Blogs

El porqué de los populismos

El porqué de los populismos
El porqué de los populismoslarazon

Coordinado por el politólogo y consultor Fran Carrillo acaba de publicarse en Ediciones Deusto una obra colectiva que lleva por título El porqué de los populismos y en la que diez grandes expertos analizan el fenómeno del populismo, tanto de derechas como de izquierdas y a ambos lados del Atlántico.

Episodios como el Brexit o la llegada al poder de Donald Trump confirman que la marea populista se ha consolidado en las sociedades occidentales. Trump, Le Pen, Erdogan, Beppe Grillo, Pablo Iglesias y tantos otros han recuperado estrategias de antaño para transformar la manera de hacer política.

A resultas de ello la sociedad se plantea cuestiones tales como: ¿cómo han llegado a convencer? ¿Por qué la opinión pública ha confiado en ellos? ¿Nuestro futuro está en los antisistema o simplemente constituyen una réplica del pasado? ¿Qué hay detrás de sus mensajes y sus propuestas? ¿Han venido para quedarse? ¿Existe un votante populista?

Este libro, escrito por diez grandes expertos de diferentes ámbitos e ideologías, pretende dotar al lector de las claves, referencias y enfoques necesarios para entender qué es lo que está ocurriendo y cuál es la causa de la deriva populista en el mundo. Con este objetivo cuenta con las colaboraciones de José Luis Villacañas, Aurora Nacarino-Brabo, Esteban Hernández, Juan M. H. Puértolas, Patrycia Centeno, Juan Ramón Rallo, Daniel Lacalle, Narciso Michavila, Federico Steinberg y el ya mencionado Fran Carrillo.

Dividido en cuatro bloques (la cuestión política, el discurso y las formas, el factor económico y qué nos deparará el futuro), la obra profundiza en los orígenes del fenómeno explicando sus raíces y los referentes históricos más próximos. Detalla, asimismo, la viabilidad de sus propuestas económicas y sus efectos para el conjunto de la población. Analiza los pormenores de su discurso y estrategia de comunicación como arma de seducción entre los votantes. Muestra la evolución estética de las ideas populistas y de sus actores en estos últimos años. Por último, analiza las razones que explican un fenómeno que amenaza con poner en jaque a las democracias liberales que venimos disfrutando desde hace décadas y de las cuales, como afirmaba Mario Vargas Llosa, el populismo es, muerto el comunismo, su principal enemigo.

A continuación reproducimos el capítulo del economista y gestor de fondos Daniel Lacalle, en el que repasa las políticas económicas del populismo y en el que señala la diferencia entre populismos: no es lo mismo ni puede equipararse el populismo de regímenes totalitarios y liberticidas -como los populismos fascistas y comunistas europeos y latinoamericanos-, que el populismo del que ocasionalmente pueden hacer gala políticos británicos o estadounidenses, en cuyos países hay una sociedad civil responsable y unas instituciones que garantizan el Estado de Derecho, más allá de las opiniones de dichos políticos.

Una vez más: ¡es la economía estúpido!

Daniel Lacalle

No nos debe sorprender que el éxito de las propuestas populistas en las elecciones europeas coincida con el fracaso de sus políticas en Venezuela, Argentina o Grecia. El populismo nunca tiene la culpa de sus errores y, al transformarse en opción política en otro país, acude inexorablemente al enemigo exterior como justificación de los desastres a los que siempre lleva a la economía. En realidad, el populismo siempre se escuda en el enemigo exterior para disfrazar sus brutales errores económicos. Porque el objetivo del populismo no es reducir la pobreza, sino beneficiarse de gestionar el asistencialismo.

Utilizar las enormes partidas para ayudas sociales o programas de empleo para crear más comités y observatorios, haciendo de los ciudadanos clientes rehenes, que dependen de dicho asistencialismo y terminan por votarles ante la falta de oportunidades por la destrucción del tejido empresarial y de las opciones de buscar otros empleos.

Y es que el populismo es, en realidad, la venganza de los mediocres. Un grupo que se autoconcede la representación del pueblo y, como tal, aunque su representación electoral sea minoritaria, todo el que no está con él va contra el pueblo. “La gente corriente”, repetían ante los medios el día en que tomaron sus asientos en el congreso. Da igual que esa “gente corriente” incluya privilegiados del sistema público o grandes fortunas. Ellos son la gente. Usted, no.

Pero el mensaje es muy atractivo porque elimina la meritocracia y el esfuerzo de la recompensa. Los votantes del populismo no solo conocen los viajes a Venezuela, las conexiones con el chavismo o con Irán y la simpatía con los defensores del terrorismo. Es que les parece estupendamente, sobre todo ante dos ideas enfrentadas.

- No podemos estar peor. Una clara falacia que se ha demostrado en Grecia, Venezuela, Argentina etc.

- Van a acabar con la corrupción y dar trabajo a todos.

¿No les parece como mínimo sospechoso que alguien que se intenta presentar ante sus votantes como el partido “anti-corrupción” acepte, asesore y defienda al décimo régimen más corrupto del mundo según Transparency International?

¿No es extraño que quién ofrece empleo garantizado y altos sueldos para todos haya conseguido, cuando ha asesorado a gobiernos, pobreza, escasez, desempleo y el salario mínimo más bajo del mundo después de Cuba?

¿No les parece curioso que un grupo de intelectuales que nunca ha creado una empresa industrial y empleo sepa exactamente cómo deben invertir los sectores productivos, en qué sectores y con qué márgenes?

Pero ofrecen empleo público. Eso sí que es bueno. Y olvidamos que para que exista el sector público hace falta un pequeño detalle: ingresos del sector privado. Y olvidamos que el sector público debe ser servicio, y facilitar el crecimiento y la creación de empleo. Ya lo decía Bastiat, ”aquel que pretende vivir del estado olvida que el estado vive de todos los demás”.

“Si aquí hay miseria, miseria para todos” decía un pescador en Cádiz. Y desafortunadamente esa es la igualdad tan deseada por los populistas, igualar a la baja. No se trata de dar las condiciones para que haya más riqueza y se creen más empresas, porque eso es el enemigo. Un individuo o colectivo que no depende del estado y es libre económicamente y socialmente es peligroso para el populismo porque es fuerte y sabe que no le necesita.

¿Saben esto sus votantes? Sí. Pero el populismo acude a los instintos primarios de la envidia, el rencor y la división. No se trata de que estemos todos mejor, no se trata de unir en un proyecto común, sino de relegar al ostracismo y al escarnio a aquellos que no acepten todo lo que los populistas hacen.

La perversión del lenguaje es esencial para los objetivos populistas. Todo lo que ellos proponen es “social”, “verde”, por el pueblo y, por lo tanto, con buena intención. Y partiendo de esa buena intención, nadie se puede equivocar. Si sus políticas llevan a la pobreza y el estancamiento, la culpa, obviamente, solo puede ser de otro, del demonio extranjero, de la burguesía, de los bancos o de alguna conspiración.

El populista nunca tiene la culpa de sus errores porque tenía en mente el bienestar común, y por lo tanto la culpabilidad recae en otro. Adicionalmente, cuando destruyen las leyes más básicas del funcionamiento económico, la responsabilidad, por supuesto, es de los mercados.

Cuando se dispara la inflación por políticas monetarias suicidas, la culpa es de los comerciantes que suben los precios. Un economista español me decía en twitter “la decisión de subir los precios es de las empresas porque buscan mantener beneficios”. Nunca es culpa del que destruye el valor de la moneda.

Cuando se hunde el acceso a los mercados porque se amenaza con hacer impago, la culpa es de los bancos que no prestan. Un asesor de Varoufakis, en Grecia, me decía en televisión que el corralito había sido una imposición del banco central europeo que se negó a seguir dando liquidez a Grecia cuando anunció que iba a hacer impago de sus ideas. Te presto, no me pagas, pero te tengo que prestar más, y barato.

¿Son los populistas malvados que quieren que su pueblo sufra? No. Un grave error de los analistas es pensar que son locos o malvados. Olvidamos que el objetivo esencial es que el estado tome el control de los medios de producción. Sabiendo que eso es imposible en un mundo globalizado desde la expropiación -al menos no total-, saben que la mejor manera de llegar a ello es a través de la crisis económica. El estado pone las trabas al sector privado hasta que éste último simplemente no puede funcionar adecuadamente, y el estado se presenta como salvador. En realidad es una política que se parece mucho a la del maltratador. “Sin mí no puedes”. Esa persona piensa que está haciendo lo mejor, pero para ello necesita anular la voluntad del individuo.

Si necesitamos que todos los medios de producción y financieros sean propiedad y estén al servicio incondicional del estado, es mucho más fácil entender por qué se imponen políticas que llevan a corto plazo al desastre económico. Por un supuesto “bien superior” que vendrá a largo plazo. El pueblo, por lo tanto, debe plegarse y aceptar las consecuencias, por duras que sean, de llevar a cabo el proceso de absorción de todos los medios de producción. Aunque sea hambre.

Por ello no podemos pensar que son locos. La propaganda es esencial. Allende en Chile ya comentaba que la prensa debía ser un instrumento de la revolución. Cuando se tiene un objetivo claro, incuestionable, de poder absoluto del estado populista, la propaganda es el medio que justifica todos los errores y permite ir alcanzando nuevas metas hasta el control total.

El hecho de que los profesores de historia pasen por estos episodios de colectivismo populista con miedo, incluso con benevolencia, en sus clases, es el caldo de cultivo para que, poco a poco, las generaciones venideras achaquen todos los problemas y maldades al capitalismo, incluso aquellos que han hecho fracasar a los populistas.

Recuerdo una discusión con un líder de Podemos en la cual él comentaba, cuando le explicaba que sus propuestas eran inviables, que “la política y la democracia deciden lo que se debe hacer, luego le toca a los técnicos analizar cómo se puede hacer”. Es decir, el líder populista decide y, si no funciona, es un problema de incompetencia de los técnicos. Se trata del caso más claro de fe en el estado que sobrepasa a la religiosa. Porque la fe religiosa está sustentada en el individuo, en su relación de convivencia con los demás, pero la fé en el estado populista parte de la premisa de la infalibilidad y todo lo que no lo demuestre o es un ente enemigo o es un error externo.

En España, como si a nadie le importara la realidad, las matemáticas o la estadística, los populistas se lanzan a prometer enormes planes de gasto con nuestro dinero y piensan financiar esa generosidad con el dinero de los demás a través de los dos mantras favoritos del despilfarrador burocrático. Los “impuestos a los ricos” y el “fraude fiscal”. Gran novedad. No se le ha ocurrido a nadie.

¡Que paguen los ricos!

Los “impuestos a los ricos” es el timo más recurrente en el discurso del populista. En España hay menos de 4.700 contribuyentes que ganen más de 600.000 euros al año. No precisamente “grandes fortunas”, y suponen 2.561 millones de euros de recaudación. Ni duplicando el esfuerzo fiscal -suponiendo que el incremento de ingresos fuera lineal, y no lo es- se consigue financiar una fracción de los espejismos de gasto de los populistas e intervencionistas.

Pero es que en España los especialistas en redistribuir la nada llaman “los ricos” a los que ganan más de 60.000 euros año. Estamos hablando, incluidos los 4.700 anteriores, de menos de 615.000 contribuyentes que aportan 22.000 millones a las arcas del estado, más del 32% del total ingresado por IRPF. De nuevo, aumentando los tipos marginales en la cantidad propuesta por Unidos Podemos no llegas ni de lejos a las cifras que dicen que van a conseguir.

En España las 200 mayores fortunas tienen un patrimonio neto de 205.609 millones de euros. Pero la cifra tiene truco. Ni un tercio de ese patrimonio está concentrado en nuestro país y la gran parte pertenece a sociedades que han generado pérdidas en 2015. Además, ese supuesto aumento por patrimonio no se recauda todos los años, es una sola vez.

La recaudación por impuesto de patrimonio no supera los 1.500 millones y el PSOE, por ejemplo, piensa que va a recaudar casi tres veces y media más de lo que se consiguió en el pico de la burbuja, subiendo impuestos. El impuesto de sucesiones es injusto, porque grava cosas que han tributado varias veces anteriormente, desincentiva el ahorro y la principal fuente de transmisión de riqueza en la clase media, el piso de padres a hijos. Encima, es fiscalmente desastroso. A pesar de la carga fiscal, que en algunos casos llega al 86%, recauda solo 2.000 millones, y hace a la economía más frágil al desincentivar la inversión y la compra-venta en el país. No recauda y espanta la entrada de capital. Un impuesto para “fastidiar”.

Las promesas de los impuestos a “los ricos” se convierten en realidades de impuestos a todos.

El que piense que 615.000 personas van a sufragar 60.000 millones de euros de gastos tiene un problema de fe en la magia y de matemáticas. Aún más, si piensan que 4.600 “grandes fortunas” van a sufragar las decenas de miles de millones que prometen los aristócratas del gasto público, sepan que lo van a pagar ustedes.

Yo he vivido en muchos países y jamás me he encontrado estimaciones tan ridículas por futuros impuestos.

Pero la más ridícula es que casi todos los partidos fíen su objetivo de consecución del déficit acordado con Bruselas a la “lucha contra el fraude”. Primero, porque es un concepto que debemos considerar como ingreso extraordinario, si se consigue, no como base. En España jamás se ha conseguido una cifra por este concepto superior a 15.600 millones de euros, récord alcanzado el año pasado.

Pero debemos entender que esa cifra no es extrapolable a todos los años. Una gran parte es un ingreso de una sola vez. Los propios Inspectores de Hacienda han alertado sobre estimaciones optimistas por recaudación de impuestos, y el BCE y la Universidad de Lisboa cifran la media de error en las estimaciones de ingresos fiscales por impuestos en un 1% a 1,4% del PIB.

Por tanto, lo que debería alertar a cualquier ciudadano es que el 80% de los programas económicos basen la reducción del déficit -ni siquiera asumen cuadrar las cuentas, que reducir el déficit es seguir aumentando la deuda- vía conceptos y cantidades estimadas de manera totalmente optimista.

El programa de Unidos Podemos es semejante a un catálogo de almacén de muebles: parece gratis pero lo pagas, parece que te lo van a dar todo, pero lo acabas haciendo todo tú, y parece que vas a ahorrar, pero terminas gastando mucho más de lo que esperabas.

El programa económico de un partido populista de izquierdas siempre es igual.- Prometer un gasto eternamente creciente acudiendo a unos ingresos de ficción o al mantra del inflacionismo. El de Unidos Podemos está copiado casi en su totalidad de Syriza en Grecia y sus estimaciones de crecimiento asiático. Seguro que crecemos un 3,5% aplicando las medidas que han hundido aún más la economía griega.

Fían toda la financiación del monumental aumento de gasto político –“en línea con el aumento de 2000 a 2007” dicen, como si la época de burbuja fuese algo a emular- a un crecimiento del PIB por “multiplicador del gasto” que se ha demostrado que es casi nulo y hasta negativo en economías endeudadas y abiertas como la española y a los mencionados unicornios del fraude fiscal y los impuestos a las grandes fortunas. Y lo que esconden es un enorme aumento de cargas indirectos -bajo el subterfugio “verde” y “social” en este país cuela todo- que pagamos todos, y la mayor subida de impuestos y endeudamiento de la historia. Y con ello, sabiendo que las estimaciones de ingresos son pura ficción, España volvería a niveles de déficit como los que nos pusieron al borde de la quiebra, pero con un 30% más de deuda como mínimo, y justo cuando el BCE haya más que sobrepasado el periodo de estímulos, Es decir, nos manda a un shock de deuda seguro. No hace falta irse a otros países, donde han estado un año gobernando, suben impuestos a todos, paralizan inversiones y encima incumplen el déficit gastando mucho y mal.

Dos y dos nunca suman veintidós. Nos están tomando el pelo con el aplauso de muchos y la sonrisa del que no va a pagar el expolio. Y luego le echarán la culpa a otro. Los ciudadanos debemos dejar de pensar en los partidos y los políticos como los Reyes Magos que nos van a dar un regalo quitándoselo a otro. La base de una sociedad próspera es que los ciudadanos y las administraciones aporten y apoyen el crecimiento.

Endeudarse y hacer impago

Por supuesto, cuando las cuentas se hacen insostenibles y la deuda se dispara, el populista echa la culpa de todo a su viejo amigo el enemigo exterior, los bancos, Merkel o el FMI, y proclama la bondad y necesidad del impago.

Primero endeudarse y gastar hasta la extenuación y luego no pagar. Maravillosos.

Siempre que los populistas hablan de impago-reestructuración, etc., lo venden como si se pudiese hacer default y, a la vez, gastar más y, por supuesto, barato. Una idiotez.

Según el estudio de 275 casos de impago de los profesores Boreinstein, Panizza y Levi-Yeyati, las consecuencias son:

– Un impacto negativo en el crecimiento del país de un 0,6% a un 1,2% mínimo.

– Un desplome del crédito concedido, al perder la confianza internacional, del 40% de media.

– Caída del comercio exterior del país del 8% de media.

– Quiebra generalizada de pymes porque se seca el crédito. La pérdida de acceso a los mercados internacionales es inmediata y no solo el Estado, sino las empresas, encuentran costes más caros, plazos más cortos... si hallan financiación.

En el momento que un país comete impago, las huchas de la Seguridad Social y pensiones quiebran.

El 90% de la hucha de la Seguridad Social y de las pensiones españolas o griegas está invertido en deuda soberana. En el momento en el que un país hace impago, quiebran ambas. Y no se puede ‘desligar’ el impago a ‘sólo los extranjeros’ o ‘todos menos la SS y las pensiones’.

Primero, los pleitos internacionales contra el país se sucederían. El “default técnico” llevaría, como ha ocurrido en todos los países que lo han hecho, a hundir su capacidad crediticia privada y estatal.

Los “recortes” que tanto odian serían inmediatos y reales porque el país no tendría acceso a financiar el déficit y los ingresos fiscales caerían una media del 10%.

Eso sí, ahora hablan de “impago selectivo”, que es hundir la seguridad jurídica igual, autoconcederse la decisión de quién impaga y quién no y, además, no genera ninguna confianza. Es como decirle a alguien que le vas a pegar medio puñetazo.

Pero incluso si “solo hacen impago al FMI”...

Fíjense en la lista de países que han hecho impago al FMI. Sierra Leona, Zimbabue, Cuba, Somalia... Todos han visto más sufrimiento y dificultades para familias y empresas tras sus impagos y un periodo prolongado de entre siete y ocho años hasta empezar a ver la luz tras el default.

¡Pero seremos libres!

Recordemos a Ecuador, donde Correa hizo impago de 3.200 millones de dólares para acabar dependiendo de China a un coste muy superior (7,5%) a menor plazo (8 años). Y Ecuador tiene petróleo... Bueno, lo tiene ahora China.

O Argentina, donde en 2005 Kirchner rechazó al FMI para entregarse a préstamos de Venezuela al doble de interés.

O Islandia, un país más pequeño que Bilbao. Siempre recomiendo leer “Qué es lo que realmente ocurre en Islandia, (porque estoy harto de que difundan mentiras)” –”What is actually going on in Iceland (because I´m tired of you people spreading untruths)”–.

En dicho artículo, se explica el papel dominante que sigue ejerciendo localmente el Fondo Monetario Internacional, cuyas recomendaciones han sido implantadas completamente y prueban que Islandia es un país intervenido. Otra falsedad es la idea de que Islandia no rescató a los bancos. Les inyectó, sólo a sus nuevos bancos nacionales, alrededor de 0,27 billones de coronas, casi el 20% del PIB del país.

Pero la crítica más furibunda se produce cuando aborda la cuestión de la falsa condonación de las deudas a los ciudadanos locales. Porque no fue cierta.

Impago. ¡La culpa es del que me prestó por fiarse! Magnífico. Pues gracias por decir que no es usted fiable y sus propias estimaciones de solvencia eran falsas. Y no te prestan más. Adiós credibilidad y acceso a mercados.

En cualquier caso, lo veamos como lo veamos, lo que no ha existido NUNCA es el cuento que nos venden los aprendices de brujo totalitarios disfrazados de ángeles sociales: impago y mayor gasto público real. Nunca.

La Arcadia feliz de un país que no cumple sus compromisos pero puede gastar más es un unicornio que se convierte en pesadilla cuando se desploma la recaudación por falta de acceso a mercados... aunque se dedique a imprimir una moneda que nadie quiere, ya que sólo crea hiperinflación y corralitos cada vez que las reservas de divisas se vacían.

Y ya es para caerse de risa hablar de impago y aumentar el límite de déficit. ¿Quién va a financiar ese déficit? Por supuesto que existen reestructuraciones de deuda en muchos países y sectores privados. Pero NINGUNA supone reestructurar y gastar más. Ni mucho menos endeudarse más.

Al final, las soluciones mágicas salen muy caras y a lo que se pretende ayudar es lo que más sufre. Las familias y clases bajas.

El impago no tiene nada de social. Es la constatación mundial de que no somos fiables. Y eso se paga. Siempre.

El inflacionismo

Maduro, Kirchner, Allende. No es una casualidad que los economistas que apoyan a los populistas de izquierda sean todos inflacionistas. La fascinación por crear moneda y solventar todos los problemas imprimiendo más es parte de una teoría económica que ignora la productividad, lo que es el dinero y pretende hacer creer a los ciudadanos que la prosperidad se crea imprimiendo papelitos. Si devaluar e inflacionar fueran la panacea, Venezuela y Argentina serían los países líderes del mundo.

¿Qué hacemos? ¡Imprimir!

Cuando Néstor Kirchner asumió el poder, el dólar no llegaba a los tres pesos. Hoy es cercano a 9,10 (el oficial, el real es casi 13). Sólo unas pocas monedas han perdido más valor que el peso argentino entre 2003 y 2015: las de Guinea, Venezuela, Bielorrusia, Seychelles y Congo. Argentina ocupa el sexto lugar en cuanto a destrucción monetaria, seguido de Etiopía. Empobrecimiento de todos. ¡Y tiene petróleo!

Si existe una excusa a la que muchos acuden cuando sus propuestas fracasan estrepitosamente esa es la de culpar de los errores a factores externos. Los mercados o los malvados empresarios, o el Estado se convierten en la cabeza de turco única y perfecta cuando la impoluta teoría, por el bien de ustedes, no funciona. La supuesta buena voluntad del populista lo justifica todo. El populismo se nutre en sus delirantes propuestas económicas y monetarias de una “nueva” escuela. Y digo nueva con ironía porque es la más antigua de la historia, crear dinero de la nada para financiar “al pueblo”. Siendo “el pueblo”, por supuesto, el gobierno -solo si gobiernan ellos, claro-. Lo llaman la Teoría Moderna Monetaria y no es más que exactamente lo mismo que se ha hecho toda la vida desde los Assignats franceses a Kiciloff en Argentina o Maduro en Venezuela. Y con el mismo resultado. Exceso de inflación, destrucción de confianza, culpar a “los comerciantes” y quiebra.

Primero, debemos entender qué es el dinero y por qué “crearlo” de manera agresiva destruye más de lo que aparentemente mejora. Es un medio de cambio y pago que debe ser de aceptación generalizada. Si los ciudadanos pierden confianza en su valor como medio por la eterna manipulación, desaparece como medio de cambio, depósito de valor y unidad de cuenta. Y esa confianza no la decide un comité o un gobierno desde la imposición. El dinero en su función de medio de cambio facilita el intercambio, o sea, evita el trueque. Cuando su valor está cuestionado, cuando pierde esa “reserva” que tanto monitorizan los países líderes -que además tienen la mayor balanza financiera precisamente para cimentar su posición-, se destruye la economía yendo de crisis en crisis que cada vez son más rápidas y violentas, aumentando la fragilidad y desde la estanflación o la enorme inflación. La inflación siempre es un proceso monetario, es el síntoma de un desequilibrio brutal.

El dinero, cuando se crea desde la expansión de crédito artificial también se destruye -una grave crisis financiera, impagos, caídas de los activos reales- al basarse en expectativas injustificadas. Que esa creación artificial sea a través de crédito a estados, a personas o empresas es igual. Si se genera distorsión por asignación ineficiente de capital, el efecto es el mismo. Por eso la pretensión de aplicar la misma política monetaria, pero en vez de usar el mecanismo de transmisión bancaria, se entregue directamente al estado para financiar elefantes blancos es lo mismo que una burbuja. Solo que, como estamos viendo en China, Argentina o Brasil, salta de manera más agresiva. El efecto embudo de años de desequilibrios propiciados desde el poder político luego no se puede “controlar” desde el mismo.

Vean Argentina, con una inflación de 350% desde 2008 desde la política “inclusiva” de crear dinero para pagar “empleo e inversión pública”. Un aumento de la masa monetaria del 30% medio anual. La principal lección que podemos aprender de Argentina es que la política de imprimir, inflacionar y recurrir al gasto público acaba por ser la menos social de todas. Lo llaman “modelo social inclusivo” y solo consigue estancamiento, inflación y aumento de pobreza. Y el aislamiento internacional con la pérdida de confianza inversora. La política de imprimir, inflacionar y recurrir al gasto público acaba por ser la menos social de todas.

Entre 2008 y 2014 la inflación oficial fue del 106,7% pero la analizada por el congreso y analistas independientes era del 354,6%. El empleo público se disparó de 2.387.000 a 4.232.818 entre 2003 y 2014. Casi el 27% de la fuerza laboral. Más del doble de funcionarios que sector privado en variación neta según OJF e INDEC. Un sector privado ahogado a impuestos, donde llegaron hasta el 62% de los ingresos de una familia asalariada y donde sufrían la presión fiscal más alta de Latinoamérica, la intervención en precios -que no evitó la elevada inflación- el control de capitales y la falta de divisas para pagar a sus suministradores. Con la destrucción de lo que era un sector privado atractivo, el desaliento de una población educada y de alto nivel de conocimientos, la posición financiera se deterioró inexorablemente mientras la inflación creada por una política monetaria terrorífica empobrecía a todos.

¡Imprimir! La base monetaria crecía al 37,1% interanual en 2015 y una media del 20% desde la llegada del populismo ... Y las exportaciones en millones de dólares, a pesar de ser un país rico en materias primas, eran menores que en Chile, Mèxico, Uruguay o Paraguay. Sin embargo el crecimiento de la economía desde 2008 sólo mostraba estanflación. Estancamiento con altísima inflación. La actividad económica muy por debajo de la inflación año tras año. Y la pobreza, imprimiendo y con lo que llaman el “modelo social inclusivo”... Se disparó al 28,7%. Según la Fundación Mediterránea el desempleo era más del doble de las cifras oficiales. La tasa de participación laboral se situaba en el 45,2%. Es decir, muy por debajo de España a pesar de un nivel de “paro oficial” ópticamente bajo.

El caso del Chile de Allende, reverenciado por el populismo internacional actualmente, es paradigmático. Gracias a Guillermo Sánchez por sus referencias en “El Mito del Bloqueo Invisible a Allende”, 11 sept 2015. Cito textualmente:

“Los déficits de Allende eran brutales. En porcentaje del PIB fueron 6,69 % en 1970, 15,28 % en 1971, 24,53 % en 1972 y 30,48 % en 1973. Una monstruosidad no vista ni en petroestados sin deuda durante la crisis del precio del petróleo. ¿Por qué hubo tal crecimiento del déficit? Por el aumento desorbitado de salarios y seguridad social. Ese era el plan populista de Allende: subir salarios nominales enormemente mientras se aplicaban controles de precios sobre los bienes. De los gastos corrientes del Estado, los salarios y la seguridad social, que ya representaban una parte importante, crecieron de 15,83 % a 19,54 % y de 8,60 % a 11,87 % respectivamente entre 1970 y 1971 como porcentaje del PIB. ¿Cómo se financió ese agujero fiscal? Casi la totalidad con impresión de billetes. La emisión monetaria para financiar el déficit o “financiación interna neta” fue, en porcentaje del PIB, 6,60 % en 1970, 13,61 % en 1971, 22,71 % en 1972 y 30,40 % en 1973“

Por supuesto, la escasez de alimentos y la hiperinflación, que llegó a superar el 600% destruyeron a los que supuestamente pretendían proteger. La clase trabajadora vio su renta disponible y poder adquisitivo desplomarse y el hambre se apoderó de Chile. No necesitaron a la CIA para destruir la economía. Lo hicieron solos, imprimiendo sin control.

¿Qué hizo el populismo? Repetir. Argentina, Venezuela ... “Esta vez es diferente” El populismo que se quiere implementar a través de Podemos o Syriza ha demostrado tres cosas cuando ha gobernado:

a) Cuando unos dicen que las cosas no pueden ir peor, ellos consiguen empeorarlas a niveles extremos.

b) Siempre echan la culpa de su incompetencia al enemigo exterior para mantener a la población rehén.

c) Una vez asentados en el poder, secuestran las instituciones para perpetuarse sea cual sea la voluntad popular.

En Venezuela se sufre el efecto devastador de ese “no, yo no creo”, ese “no somos como Cuba” que encumbró a Chávez diciendo que era socialdemócrata y pro-mercado. Venezuela es hoy un estado en ruinas, y no porque haya caído el petróleo -no olvidemos que México o Perú crecen a pesar de la caída del crudo-, sino por la deplorable gestión que ha creado pobreza, desabastecimiento e hiperinflación. En 2015 Venezuela es el país con la inflación más alta del mundo y el Fondo Monetario Internacional estima que la economía venezolana será la que más decrezca a nivel global.

La receta populista que contó con el aplauso y asesoría de los líderes de Podemos, que consideraban a Venezuela un ejemplo para España, ha resultado ser uno de los fracasos más sonados de las políticas económicas del mundo.

Imprimir una moneda sin control para pagar un gasto clientelar desorbitado ha llevado la inflación estimada a alcanzar el 300%. Pero si usamos el índice de pérdida de poder adquisitivo de Hanke es del 615%. La pobreza ya alcanza al 55% de la población, el desabastecimiento es del 89% y el salario mínimo es menos de $12 al mes, uno de los más bajos del mundo después de Cuba.

Lo peor de la política monetaria salvaje de devaluar y generar inflación es que además Venezuela ha dilapidado una década de altos precios del petróleo y su enorme riqueza con el intervencionismo más brutal. Se han expropiado más de 1500 empresas y el 90% de ellas están en pérdidas, han quebrado o no producen ni un 50% de lo que hacían antes de la intervención. El chavismo no solo no ha reducido la dependencia del petróleo sino que desde su llegada ha hundido los sectores industriales y exportadores y, además, han convertido a la petrolera estatal en una de las más ineficientes del planeta y de las pocas deficitarias, extrayendo más de 12.000 millones de dólares anuales de la misma para subvenciones políticas.

Lo más insultante es que los defensores del régimen chavista hablan de “reducción de la desigualdad” como hazaña... Claro, haciendo pobres a todos se aumenta la igualdad. Igualdad en la miseria. Aún más alucinante es culpar “a EEUU”, que es el principal socio comercial de Venezuela. Ni siquiera la creciente participación de China en la economía venezolana ha reemplazado al poder de compra de Estados Unidos. Venezuela es además el tercer socio comercial de Estados Unidos en América Latina -después de México y Brasil-, según la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos.

Y es que Venezuela, bajo el chavismo, a pesar de más de una década de precios de crudo altos, ha empeorado en productividad, en diversificación de la economía, en renta salarial real, reservas de divisas y crecimiento comparado con cualquiera de sus socios de la OPEP -incluido Irán- y si analizamos el crecimiento y reducción de pobreza desde la llegada de Chávez y con Maduro, otros países como Chile, Perú o Colombia han conseguido cotas mucho mayores de bienestar para la población. Venezuela es, además, uno de los quince países más corruptos del mundo según Transparency International 2016. Lo peor de llevar a cabo estas políticas es que dejan una economía tan dañada que es casi imposible revertirlas rápidamente. Los años perdidos no se recuperan fácilmente.

La falacia ganadora: “la creación de dinero no tiene por qué crear inflación”

En el mundo, desde 2009, se ha aumentado la masa monetaria desde los bancos centrales de manera desproporcionada. Más de 600 bajadas de tipos y 19 billones de dólares de estímulos monetarios no solo han llevado a la inflación subyacente a crecer. Es que se ha creado dinero que ha ido fundamentalmente a financiar estados deficitarios y sectores endeudados. Eso ha creado inflación, además de en precios, en los activos financieros. La inflación no es solo el IPC. Se crea inflación allá donde va el dinero. El efecto inflacionista es evidente en los activos financieros, con los bonos soberanos a tipos jamás visto en la serie histórica y los bonos de alto riesgo cotizando con rentabilidades exigidas a mínimos de 38 años.

Pero el deseo de pensar que hacer dinero de la nada “crea riqueza” y no tiene consecuencias es simplemente un prejuicio pseudo-religioso, no una realidad. Cualquier análisis de creación de masa monetaria e inflación muestra que el efecto es evidente y que siempre se salda con una crisis financiera, mayor inflación y mayor desempleo. El “efecto placebo”, la ilusión de crecimiento que crea a corto plazo el gas de la risa monetario, salta con una crisis mayor en poco tiempo.

Lo que los inflacionistas socialistas de la MMT (Modern Monetary Theory) olvidan -a sabiendas- es la saturación de deuda y el impacto de la continuada creación de dinero en la velocidad del mismo -que mide la actividad económica-. Crear dinero para subvencionar a estados hipertrofiados o perpetuar la mala asignación de capital de los agentes privados es lo mismo. Una unidad adicional de endeudamiento no genera un crecimiento del PIB nominal suficiente para reducir la acumulación de deuda, aunque se monetice el stock, porque el flujo -aumento de cantidad de dinero a crear necesario para cubrir gastos crecientes no cubiertos por actividad real- se dispara, creando el siguiente shock con mayor virulencia.

El efecto de saturación y la manipulación de la asignación de capital en la economía favoreciendo a sectores endeudados desploma la actividad económica, al aumentar la represión financiera y la presión fiscal a familias y empresas. Es falso que la inflación se cree porque las empresas quieren “forrarse” cuando el gobierno imprime dinero. Los insumos se disparan, la presión fiscal aumenta, los ciclos expansivos son más cortos y los márgenes son más débiles.

Cuando, por ejemplo, el chavismo dice que la inflación viene porque los empresarios aumentan márgenes la falacia es evidente. Los márgenes empresariales se han desplomado en Venezuela más de un 90% desde 2008. Pero ... si “el Estado gasta, aumenta la actividad económica y se produce un efecto multiplicador” ¿verdad?. No. La falacia del multiplicador del gasto público se ha demostrado en muchos estudios. En el historial de más de 44 países se demuestra que el efecto multiplicador es inexistente en economías abiertas, o altamente endeudadas.

El estudio de Ethan Ilzetzki, Enrique Mendoza, y Carlos Vegh, “How Big (Small?) are Fiscal Mutlipliers?” analiza la historia del impacto acumulativo del gasto público en 44 países mostrando que el multiplicador es cero en economías abiertas y negativo en economías abiertas y endeudadas.

El déficit acumulado son mayores impuestos después. Las preferencias de los consumidores, ante la represión financiera, no mejoran porque gaste el Estado. Solo genera mayor sobrecapacidad. Los nuevos monetaristas olvidan que su recomendación es precisamente lo que ha llevado a Brasil y a China a la sobrecapacidad industrial del 27% y el 38%. Y no son poblaciones con problemas demográficos. Asumir que la demanda se incentiva desde el gasto cuando hemos superado el umbral de saturación de deuda es simplemente un brindis al sol. Es decir “como ha fallado, repetir pero a lo bruto”. Ni siquiera si asumimos multiplicadores del gasto que hoy en día están más que desacreditados en estudios del Nobel Angus Deaton entre otros. El multiplicador del gasto público que usan muchos teóricos no se ha dado en ningún país desde al menos 1996. Son matemáticas.

Regar de dinero “nuevo” al sector público olvidando déficits y esterilizaciones, monetizando todo lo que se crea o el “QE Popular” es la misma locura y tiene los mismos efectos. Supone que el banco central pierda su ya cuestionada independencia y directamente se convierta en una agencia gubernamental que imprima moneda cuando el gobierno quiera, pero ese aumento de masa monetaria no se convierta en parte del mecanismo de transmisión que llegue a todas las partes de la economía, sino que el nuevo dinero solo sea para el gobierno para financiar un “Banco Público de Inversiones”.

El error de los monetaristas socialistas del “QE Popular” es que parte de la base, correcta, de que la expansión monetaria como la conocemos hoy no funciona, pero en vez de entender que imprimir moneda es simplemente una transferencia injusta de renta de los ahorradores y eficientes a los endeudados, parte de que el QE no es el problema, sino el mecanismo de reparto del “gas de la risa monetario”.

El primer problema es evidente. El Banco Central crearía dinero que se utilizaría para elefantes blancos, proyectos tipo Plan E y ciudad del circo, y, al contar el banco público de inversiones con financiación ilimitada, el riesgo de irresponsabilidad en el gasto es claro. Y es un evidente desplazamiento de incentivos al malgasto.

El segundo problema es que las deudas crecientes del banco público de inversiones utilizadas en proyectos sin rentabilidad, y por lo tanto, sus potenciales pérdidas, se cubren sea como sea con impuestos, ya que el capital de dicho banco lo pone el Estado.

El tercer problema es que la inflación creada por esos proyectos la sufre el ciudadano que no se beneficia de esa expansión de gasto “ilimitada”. Subidas de impuestos, mayor coste de vida y, sobre todo, destrucción de una gran parte del tejido empresarial porque el Estado acapara con aún mayor crédito privilegiado mayores sectores de la economía. Pensar que esa inflación se traslada a mayores sueldos es una falacia que se demuestra en la historia. Siempre se ha visto que los salarios reales caen a mínimos (suben mucho menos que la inflación).

Subidas de impuestos, mayor coste de vida y, sobre todo, destrucción de una gran parte del tejido empresarial que pasa a ser acaparado por el Estado -que es el verdadero objetivo-. Y se culpa a los comerciantes de las subidas de precios y la escasez.

El cuarto problema de esta política es que, como hemos comentado, se ha hecho muchas veces en el pasado. Es el modelo que hundió a la revolución francesa con los Assignats, el argentino de Fernández de Kirchner y su ministro Kiciloff disfrazado con términos nuevos, un modelo que solo ha creado exceso de inflación y estanflación. Es el modelo chino que cada día nos da más sustos y es el error llevado a cabo por Brasil. Pensar que el Estado puede decidir la cantidad de dinero y gastarlo en lo que quiera sin consecuencias sobre el resto.

El problema, al final, siempre es el mismo, los aristócratas del gasto público, que jamás han creado una empresa ni contratado a nadie con sus ahorros y esfuerzo, siempre piensan que interviniendo sobre la creación de dinero y la economía van a salvarlo todo. ¿Lo saben? Les da igual, porque para ellos Estado es infalible y se le excusa todo. Defender la idea diciendo que “es diferente”. El socialismo tiene un historial de fracasos tan brutal que solo un grupo de pseudointelectuales puede ignorarlo y decir que ellos lo van a hacer distinto.

Al final, la lógica siempre prevalece. Aumentar la masa monetaria más que el crecimiento histórico del PIB nominal siempre crea unos enormes desequilibrios que saltan en una gran crisis, sea estatal, bancaria, o de exceso de inflación. Los que delimitan sector público y sector financiero como antagónicos simplemente mienten. Son brazos de un mismo tronco.

El desarrollo, necesario, se debe hacer, pero no incentivando el sobreendeudamiento, sea privado o público. Y eso es lo que hace el monetarismo socialista, a expensas de nuestros nietos. Se puede hacer sin coste fiscal acudiendo a la lógica. Mejorando la renta disponible y poniendo incentivos al sector privado para acometer inversiones con retorno real, como decía Keynes, al que no leen para ahorrar, solo para gastar. Keynes hablaba de invertir el excedente del ahorro público en proyectos con rentabilidad real que pagasen la deuda contraída a medio plazo, no de perpetuar el endeudamiento de un sector público deficitario crónico.

La Teoría Moderna Monetaria no es ninguna novedad. Es la búsqueda de la burbuja -en este caso estatal- a toda costa financiada a expensas de todos. Luego les echan la culpa a los norteamericanos, a Merkel o a los mercados. Y a correr.

Repetir el error

El historial de desastre económico de los populistas comunistas es simplemente espectacular y aterrador. Desde Allende a Castro, de Maduro a Kirchner, Correa o Morales, y ahora Syriza en Grecia, llegan a economías con importantes desequilibrios bajo el mensaje “no podemos estar peor” y muestran que no solo puede empeorar, sino que ellos destruyen la economía más rápidamente. Pero esta vez será diferente porque lo va a aplicar un grupo de intelectuales europeos. No. No lo será.

Observe el lector a Grecia. Syriza ha conducido lo que era un país con dificultades a un estado fallido al borde de la intervención. Llegó a una Grecia que crecía un 0,8%, había reducido el déficit a la mitad y en superávit comercial y consiguió que en cinco meses que la producción industrial se desplomase (un 4% en un mes), el país se fuera a la recesión y la inversión huyese. Syriza fue culpable del corralito al haber testado todos los límites de la negociación de manera irresponsable. El órdago sin cartas no le sirvió de nada. “Oxi”, gritaban las masas en Atenas ante las soflamas de Varoufakis y Tsipras prometiendo la arcadia feliz del gasto, el fin de la austeridad y el asalto a las arcas de Alemania. Veinte días después, los ciudadanos sufrían el corralito causado por la incompetencia de las políticas del gobierno, que convirtió un problema de renegociación de términos de deuda en un “crash” financiero.

Después, tras haber implementado los mayores recortes de la historia y privatizado catorce aeropuertos, los agricultores del país se manifestaban ante el asalto fiscal que el gobierno de Tsipras decidió implementar. El secretario general de la Unión Griega de Agricultores criticaba que con la reforma de Tsipras un agricultor tendrá que pagar casi lo mismo que lo que ingresa en impuestos y cotizaciones. “¿Cómo vamos a sobrevivir si un agricultor factura 5.000 euros al mes y tiene que pagar hasta 4.000 en impuestos y seguridad social?”.

Lo que ocurrió en Grecia es típico del populismo. La promesa de soluciones mágicas se convierte en la realidad de la crisis económica. Prometen “subir los impuestos a los ricos” y, para mantener el elefantiásico estado depredador griego, se los suben hasta a los agricultores.

No, estas medidas no son “exigencias de la Troika” como repiten los populistas. La Troika sugirió reducir gasto público en áreas innecesarias y reducir presión burocrática y el gobierno de Tsipras lo rechazó. De hecho aumentó la partida de gastos y personal en áreas tan necesarias para una “emergencia social” como la TV pública.

La presión fiscal en Grecia no es solamente creciente, sino que tiene el mercado laboral más rígido, y con ello el mayor paro, de Europa. El gobierno de Tsipras, ante el rescate, se ha negado a tomar ninguna medida de las propuestas por la Troika que alivie a empresas y familias. Solo ha llevado a cabo políticas aún más confiscatorias para mantener el privilegio de un sector público ineficiente que pesa más del 49% del PIB y se ha convertido en confiscatorio. Para culminar con un recorte de las pensiones del 35%. Como todos los populistas, Syriza pasará a la historia por ser la responsable de empeorar lo que fingía proteger: el Estado del bienestar y a los desfavorecidos. El populista se sirve de la democracia para pervertirla. Con un 20% de votos, en España, se autodenomina “mayoría social” y pone al 80% restante en dos escenarios: la cobardía o la enemistad. O son cobardes que no se unen al “pueblo” o son enemigos del mismo.

El populismo está creciendo en todo el mundo. Da soluciones aparentemente simples a problemas muy complejos y, sobre todo empodera a muchos individuos al acentuar la envidia, la división y el enfrentamiento. Pero siempre fracasa. Porque el populismo olvida tres cosas. La naturaleza humana busca el progreso y el bienestar común desde la iniciativa individual, al contrario de lo que piensan los intelectuales que se dan así mismos el papel de “voz del pueblo”. Los seres humanos caen en el error de pensar en el estado como si fuera Papa Noel en muchas ocasiones, pero la fe inquebrantable a dicho estado no existe. Se desvanece con la realidad del fracaso, aunque se pervierta el lenguaje. Y finalmente, como decía Bob Marley, puedes engañar a algunos durante cierto tiempo, pero no a todo el mundo, todo el tiempo.

Tenemos que combatir el populismo cada día. Sabiendo que la batalla de la propaganda y la perversión del lenguaje de los populistas hacen que la batalla sea ardua, lenta y repetitiva. Tenemos que luchar contra la falsa premisa de la superioridad moral autoconcedida, de la infalibilidad del “bienintencionado” y tenemos que luchar sabiendo que no son dementes ni ignorantes ni anécdotas.

Repitamos: ¡es la economía, estúpido! El populismo ignora y rechaza los principios básicos de la lógica económica para convencer a los ciudadanos de que dos más dos suman veintidós. Y cuando alcanzan el poder hacen que todo empeore. Depende de la ciudadanía cabal y reflexiva permitir este dislate o no.

Para finalizar, quisiera mostrar mi rechazo radical al intento por parte de algunos medios de equiparar las tendencias populistas ocasionales de cualquier administración estadounidense, actual o pasada, o británica con el movimiento liberticida, dictatorial y opresor que suponen los populismos fascistas y comunistas europeos y latinoamericanos. En Reino Unido y Estados Unidos existen una sociedad civil y unas instituciones que garantizan la libertad, la democracia y el respeto a la propiedad, la ley y los derechos civiles, sea quien sea el gobernante y sus opiniones personales. Desde hace décadas, ambos países han sido y son ejemplo global de libertad y prosperidad, y lo seguirán siendo. Comparar de cualquier manera a esos países con los totalitaristas intervencionistas y liberticidas no ayuda a combatir el populismo, lo blanquea, bajo la premisa de que todo es lo mismo. Y no lo es. Roosevelt o Churchill, con todos sus errores y aciertos, serían algo populistas o proteccionistas, pero no eran lo mismo que Stalin ni Hitler.