"Menú del día"
La tumba de Al Mutamid
“Lo que ocurre es que, como el enamoradizo Al Mutamid, los europeos hemos perdido el relato”
El proclamado padre de la supuesta patria andaluza, Blas Infante, visitó la tumba de Al Mutamid, el rey poeta de la taifa de Sevilla, en 1924. Es el «viaje a Agmat» donde dicen que el malagueño realizó la sahada, la conversión al islam, y que inspira a los Califato ¾ para un tema de su discazo «Puerta de la Cânne». Años después, a Ahmed, el guía que nos llevaba a toda la familia en una furgoneta blanca al austero mausoleo y del que mi padre se despidió diciéndole que debería ser el ministro de turismo de Marruecos, se le iluminó la cara cuando también mi padre acertó al ser preguntados por nuestro destino: la tumba de Al Mutamid. Ahmed había improvisado esa excursión al enterarse de que mi padre era andaluz. El último rey de los abadíes, que se quejaba en verso a la aurora por robarle las estrellas, decidió un día que estaba cansado de pagar a los cristianos y pidió ayuda a un tal Yusuf, fundador de la ciudad de Marrakech, de donde viene el nombre de Marruecos. Era de una tribu de ermitaños, que es lo que significa almorávide, al que no le gustó nada la alegría andalusí y con la ayuda militar trajo también el islam del desierto. Al comprobar que a nuestros abuelos de Al Ándalus lo del rigorismo islámico no les iba mucho pensó que ya era hora de empezar a ir a la mezquita y dejar el vino y los chicharrones y la feria de Sevilla, aunque quedasen todavía varios siglos para que la fundaran un vasco y un catalán. A Al Mutamid lo mandaron al exilio y mientras descendía el Guadalquivir lloraba junto a su querida Romaiquía. En Ceuta no hay almorávides y quién sabe si poetas. Lo que ocurre es que, como el enamoradizo Al Mutamid, los europeos hemos perdido el relato. Somos percibidos como un pueblo débil y ocioso con infinitas deudas coloniales al que lo mismo se puede humillar públicamente, como hizo Erdogan con Von der Leyen, que chantajear con una avalancha de niños engañados. En una entrevista pregunté al andaluz entrevistado que eligiera entre Al Mutamid y Alfonso X y eligió al primero. En vez del Sabio poeta de cantigas, que protegió la Giralda y creó cultura en Toledo, prefirió al romántico exiliado. Por eso Infante vende más que Marañón y Puigdemont rebuzna y el Gobierno no rompe con su partido. Ni con Podemos, quienes, además de ser partícipes del problema, han hecho que Biden prefiera comer cuscús en Rabat que callos en Madrid. También perdemos el relato los europeos cuando aceptamos comprar unos auriculares fabricados por esclavos en China, que se rompen en un mes y acabarán en la tripa de algún besugo pescado en un barco gallego tripulado por senegaleses solo porque son baratos. O cuando las empresas nos pagan salarios miserables mientras aumentan los dividendos y despiden aquí para contratar allí. Decía Huntington que las culturas desaparecen cuando llegan a su cenit porque se vuelven tolerantes y pasivas, porque tienen el estómago lleno. Europa hace tiempo que está saciada y rodeada de hambrientos. En veinte años el mundo pedirá que España descolonice dos ciudades que nunca han sido colonias y que son españolas antes de que Marruecos existiera. Y los europeos agacharemos la cabeza y lo haremos.
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