José María Marco

El choque

La Razón
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El próximo lunes (martes para España) se celebrará el primer debate que enfrentará a Hillary Clinton con Donald Trump, los dos candidatos a la Presidencia de Estados Unidos. Será un gran espectáculo, con significados políticos de calado y no sólo para la sociedad norteamericana.

Hillary Clinton es la encarnación misma de las élites gobernantes: puro Washington DC (aquí todavía a veces se oye hablar de Madrid en ese mismo sentido), «casta» si se prefiere. A Clinton los norteamericanos la conocen muy bien, desde 1992, cuando llegó a la Casa Blanca con su marido. Capitaliza el éxito de éste, en particular en la gestión de la economía y entre la comunidad negra, que logró entonces avances sustanciales. Su posición actual, en cambio, va en buena medida en contra del legado de Bill Clinton. Lo que en aquel fue apertura, dinamismo, confianza, se ha convertido en la nueva Hillary en proteccionismo, regulación y estatismo. Estados Unidos necesita reafirmar las instituciones y el papel del Estado, pero Hillary Clinton aborda el problema desde la izquierda, no ya desde el centro, como antes lo hacía la gran tradición demócrata. Al transformarse en una figura casi izquierdista, se ha convertido en una parodia de sí misma, como si el establishment reivindicara el cambio. Lo que era creíble en Obama es imposible con Clinton.

El desprecio que ha manifestado hacia los votantes de Donald Trump da la medida de hasta dónde ha llegado la arrogancia del progresismo, aún más sectario en Estados Unidos que en ninguna otra parte. Y explica el éxito de Trump, mucho más que las referencias, muy dudosas, a los perdedores de la globalización o de la crisis. Con unos republicanos incapaces de encauzar el Tea Party, el movimiento populista ha derivado en una rebelión abierta contra todo lo que recuerde a las élites gobernantes: ideología, clichés, incluso formas de hablar y de vestir. Estos votantes –que se piensan a sí mismos en términos de «pueblo», «pueblo norteamericano»– han decidido decir «basta» a la nueva cultura. Como ésta ha triunfado en la política, la enseñanza (a todos los niveles) y el espectáculo, queda el No radical, sin paliativos, que tan bien encarna la brutalidad manipuladora de Donald Trump. Por ahora, ya ha destruido el Partido Republicano. Veremos hasta dónde llega en su puro afán de llevarse por delante lo que considera inaceptable, y ante lo cual se le ha dejado sin palabras.