Andalucía
Chaves Nogales vuelve a la ciudad
Un paseo literario con el periodista sevillano como protagonista fue el preludio al Día de la Lectura, que se celebra hoy dedicado al 80 aniversario del exilio andaluz
La voz que todos desecharon por no adherirse a su causa –fuera fascista o republicana, azules o rojo–suscita una gran atención 75 años después de su muerte en una tarde nublada de jueves, casualmente el día en que la calle Feria despliega desde siempre los tenderetes del mercadillo, congregando en su anchura «varios siglos de vida intensa, sin que el volumen de su pasado la haya envejecido» –a decir del homenajeado–. El cielo pesado comparece como parte de la escenografía que la ciudad presta al medio centenar de personas que atendieron a la llamada del Centro Andaluz de la Letras (CAL) para revivir la Sevilla de Manuel Chaves Nogales, en una ruta similar a las convocadas también en Cádiz o Granada con autores oriundos y que están despertando el carácter literario que siempre tuvieron las ciudades andaluzas.
Chaves fue el paradigma del olvido y sus textos quedaron sepultados después de su muerte en Londres, con 47 años. Durante décadas, para los lectores simplemente nunca existió, hasta que fue restituido a los manuales de literatura por Andrés Trapiello en su volumen «Las armas y las letras». A devolverle su lugar también ha contribuido la profesora Maribel Cintas, cicerone por convicción en esta cita. Cintas habla de él como de un viejo amigo al que hubiera tratado mucho. En cierta manera lo ha hecho: sus estudios sobre la figura del cronista certero de la Guerra y de la Sevilla de entonces la convierten en una asidua de un tiempo que no vivió, pero habita.
El paseo arranca a las puertas del Palacio de las Dueñas, a pocos metros de donde nació el pequeño Manuel, hijo de otro insigne periodista, Manuel Chaves Rey, determinante para que se impregnara del oficio de contar desde la adolescencia, acompañándolo en la redacción de El Liberal, el diario donde padre e hijo compartieron ratos y páginas. Integrante por nacimiento de la burguesía sevillana, no dudó en criticar duramente lo que le chirriaba de sus paisanos, ni tampoco en importunar a sus «vecinos» palaciegos en su primer libro, «La ciudad», publicado con solo 23 años: «Es un palacio para ver bailar al maestro Otero y dar buñoladas aristocráticas, que ni son aristocráticas ni siquiera sevillanas, porque las anima ese plebeyismo madrileñista, chulapón y villano, de los decantados chisperos y las majas marquesas», evocaba Cintas.
El nutrido grupo avanza estancado en los años del niño Manuel hasta otro niño, cinco años mayor, Juan Belmonte, a los que la literatura y el periodismo unió en una biografía sobre un taurino, que no taurina, convertida en autopsia de la condición humana. De la Feria al salón de Variedades Lido, teatro primero e «improvisada cárcel» en la contienda, según recordaba la profesora universitaria. Un lugar pintoresco por los contrapuestos usos que tuvo –teatro, cárcel, cine X–, cuya esencia Chaves Nogales imprimió para la Historia entre los relatos que componen «A sangre y fuego», escritos cuando su corazón todavía palpitaba al ritmo de España pese a que su cuerpo se encontraba instalado en el extranjero, en su retirada obligada por la situación política. Un exilio que compartió con muchos otros escritores y que no tuvo una sola cara, fueron más bien «los exilios» –interiores y exteriores–, que el CAL está dispuesto a recuperar en su 80 aniversario y a los que dedica el Día de la Lectura, que se conmemora hoy.
El andar pausado hacia el próximo punto de la ruta y la profundidad de una figura injustamente denostada –el homenaje de Sevilla solo ha dado para una calle y un instituto de Secundaria– permite evocar la atmósfera de entonces, imaginar el camino rutinario que Chaves padre e hijo recorrían de la redacción a casa y viceversa; o cómo el matador de toros y el diseccionador de la realidad rebobinaron hasta sus primeros años ante un plato de jamón en la casa de la Cuesta de San Vicente donde vivió con su mujer y sus hijos. Al paseo comparecieron fugazmente Machado, Juan Ramón, Lorca, Baroja o Valle Inclán, y un sinfín de figuras anónimas retratadas por el periodista sevillano.
La despedida, con la llama del conocimiento prendida, confirmó lo acertado de una propuesta que permite deambular por la trastienda de la literatura, regresando a los lugares que pisaron y pensaron escritores de renombre. Una bocanada de cultura viva más eficaz que cualquier campaña de despacho.
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