Sociedad
El legado de Pablo Ráez
La familia del joven malagueño, fallecido de leucemia en 2017, recuerda el alcance de su figura, unida a la solidaridad
Cuatro años después de su fallecimiento, el espíritu del joven marbellí Pablo Ráez sigue más vivo que nunca. Su muerte, en febrero de 2017 a los veinte años a causa de la leucemia supuso un duro golpe para su familia y tuvo una gran repercusión social por la lucha que libró contra el cáncer y su labor de concienciación sobre la importancia de donar médula ósea. Su madre y su hermana relatan a LA RAZÓN que le tienen más presente que nunca, máxime al mirar a los ojos a la pequeña bebé de veintiún meses que hubiera tenido en él no un tío, sino a un padre, porque siempre soñó con serlo.
Su hermana Esther habla continuamente a su hija de su tito Pablo, le enseña fotos y le cuenta lo mucho que luchó en vida, con el miedo de que llegue el momento en que tenga que explicarle a Sofía por qué nos dejó tan joven. «He aprendido con el tiempo a que eso sea parte de mi vida, a que ese recordatorio que viene siempre a modo de cuentagotas sea algo que pueda nutrir mi vida; al principio era extremadamente doloroso y, aunque lo sigue siendo, aprendo a integrarlo en mi día a día de la manera más bonita y saludable que sé», reconoce. «Le hablo de su tito Pablo desde el amor que siento por él y desde las anécdotas más graciosas que recuerdo de cuando él era niño; incluso, usamos algunas cosas de cuando era pequeño (como un platito, una taza y una cuchara, por ejemplo)». Agradece que «muchas personas se sigan acercando a mí y quieran decirme cuánto les ayudó mi hermano». «Es doloroso porque me recuerda que ya no está, pero siento un agradecimiento directo hacia esas personas que me cuentan un poco de sí mismas o por qué mi hermano ha sido importante en sus vidas», rememora.
Gracias a la proyección que hubo del caso de Pablo, cada día en España se hacen 80 nuevos registros de donantes de médula: «En ello veo la influencia de mi hermano, de un joven repleto de fuerza, de energía, de ganas de vivir su vida, enfermo de una leucemia mortal. Su manera de dirigirse a su mundo a través de las redes es un claro ejemplo de su capacidad innata para la comunicación». «Mi hermano sembró en los jóvenes de su generación y en las generaciones que venían detrás una semilla solidaria a través de su mensaje, de poner su cara y su cuerpo enfermos a la vista de todos, de desgranar sus emociones y sus miedos y, sobre todo, sus conclusiones», cuenta mientras reconoce que «me impacta el interés de los jóvenes por querer donar médula, por ayudar, por saber más acerca de quién era mi hermano... Los jóvenes y los adultos estamos impregnados de una capacidad solidaria mejorada gracias, en parte, a mi hermano». También tiene palabras de agradecimiento hacia la ciudad de Marbella, porque «es un pueblo diferente. Siento un profundo respeto por mi pueblo y por sus gentes y me parece precioso que se recuerde a mi hermano en su bulevar y en tantos otros lugares, a pesar de que, para mí, en mi interior, siempre quede esa fibra doliente. Lo más bonito de todo es que podamos, como pueblo, mantenerla semilla de la solidaridad en los más jóvenes. Es, sencillamente, uno de los deseos de mi hermano pequeño». Con todo, admite que «no tengo una idea precisa de cómo me gustaría que fuese recordado a nivel público. Entiendo que la siembra está hecha... que cada cual riegue a su alcance sería lo más honesto, es lo que me sale del corazón».
Lo importante para ella es «cómo voy a recordarlo yo y cómo va a conocerlo mi hija. Me siento muy conectada con quién era mi hermano a nivel familiar, lo que nos aportaba su presencia y lo que nos aporta su ausencia. Haberle conocido y haberle enseñado cosas, haber aprendido de él. Compartir mi vida con mi hermano pequeño es uno de los grandes privilegios de mi vida y es desde ese punto desde el que yo hablo de él». «Lo importante a nivel social es su llamamiento a la donación de médula y hacia la solidaridad; es un acto de solidez y altruista no sólo hacerse donantes de médula, sino donar tu sangre, tu plasma, tu médula... en vida». Esther hace hincapié en que «tu vida puede potencialmente salvar la de otro. Gratis».
Su madre, Rosa Mª Martínez Nieto, recuerda emocionada que «tenemos una gracieta suya de pequeño con su hermana, que al ser mayor el la quería impresionar. Ella volvía de un viaje y la esperábamos en el aeropuerto; yo le pregunté: ¿qué regalos crees que te traerá Esther? A lo que él decía: no quiero ver regalos, quiero ver a mi hermana». Con el recuerdo emocionado evoca que Pablo «era generoso y altruista. Puso en valor e hizo visible la salvación de la leucemia. Transformó su enfermedad en una esperanza de vida». Por último, subraya que hizo algo muy grande con su capacidad de conectar, toda vez que «las donaciones de médula más potentes son la de gente joven y él llegó ahí sobre todo. Aunque sufrió muchísimo también sintió que su vida y su muerte tuvieron un sentido muy grande. Pablo es un ser extraordinario».
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