuesto que esperamos a todos y todo el mundo es bienvenido. Pero con prudencia. Yo podía haber abierto con la desescalada, pero ni se me ocurrió», sentencia Leo, orgullosa heredera del sueño de su padre en la sierra.

Una serranía que es así. Mística, secreta, profunda, sorprendente.