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Marta Ortega, el enlace de la humilde millonaria
La heredera de Inditex y Carlos Torreta confirmaron ayer que se comprometieron en marzo y se casarán en octubre, en La Coruña
Conmoción nacional por el matrimonio, el próximo octubre, de la heredera de Inditex. Están pegados al frasco de las sales, no es para menos. Poco imaginó Eugenia Silva que su acaso premonitoria mediación de hace dos años –sabía lo que hacía– acabaría en boda. O eso parece tras la portada de «Corazón», que se adelantó a lo que presumen de estar investigando otras revistas del género. A buenas horas y con alardes, cuando la exclusiva llenaba la portada de dicha publicación, poniendo de los nervios al medio que siempre recompensa opíparamente este tipo de exclusivas. Los aludidos confirman, anticipan y cortan respiraciones asegurando que para finales de año la multimillonaria y rubia Marta Ortega (37), que no va de ricachona presumida, se casará con Carlos Torreta (34), hijo del diseñador. Parece que fue un flechazo fulminante, el galán abandonó su quehacer neoyorquino para dedicarse a mimar, amar, cuidar y seguir a la heredera de Amancio Ortega. Incluso demostró afición por la hípica, tan favorecida por el mayor empresario español, que comenzó de modesto dependiente en las coruñesas Camisería Gala y La gloria de las medias, donde se hizo con los entresijos de un negocio que lo transformó y enriqueció. Ahora vive en plena Ciudad Vieja coruñesa, en una casa a la que se accede por la calle Tabernas, y montó sus reales con espléndidas vistas sobre la siempre acristalada Marina, el Parrote y la plácida dársena. Es una zona prestigiosa porque en ella vivió y amó mucho Isabel II, que derretía y hasta inspiraba a Pérez Galdós, y en el histórico Lhardy de la Carrera de San Jerónimo aún conservan –y si lo pides te lo enseñan– uno de sus rígidos corsés olvidado en el frenesí carnal.
Marta es un caso único dentro de las fortunas nacionales. Mamó humildad y sencillez de su padre y también de Flora, su atractiva y consejera madre. Tuvo un primer matrimonio lamentable –y cuidado que estaba advertida de que era un pájaro de cuenta–, pero salió adelante. Aguantó hasta que conoció a Carlos Torreta, en seguida admitido por la acaudalada familia, orgullo de la industria nacional que exporta a medio mundo.
Acudí a más de un cumpleaños de la heredera. Siempre los celebraba en los soportales del Playa Club situado en pleno arenal de Riazor. Entonces la comparé con otras niñas bien no tan adineradas –no sé por qué pienso en Eugenia Martínez de Irujo– y no admiten comparación porque Marta fue una trabajadora más en la milenaria plantilla de la firma. Quiso aprender en su propia carne para así entender mejor a sus empleados. Incluso pidió ser enviada a Londres como dependienta rasa de uno de los establecimientos del súper empresario. Y aunque ahora habita en Barcelona, se casará en el pazo familiar en Anceis, municipio de Cambre, a unos ocho kilómetros de la inevitable Calle Real. Repartirá su futuro entre la ventosa pero soleada La Coruña, donde me salieron los dientes, y un ático imponente en el centro del barcelonés Paseo de Gracia, ya que su prometido dejó el distante –cualquiera en su lugar lo haría– trabajo neoyorquino para ofrecerle alma, corazón y vida, que tiene estribillo de bolero. Unos aleccionadores enamorados donde los sentimientos se imponen a todo lo demás. Ya lo titulan «el bodón del año», con lo que minimizan el aún fresco enlace londinense de Meghan Markle y el príncipe Harry, aunque a mí la boda real me parece lo más emocionante de la década.
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