Literatura

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La metamorfosis de una magdalena

Doble página con anotaciones manuscritas por el autor, donde se pueden ver sus tachaduras y correcciones
Doble página con anotaciones manuscritas por el autor, donde se pueden ver sus tachaduras y correccioneslarazon

La publicación de tres cuadernos de «En busca del tiempo perdido» con anotaciones de Proust han dado un giro a un libro universal que podría haberse llamado «Las intermitencias del corazón».

La famosa magdalena de Proust tuvo en sus orígenes forma de tostada. La prueba sale publicada por primera vez mañana. La editorial Saints Pères reproduce tres cuadernos Moleskine inéditos del autor de «En busca del tiempo perdido», en los que aparece reflejada la génesis de la «magdalena de Proust», esa experiencia sensorial asociada a un recuerdo placentero, y que tiene carácter universal. Marcel Proust, recluido en la habitación de su apartamento parisino, situado en el boulevard Haussmann, o en el Grand Hôtel de Cabourg, escribió páginas y páginas, en las que fue desarrollando sus dudas y descubrimientos. Emborronó «decenas de miles de páginas, de las que hemos decidido extraer tres pepitas», según Jessica Nelson, cofundadora de la editorial. Y entre tales «pepitas» aparece el trabajo que el escritor realizó para construir lo que con el tiempo se ha convertido en la escena mítica del universo proustiano, la del sabor de la magdalena humedecida en una taza de té.

Efectivamente, no se trata del manuscrito íntegro de «En busca del tiempo perdido», sino sólo de tres cuadernos. Tres de los que le regaló Geneviève Halévy, la que fue esposa del compositor Georges Bizet y, una vez viuda, del abogado de los Rothschild, Emile Straus. La propia Halévy habría inspirado a Proust para elaborar algunos de sus personajes. Jean-Paul Enthoven, editor y escritor, co-autor del «Diccionario Amoroso» de Proust, propone en el prefacio de esta re-edición de los manuscritos de Proust sumergirse entre los bastidores de su escritura. Cuenta que en 1905, la madre de Proust acababa de morir y él no sabía bien qué debía hacer. Sí tenía claro que sería una obra escrita, pero no tenía decidido en qué forma, si sería novela o ensayo. La madre de Bizet, su amigo y compañero de colegio en el liceo parisino Condorcet, que no era otra que Geneviève Straus, le regaló varios cuadernos para animarle a escribir. Y es precisamente en uno de ellos donde acabará tomando forma «la magdalena». La génesis de esa memoria sensorial es en realidad una tostada que pasó a ser una galleta y terminó por convertirse en la magdalena con la que todo un siglo de lectores ha terminado soñando. «En busca del tiempo perdido» son años de trabajo para poner a punto cada detalle de esta catedral de la memoria, y la magdalena también fue el fruto en un largo y laborioso proceso de escritura. Entre medias, Proust leyó la correspondencia entre Wagner y Mathilde Wesendonck, en la que el compositor cuenta sus dificultades para finalizar el tercer acto de «Tristán e Isolda». Ella le envió una caja de Zwieback, unas galletas que Wagner ingirió después de mojarlas en un tazón de leche y que produjeron el mágico efecto de llevarle a la melodía entre los dos amantes.

Proust se dijo, que quizá la galleta le serviría mejor de fuente de inspiración que la tostada. Y en un proceso de metamorfosis, la galleta se convertirá en una magdalena. Jean-Paul Enthoven se divierte al comentar que «Marcel, prudente, todavía no ha elegido definitivamente su pequeña magdalena ‘‘moldeada en las valvas con ranuras de una concha de Santiago’’. Duda, considera diversos dulces, después de haber imaginado un trozo de pan tostado, medita alrededor de una galleta, y todavía hay que esperar para ver aparecer por fin el dulce proustiano».

w Inagotable discusión

Enthoven está convencido de que estas dudas de Proust pueden convertirse en una fuente inagotable de discusiones entre eruditos del tema. Finalmente, la pequeña magdalena aparecerá en «Por el camino de Swann»: un frío día de invierno, la madre de Marcel le propone tomar una taza de té acompañada de estos dulces y cuando las migas y el calor de la bebida se funden entre el paladar y la lengua, el joven encuentra ese mismo placer en otros recuerdos que resucitan su infancia. La génesis es el centro de estos manuscritos, pero no son la única revelación. También permiten ver cómo el escritor dudaba sobre el título que debía dar a su novela. Así, aprendemos que «En busca del tiempo perdido » podría haberse llamado «Las intermitencias del corazón». Otro obstáculo a salvar fue la búsqueda de un editor. Proust trabajaba en «Le Figaro», y su dueño, Gaston Calmette, le había prometido que la publicaría en Fasquelle, pero el primer lector del manuscrito, que el destino quiso que se llamara Jacques Madeleine, lo rechazó. Finalmente fue Grasset quien aceptó publicar la obra cuyos últimos volúmenes aparecieron fallecido su autor, en 1922. La editorial de Saints-Pères ha previsto dos tiradas, una verde, limitada a mil ejemplares, y una segunda, de color marfil, sin numerar. Salen a la venta por 249 euros.