Empleo

Los bosques como yacimiento de empleo

«La pesca aporta un porcentaje similar al PIB que el sector forestal, y la atención que recibe de los políticos es radicalmente diferente». «El crecimiento del empleo forestal no puede basarse en el público dado su coste, sino en oportunidades tractoras de actividad económica posterior»

Los bosques como yacimiento de empleo
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La larga y profunda crisis que ha padecido la economía española ha generado un importante daño social al conjunto de la sociedad. La legislatura que arranque de las elecciones del 26 de junio tendrá como uno de sus retos centrales la recuperación del empleo para que la incipiente recuperación llegue al conjunto de la sociedad. Ello requiere no sólo políticas macroeconómicas adecuadas, sino igualmente prestar atención a cada uno de los sectores que permitan aprovechar óptimamente las oportunidades y sortear las amenazas. Se ha venido prestando una desproporcionada atención al primer enfoque respecto al segundo y, si ciertos sectores como el agroalimentario o el turístico han amortiguado el efecto de la crisis, ha sido más por causas exógenas (turismo) o la iniciativa del sector (agroalimentario) que por el acierto de las políticas aplicadas.

No hay un sector con una base territorial tan amplia y sensible como el forestal, que actualmente cubre más del 55% de nuestro territorio. Más del 80% del territorio forestal está ubicado en las zonas más agrestes (montañas), recónditas o desfavorecidas (suelos pobres) del país. La España de hoy tiene básicamente dos modelos demográficos tremendamente polarizados: el forestal y el de las aglomeraciones urbanas. En poco más de un 10% del territorio se agolpa más del 80% de la población (costas, islas, Madrid) con densidades más propias de Asia (500 hab/km2) que incluso de amplias zonas de nuestro continente, mientras que los espacios forestales se caracterizan por densidades comparables con las áreas más despobladas del continente como Escandinavia (<10 hab./km2) y una zona de transición formada por las zonas predominantemente agrícolas en clara regresión hacia los otros dos modelos. Las áreas forestales se caracterizan por una población envejecida, lo que provoca una sangría demográfica incesante, a lo que se suma el círculo vicioso de los servicios públicos, ya de por sí muy precarios, especialmente la oferta educativa a nivel de institutos que impidien así la reposición demográfica. Por el contrario, la España hiperpoblada es muy dinámica, su estructura demográfica está más equilibrada pero adolece de muchos sobrecostes por el excesivo grado de aglomeración (vivienda, transporte, construcción de infraestructuras, etcétera).

Esta disparidad territorial es fuente de muchas tensiones, especialmente por la falta de voz y representación de los espacios forestales, cuyas aportaciones inestimables a la sociedad son tomadas por dadas y gratuitas y por la falta de elementos de chantaje disponibles. Por poner sólo un ejemplo, recordemos que nuestros cruciales recursos hídricos se generan en estas áreas. Los sueldos de los controladores aéreos son los que son no porque estén justificados, sino porque pueden parar un país.

Por ello, aprovechar todas las oportunidades de desarrollo endógeno basadas en los espacios forestales no sólo es importante por su aportación cuantitativa a la lucha contra las secuelas de la crisis, sino sobre todo desde un punto de vista cualitativo de cohesión territorial.

Actualmente, la gestión forestal genera unos 30.000 empleos anuales y la industria de la madera y de corcho supone un 8% del empleo industrial y suma 1% del PIB. Pero ésta es sólo una parte, modesta, de la aportación de estos espacios fundamentalmente por proveer de los servicios ambientales básicos para la sociedad (compensación por el cambio climático, protección del suelo, preservación de la biodiversidad, regulación del ciclo hidrológico, paisajes), aunque todavía no tengan entrada en los mercados y, por ende, en un limitado indicador como el PIB.

Si lo comparamos con la pesca, que aporta un porcentaje muy similar al PIB, observaremos la radical diferente atención política respecto al mundo forestal pese a carecer ésta de servicios ambientales como los generados por los espacios forestales. Esto sólo se puede explicar por la conflictividad potencial de la pesca por su concentración en unos pocos puertos frente a la dispersión geográfica de lo forestal, que difícilmente puede generar problemas candentes.

El crecimiento del empleo forestal no puede basarse en empleo público directo por su considerable coste y mínimo efecto multiplicador, sino en oportunidades tractoras de actividad económica posterior. Aprovechamos actualmente del orden del 40% del crecimiento de las masas forestales. Si bien aún deben capitalizarse nuestros bosques, sería del todo deseable, sobre todo por motivos de prevención de incendios, aumentar ese porcentaje al 60%, lo que aportaría un 0,3% de incremento al PIB y unos 10.000 empleos. Dado que casi todo ese volumen será para uso energético, eso permitiría reducir el equivalente de un 10% las importaciones de petróleo.

Obviamente, el destino de los bosques españoles no puede ser el abastecimiento energético únicamente, sino que a medio plazo hay que desarrollar todas las oportunidades de la bioeconomía, que en el mundo forestal son amplísimas: desde nuevos usos para el corcho, el uso prioritario de la madera en la construcción, sustitución del petróleo en la industria química, papeles inteligentes, etc. Canadá, los países escandinavos y Austria están desarrollando enormemente el potencial de los bosques como pilar de la bioeconomía en el marco de su descarbonización y España no puede perder esta oportunidad clave para el vasto territorio forestal ni meramente replicar modelos no adaptados a nuestras circunstancias. La oportunidad es liderar la bioeconomía del sur de Europa considerando que en pocas zonas del mundo los bosques han crecido tanto como en el Mediterráneo norte y que o se gestionan reduciendo considerablemente el riesgo de incendios o serán una fuente de problemas sin aportación alguna al desarrollo, convirtiéndose en un vacío demográfico. La decisión es o aprovechamos el potencial de los bosques sosteniblemente para el beneficio del conjunto de la sociedad y prioritariamente de sus moradores o los abandonamos a su suerte, como hasta la fecha han provocado la ideologizada política de espacios protegidos y el desproporcionado intervencionismo administrativo en este ámbito. Un debate que asemeja al medieval entre las órdenes contemplativas y las activas. ¿De qué lado está la historia?