Cultura
Eduardo Mendicutti: «Hasta los cincuenta años me ponía colorado con una frecuencia indigna»
El escritor publica "Para que vuelvas hoy", una novela basada en el encuentro entre Isabel, una prostituta gaditana, y el poeta Marcos Ana, libre tras 23 años en cárceles franquistas
Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1.948) ha sido de los escritores a los que el confinamiento por el coronavirus «secuestró» su nueva novela, «Para que vuelvas hoy», donde pone vida a la mujer a la que el poeta Marcos Ana recordaba como su primer amor, la primera relación sexual después de 23 años encarcelado por el régimen franquista. Isabel Peñalber, su protagonista, rememora ya anciana aquel día, cuando era una joven prostituta en Madrid.
Ha querido que aquel encuentro sea una huella indeleble porque podía haber pasado sin pena ni gloria para ella, un cliente más. ¿Quizá como homenaje a esa vida tan dura que tuvo Marcos Ana?
Sí, sobre todo que ha habido alguien que no lo ha olvidado nunca, ella está convencida de que él sí la ha olvidado. Al final, puede comprobar que no la ha olvidado porque lo cuenta en las memorias y descubre por qué no volvió, por ese prejuicio y esa cosa tan comunista de entonces de no seguir prostituyendo. Entonces, tiene la alegría de poder recordarlo a él con mayor viveza y el coraje por saber que no quiso verla de nuevo porque era puta.
¿Sus recuerdos están edulcorados? ¿Ella se lo cuenta así para no pensar que no ha tenido más remedio que tener ese destino? Precisamente porque, como ella dice, era puta.
Que no es una vida fácil. Hay un momento en que ella misma reconoce expresamente que un poquito ha tenido que mentir, por ejemplo en lo referente a que ella elegía a sus clientes. Pues no, había momentos en que tenía que echar mano del cliente que se presentara. Pero ahí están esos dos elementos importantes que son el recuerdo y el humor. La memoria es otra manera de inventar, cada uno puede inventar sus propios recuerdos y casi siempre a su favor. La memoria muchas veces es compasiva: tú puedes estar contándote lo más duro de tu vida y, sin embargo, siempre hay algo en lo que la memoria se pone a tu favor. Y luego el humor es un elemento de resistencia, en los peores momentos echas mano del humor y sobrevives.
A veces acaba uno sacando el dolor por ese lugar, por la sonrisa.
A veces es la única escapada porque hay experiencias muy duras que si las enfocas con humor son más llevaderas.
Tiene mucho la novela de eso, por ejemplo con el tío de la protagonista, al que llaman «la Peineta» porque es homosexual, y él quiere que lo llamen así.
Es una manera desafiante de plantar cara porque sino lo hundían. En un sitio como Sanlúcar hay mucha gente que tiene muy poco en la vida y, sin embargo, es capaz de echarle humor. A mí me parece admirable.
Ese es precisamente un rasgo que nos achacan a la forma de vivir de Andalucía.
Sí, que muchas veces se entiende como un rasgo de superficialidad, de frivolidad, y no tiene nada que ver con eso, al contrario, tiene que ver con algo mucho más hondo, que es, miren ustedes, aquí lo pasamos muy mal pero somos capaces de salvarnos y tirar para adelante.
¿Ese carácter se lo arroga a sí mismo?
Yo soy así, casi siempre echo mano del humor, me sale más fácil en las novelas que en la vida real (risas) porque aunque parezca mentira soy un hombre tímido (risas) y no me gusta hacer mucha gracia.
¿Eso e lo creen quienes le conocen?
Sí... mucho más tímido antes que ahora, ¿eh? Durante muchos años era muy tímido, pero de ponerme colorado todo el rato. Ahora ya me pongo menos colorado, uno ya tiene una edad para andar por ahí poniéndose colorado.
¿Cuándo se pasa la edad de ponerse colorado?
No lo sé, qué le diría yo... pues hasta los cuarenta o cincuenta años yo me ponía colorado con una frecuencia un poco indigna (risas).
¿A una determinada edad lo que queda es recordar o se revela contra eso?
Me parece que la memoria es un instrumento estupendo y los recuerdos también, pero me revelo contra la idea de lamentar lo perdido, me parece que eso te deja en un territorio muy triste, muy poco airoso. Creo que lo que hay que hacer es recordar, pero celebrar siempre lo vivido y si los recuerdos son malos lo celebras también. Lo que no puede ser es lamentarlo porque entonces te quedas vitalmente bloqueado.
¿Cuál es el truco para poder «celebrar» lo malo? A veces cuesta trabajo...
Pues mire, muchas veces el sentido del humor y otras veces hay algo que suele dar muy buen resultado: mirar a los demás. Yo recuerdo una vez que hubo un disgustillo familiar por alguno de mis hermanos –somos un montón– y otra hermana le dijo a mi madre: no te preocupes, mamá, peor lo tiene la reina de Inglaterra, que andaba en aquellos líos de Diana... Si miras a tu alrededor y ves que los demás probablemente lo tienen mucho peor y que algunos a pesar de todo no están hechos polvo por la vida, sabes que tú tienes casi la obligación moral de levantar cabeza y no enfangarte en los recuerdos tristes. La melancolía es muy mala, ¿eh? Es como el colesterol: hay una melancolía buena y otra mala que te hace ponerte muy triste y vivir en esa tristeza.
Plantea en la novela la homosexualidad en la Guerra civil y en la actualidad y nos encontramos con que las agresiones siguen estando ahí. ¿Cree que se está viniendo arriba el sector homófobo?
Yo digo que la novela, aunque parezca muy distinta de otras mías, narradas por homosexuales, al fin y al cabo está narrado por una persona desamparada y que lo ha pasado mal, aunque ella se empeñe en decir que no. Respecto a los gays, hay una mirada de este país desde la Guerra Civil hasta ahora y ha cambiado, pero no tanto como se diría. El nieto de Isabel, que es un gay de ahora, nacido ya en la aceptación digamos de la condición homosexual...
La aceptación, qué palabra... ¿tenemos que dejar que nos acepten?, ¿pedir permiso?
A mí lo de la aceptación y la tolerancia... a mí nadie me tiene que aceptar nada ni tolerar nada, en todo caso respeta y ya está. Se toleran los defectos , ¿pero qué defecto tengo yo? Seguro que alguno tengo, por Dios (risas), pero desde luego lo de ser gay no es ser uno de ellos. Si es que eso del lenguaje es tremendo. En fin, el caso es que ese nieto tiene que sufrir que los cambios no han sido tantos como en la vida real se puede suponer y estamos viendo que los homófobos de antes que se callaban porque les daba vergüenza serlo ahora tienen a gala ser homófobos, o xenófobos o machistas. Es como si se hubieran roto unas compuertas para ciertas personas que de repente se han envalentonado.
¿Y cómo se combate eso, sin llegar a la violencia que es lo que muchas veces siente uno?
Es de lo que dan ganas, ¿eh? (risas). Creo que es una cuestión de responder con serenidad: si a uno lo humillan tiene que plantar cara serenamente. Y denunciar lo que haya que denunciar. La ley está para utilizarla y está a nuestro favor.
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