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Alta literatura con mucho cuento

«La gente no existe», de Laura Ferrero, condensa en 17 relatos un catálogo sobre las emociones íntimas que no solemos compartir

La escritora barcelonesa Laura Ferrero
La escritora barcelonesa Laura FerreroLa Razón

Cortázar escribía cuentos capaces de dejarte noqueado o perdido en un par de páginas. En la literatura española, tan dada a los premios de altura ligados a la novela, escribir cuentos pareciera un entretenimiento menor con el que pasan el rato quienes temen el compromiso y la resistencia que exige una historia extensa. En «Que no se culpe a nadie», el autor argentino solo necesita de unos pocos elementos –un hombre con prisa, un jersey que debe ponerse antes de salir– para armar un relato angustiante con el simple hecho de quedarse atrapado en una prenda de ropa. Usando espacios sencillos, fácilmente imaginables pero pocas veces verbalizados, escribe también Laura Ferrero (Barcelona, 1984), una artesana de la palabra que reconoce no saber qué hay que hacer en este país para vivir de la literatura. Escribir bien, que ella lo hace, no es requisito indispensable. Desde hace año y medio, trabaja en varios proyectos junto a Isabel Coixet, aprendiendo a transportar sus potentes imágenes escritas a una pantalla.

Los relatos encuadernados en «La gente no existe» (Alfaguara) caminan todos en la misma dirección, buscando respuesta a una pregunta común que ella se hace: «¿Cuánto del tiempo vivido realmente estamos aquí?», se pregunta. Una cuestión sobre la existencia no tanto en su sentido metafísico –el por qué y para qué–, sino centrada en las maneras de transitar por ella, en cómo nuestras vidas transcurren a veces entre los anhelos del pasado y las proyecciones futuras. «Yo siento que estamos continuamente evadiéndonos de las cosas, sin atravesarlas verdaderamente, porque tenemos miedos, coartadas o proyecciones. Escribir estos relatos fue para mí tocar esa gran pregunta de cómo podemos vivir la vida, si es que se puede contestar».

Ferrero construye protagonistas que no parecen creados ex profeso, sino sacados de escenas cotidianas pegadas al papel por el lado de las emociones. Su rasgo distintivo es que se inmiscuye en aquello que normalmente uno solo se cuenta a sí mismo. La buena literatura tiene la capacidad de interpelar sin ser evidente y es lo que consigue Ferrero. Y lo hace desde el título mismo, induciendo con sus páginas a reflexiones propias de una noche en vela. Allí donde la gente no existe, solo estamos cada uno, con nuestras particularidades pero espejos unos de otros. Y en este punto se hace necesario reconvenir al Tolstoi narrador por haber dejado para la posteridad la creencia de que todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. «Todos nos creemos muy originales, pero aunque las historias no son exactamente las mismas, los sentimientos son muy parecidos. El rango de sentimientos de lo que nos puede pasar en la vida es muy limitado», asegura Ferrero. «Las circunstancias pueden ser las que quieras, pero lo que cuentas de una historia, que es cómo te has sentido, no varía mucho. Ni siendo felices ni infelices».

En sus textos hay espacio para el humor –por ejemplo, en ese libro de instrucciones que es «Cómo borrar a tu expareja»– y para la ternura –a través del recuerdo de la despedida a su abuela o en el relato del padre tardío y temeroso–. Por sus personajes desfilan también el deseo proyectado –una mujer enamorada de alguien a quien solo ha visto regar sus plantas– y, sobre todo, muchos miedos enlazados por el temor universal que es la muerte. Aún así, se puede hablar de «finales felices» porque cada protagonista, a su manera, es consciente de sus experiencias.

La autora confiesa que no puede separar de su escritura la necesidad de provocar algo más allá de la estética. «Para mí la literatura no te da ninguna respuesta. De alguna manera todos necesitamos certezas porque nos gusta tener a lo que agarrarnos, pero hay que asumir que es mejor cuando la literatura te plantea una pregunta porque te incluye en la narración», explica. Dice huir de la «romantización del dolor» en la sociedad y de los lugares comunes que sirven para edulcorar momentos duros. Por eso, reivindica nombrar aquello que no se ve, pero se está sintiendo y aparcar las frases comodín que minimizan cualquier derrota. «No necesito un cáncer para ser mejor persona –dice en alusión a uno de sus personajes–. Me parecen un discurso lamentable los lugares comunes para todo. Tenemos que combatirlos desde el lenguaje».