Tribuna

Un gran señor de la Historia

Ramón Carande fue un hombre que, en sus casi cien años de vida vivida intensamente, fue testigo y espectador comprometido de un período esencial de España entre 1887 y 1986

Ramón Carande recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1985
Ramón Carande recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1985La RazónFundación Princesa de Asturias

En la actualidad se está imponiendo una dialéctica igualitaria y populista que, con argumentos sociológicos y jurídicos del presente, lo mismo juzga que cuestiona de forma trivial lo sucedido en el pasado, deconstruyéndolo o reinterpretándolo a su conveniencia. No se trata ya de falsear la historia o de contarla de manera subjetiva, sino de pretender hasta cambiar el pasado como si ello fuera posible. Su amenaza no sería tan grave si no fuera porque cada vez se generaliza más en la propia enseñanza, en donde parece que hablar de historia es, simplemente, cuestión de opinión.

El primordial criterio de autoridad de los grandes maestros del saber histórico y de los historiadores profesionales, excluidos de las redes de la comunicación actual, se halla en peligro de extinción. Lo que induce a cualquier osado a deformar la historia a su gusto ante grandes audiencias (fácilmente influenciables) como si formara parte de un derecho particular o tribal a la libertad de expresión. En este proceso, que cada día va agrandándose más, han desaparecido los maestros que con su saber de expertos nos guiaban o nos ayudaban a acercarnos al pasado. Esta es la razón que me ha estimulado a recuperar en un libro a uno de ellos, uno de los más grandes, que en verdad fue un gran señor de la Historia: Ramón Carande («Carande. La historia y yo», Pamplona, Ed. Urgoiti, 2020), que probablemente ya no dirá nada a las últimas generaciones de docentes de historia.

Historiador fundamental, con rica y larga biografía, este gran maestro fue un hombre que, en sus casi cien años de vida vivida intensamente, fue testigo y espectador comprometido de un período esencial de la historia de España entre 1887 y 1986, fechas de su nacimiento y muerte. Hijo de un republicano de 1873, educado en la Francia de la III República y en la Alemania guillermina, hombre de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), socialista en su juventud y republicano, fue un español de las dos Españas, tratado con hostilidad en los dos bandos de la guerra. Crítico siempre, más allá de su ejemplo como historiador, dio lo mejor de sí mismo como un destello de admirable magisterio. Con la Transición, fue un entusiasta de la Monarquía y de los Reyes de España, a quienes consideró un regalo de la Providencia para una conciliación nacional. Testigo de nuestro tiempo, su dilatada vida, los avatares de la misma y el singular conocimiento directo que tuvo del mundo cultural lo convirtieron también en una verdadera fuente histórica, y no precisamente de asuntos secundarios sino esenciales y muy relevantes del pasado. Convertido en una figura nacional, su acusada personalidad y su prestigio reconocido por todos hicieron de él una figura única en los comienzos de la Democracia. Nunca se dejó absorber por la tribu ni fue fanático de causa alguna ni seguidor incondicional de nadie. Dejó un legado extraordinario tanto por su talante como por su forma de hacer historia y de hacerla de una manera poco común en su tiempo. Una forma en extremo laboriosa (a cuyo autor podría aplicársele la idea de Thomas Mann, de que «un escritor es un hombre a quien escribir le resulta más difícil que a las demás personas»).

El estudio de su vida y de su obra nos permite conocer el papel de la historia a lo largo de todo un siglo, un mester con frecuencia desdeñado. Lo que implica la necesidad de un análisis por de dentro de la cultura española, un asunto capital de nuestra historia en el que todavía queda mucho por saber más allá de los lugares comunes conocidos. Porque ni lo que se dice es como fue muchas veces, ni se ha ahondado lo suficiente para saberlo y conocerlo por parte de la narrativa histórica actual (con frecuencia incolora, inodora e insípida), que si por algo se caracteriza es por la trivialidad manifiesta de su contenido. Su vida centenaria, que le hizo ser testigo excepcional de nuestro pasado reciente, fue un ejemplo contra la mediocridad, el conformismo y la intolerancia. Hombre de gran sentido común, aparte de fina inteligencia, su personalidad desbordante se manifiesta en su obra, en el mundo de sus relaciones intelectuales y políticas así como en su influencia en las posteriores generaciones de historiadores. En su labor destacó brillantemente con un estilo propio. Porque Carande no solamente supo investigar y hacer historia, sabía también escribir. Consciente siempre de las limitaciones de la ciencia, una de sus frases preferidas es: «de esto sabemos poquísimo», una expresión que tanto contrasta con los «sabelotodo» que hoy continuamente cuestionan nuestro pasado. Por su dedicación a la historia y su actitud de independencia es un referente no sólo para la forma de hacer la historia, sino para el trabajo universitario, las libertades, el compromiso político y la crítica. Rasgos peculiares suyos fueron la afición al estudio, la pasión por la investigación, la dedicación al trabajo y la vocación. Todo lo cual le permitió atesorar una extraordinaria sabiduría sobre la ciencia, la vida y la historia. Con la gran ventaja para nosotros de que como la historia no es la memoria sino su crítica (sin la cual los memorialistas podrían pasar por historiadores), nuestro protagonista, que es historiador, está ahí para desmontar la trampa del testimonio y mostrar las fabulaciones de la memoria.

Cuando, en cierta ocasión, un periodista le pidió en una entrevista que dijera en dos palabras, solamente en dos palabras, su opinión sobre la historia contemporánea de España, le contestó, efectivamente, con dos palabras, interpretando literalmente la pregunta: «Demasiados retrocesos». Definición que impulsó al historiador Santos Juliá, recientemente fallecido, a escribir su último libro con este título, y que nos lleva a preocuparnos por lo que puede pasar no sólo cuando se desconoce el pasado, sino cuando se intenta deformarlo y –lo que es mucho peor– falsificarlo con el adoctrinamiento a partir de la propia enseñanza de la historia. De donde la necesidad, hoy tan apremiante, de recurrir a nuestros maestros.

Manuel Moreno Alonso es Catedrático de Historia Contemporánea (Universidad Sevilla).