"Méritos e infamias"
Bendito fructidor
"Debemos entender que nuestro modelo no se puede estirar más, que no cabe más gente sin cargarnos el paraíso"
La imagen del verano me la mandó un amigo desde las costas de Barbate, puro atún, costo y chorradas capitalinas. Se trata de una cola enorme de merluzos esperando para ir a almorzar en el restaurante más conocido de la zona de cuyo nombre no quiero acordarme. Me la enviaba como muestra de la doble plaga que asola el litoral gaditano, y yo me pregunto para qué vienen estos señores y señoras del centro y norte de España después de pegarse el resto del año con la cara afilada como un lápiz ahorrando para mandar luego unas fotos a los amigos. Entiendo que aguantaron ese sufrimiento para no dejarse el dinero en un comedero sino para alcanzar la felicidad.
Después de un rato haciendo, nunca mejor dicho, el gamba, se ponen estupendos y se deberían felicitar en las copas de gin como si fueran nazarenos de Sevilla: «hasta el año que viene». No es así, la tonturría en el Sur se sufre durante 60 benditos días y luego se diluye alegremente cuando debajo de los pies sale la arena y sobre las cabezas el silencio revolotea en septiembre.
El turismo se convirtió en nuestro petróleo hace 60 años cuando Fraga entendió que había que abrir España a las suecas en bikini. Desde entonces hasta hoy la plaga no cesa, pero le seguimos pidiendo más a una industria que ya va a tope. Debemos entender que nuestro modelo no se puede estirar más, que no cabe más gente sin cargarnos el paraíso. Pascal entendió que el mal le llegaba al hombre por no haberse quedado en su habitación en silencio y a solas, escuchando su voz. Hoy todo es jolgorio y ruido, zumba el enjambre de gorritas, mochilas y móviles que hacen fotos que nadie ve. La sociedad de la nada se repliega hasta el año que viene. Benditas sean las hordas que se marchan a su casa, benditos estos días de «setiembre» para olvidarse de la plebe, para disfrutar la soledad.
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