Andalucía
«Una vocación imposible»: la ensoñación de ser escritor
Millás recopila treinta años de cuentos en un solo volumen
Juan José Millás tiene al conversar la virtud de atraer hacia sí a su interlocutor creándole la ilusión de darle acceso libre a su mundo literario y personal, exactamente igual que cuando escribe. Si hace unos meses presentaba un compendio de sus pensamientos y vivencias a modo de diario –«La vida a ratos»–, este diciembre el regalo lleva el título de «Una vocación imposible», una recopilación de sus cuentos que justifica porque «llega una edad en que ya los editores te proponen obras completas».
«La de escritor es una vocación imposible en la medida en que escribir es duro, digan lo que digan algunos, y porque frente a la escritura siempre hay ambivalencia. Por un lado, es lo que más deseas hacer, pero por otro es lo que más miedo te da porque en el acto de escribir nos jugamos la identidad», reflexiona el autor valenciano. «La verdad es que se sufre y se goza mucho simultáneamente, el placer y el pánico están trenzados de tal manera que uno tiene más ganas de escribir cuanto más alejado está del escritorio –teoriza–. Yo cuando estoy caminando por las mañanas quiero llegar a casa para ponerme a escribir y cuando me siento estoy deseando que surja algo que aplace este inmenso placer de escribir hasta mañana», dice medio en broma. Esa frontera invisible entre la sentencia inapelable y la ironía es la misma que carga su literatura.
Millás aparca la ironía y se sincera sobre sus inicios: «En los comienzos esa ambivalencia era atroz, esa tensión de contrarios con frecuencia me paralizaba. El miedo al fracaso era tremendo». En su opinión, esa dualidad explicaría por qué «hay tantos escritores que no escriben. Todos conocemos en nuestro ámbito a gente que tiene temperamento de escritor, que siempre está amenazando con escribir una novela, y con darla a leer, y finalmente pasan los años y ves que no escriben. Yo afortunadamente la superé». Otro escollo que ha debido superar es releerse, algo inhabitual para él. A seleccionar los cuentos destinó parte del verano, dejando fuera «aquellos que pensaba que habían envejecido o que eran repetitivos porque a veces uno tiene una obsesión y la ataca desde distintos puntos de vista».
«Me ha sorprendido lo bien que escribía entonces», asegura entre risas. «Nunca me releo, es la primera vez en mucho tiempo, pero no he tenido la tentación de retocar por respeto a aquél que los escribió, que ya no soy yo. La experiencia ha sido extraña. Por ejemplo, me recordaba escribiendo algunos de estos cuentos –que tienen hasta treinta años–, pero ese que escribía ya no era yo. Me producía una sensación muy turbadora. ¿Qué fue de ese hombre? ¿Se transformó en lo que soy ahora o se quedó allí? Y si se quedó allí, ¿cuál sería el modo de comunicarme con él?». Puro Millás.
A lo largo de más de setecientas páginas aborda temas recurrentes en su literatura. «La frontera entre el mundo onírico y el mundo de la vigilia es una constante en mi obra. Ese espacio que tiene que ver con el despertar es una zona muy creativa, técnicamente creo que se llama el ensueño y en esa frontera puedes dirigir la fantasía», desvela. La ansiedad constante en la que vive esta sociedad anticipatoria, el amor y sus formas o el juego de la percepción asoman también en textos intensos, desconcertantes a veces y siempre teñidos de profundidad. Todo lo reflejan sus personajes, como aquel que solo se tranquiliza cuando la última página confirma que le sucederá algo muy malo. «A veces la vida nos da parones que son muy buenos porque nos colocan donde estamos, pero en general vivimos en una sociedad tan ansiosa que estamos con el cuerpo en un sitio y la cabeza en otro. Creo que un gran ansiolítico es la lectura. Cuando leo, estoy donde estoy y también cuando logro alcanzar ese grado de concentración en que te olvidas de que estás escribiendo». Independientemente del género que aborde, Millás considera que «a escribir se aprende escribiendo y leyendo». Esta segunda pata la cubre ahora acercándose a la prehistoria y con una obra que descubrió «hace cuatro días», «El infinito en un junco», de Irene Vallejo, «un ensayo muy novelesco» sobre el origen del libro. «Estoy entusiasmado con él», asegura. Su inquietud creadora provoca que «me apetezca hacer reportajes para prensa, para radio, escribir columnas, una novela...» y solo avanza que está preparando «un híbrido» con el paleontólogo Juan Luis Arsuaga. Mientras llega, condensa en una frase la esencia de sus relatos cortos: «Todas las piezas deben encajar a la perfección, si quitas material de un cuento y no se altera es que ese material sobraba».
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