Salud
El ejercicio físico ayuda a frenar el deterioro cognitivo del Parkinson
La enfermedad afecta a más de 10 millones de personas en todo el mundo y es la segunda patología neurodegenerativa más prevalente
Un estudio desarrollado en el Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBiS) y liderado por los investigadores Pablo Mir y Michel Grothe, con Patricia Diaz-Galvan como primera autora, aporta nuevos datos sobre cómo la práctica regular de ejercicio puede frenar los procesos neurodegenerativos que afectan a la cognición en la enfermedad de Parkinson, según informó la Universidad de Sevilla.
Estos descubrimientos, recientemente publicados en la revista científica Neurology, abren la puerta a revisar las estrategias terapéuticas actuales e incorporar el ejercicio físico como una herramienta esencial para ralentizar la progresión de esta enfermedad neurodegenerativa.
La enfermedad de Parkinson afecta a más de 10 millones de personas en todo el mundo y es la segunda patología neurodegenerativa más prevalente, solo por detrás del Alzheimer. Hasta ahora, las estrategias terapéuticas se han centrado principalmente en tratamientos paliativos orientados a aliviar los síntomas motores. Sin embargo, en los últimos años la actividad física ha emergido como una intervención prometedora, con potencial no solo para mejorar la función motora, sino también para influir en la progresión de la enfermedad.
Diversos estudios han demostrado que el ejercicio físico regular no solo atenúa los síntomas motores, sino que además puede ralentizar o reducir el avance de otros síntomas asociados al Parkinson, como el deterioro cognitivo. Este último, que puede aparecer incluso en fases tempranas de la enfermedad, tiene una elevada prevalencia y un profundo impacto en la autonomía y la calidad de vida de los pacientes y sus familias. Comprender cómo la práctica regular de ejercicio físico afecta a largo plazo a la evolución de la enfermedad definida por la aparición y progresión del deterioro cognitivo es, por tanto, clave para diseñar estrategias que ayuden a mejorar la vida de las personas con Parkinson.
En este contexto, surge una pregunta crucial: ¿puede la actividad física frenar los procesos de degeneración cerebral y convertirse en una intervención capaz de modificar la evolución natural de la enfermedad de Parkinson? La neuroimagen se presenta aquí como una herramienta esencial, al permitir observar directamente cambios en el cerebro y desvelar los mecanismos biológicos que sustentan los beneficios del ejercicio en el Parkinson.
El estudio longitudinal de neuroimagen: seguimiento a 120 pacientes durante cuatro años
Para investigar cómo la actividad física puede influir en la progresión de la enfermedad de Parkinson, el equipo analizó datos de 120 pacientes en fases iniciales de la enfermedad, recogidos previamente en la cohorte internacional Parkinson’s Progression Markers Initiative (PPMI). Este ambicioso proyecto, que sigue a cientos de personas con Parkinson desde su diagnóstico, ofrece una oportunidad única para estudiar los cambios cerebrales a lo largo del tiempo.
Durante cuatro años de seguimiento, los participantes de la cohorte PPMI fueron evaluados periódicamente en sus niveles de actividad física mediante el cuestionario Physical Activity Scale for the Elderly (PASE) y se sometieron a resonancias magnéticas de alta resolución que permiten analizar la estructura cerebral. Estas imágenes sirvieron para medir el grosor de la corteza cerebral y el volumen de estructuras profundas como el hipocampo y la amígdala, áreas clave diana de neurodegeneración en la enfermedad de Parkinson.
“Gracias al análisis de estos datos longitudinales hemos podido observar cómo el ejercicio regular se asocia a una menor pérdida de tejido cerebral en regiones vulnerables al Parkinson”, explica la Dra. Patricia Diaz-Galvan, primera autora del estudio.
¿Qué beneficios aporta la actividad física?
El estudio demuestra que los pacientes con Parkinson que mantenían un mayor nivel de actividad física a lo largo del tiempo presentaban una menor pérdida de grosor cortical en regiones claves de la corteza temporal y parietal, así como una menor atrofia en estructuras profundas como el hipocampo y la amígdala. Estas áreas del cerebro están directamente relacionadas con funciones cognitivas fundamentales: la corteza temporoparietal interviene en la atención y el procesamiento de la información, el hipocampo es clave para la memoria y el aprendizaje, y la amígdala participa en la regulación y la memoria emocional.
De forma especialmente relevante, los análisis estadísticos mostraron que el efecto neuroprotector del ejercicio sobre estas regiones medió gran parte de los beneficios observados en el rendimiento cognitivo. Es decir, la preservación de la estructura cerebral gracias a la actividad física explicó en parte por qué los pacientes más activos obtenían mejores resultados en tareas de memoria verbal, atención sostenida y velocidad de procesamiento de la información.
“Sabíamos que el ejercicio ayuda a mejorar los síntomas motores del Parkinson, pero estos hallazgos van más allá: demuestran que la actividad física protege áreas del cerebro críticas para la función cognitiva y que este efecto neuroprotector es una pieza clave en el retraso del deterioro cognitivo”, destaca el Dr. Pablo Mir, investigador principal del estudio. “Esto refuerza la necesidad de considerar el ejercicio regular como un pilar fundamental en el tratamiento del Parkinson desde las fases más tempranas.”
Los investigadores subrayan la importancia de integrar programas de ejercicio físico en la práctica clínica habitual desde fases tempranas de la enfermedad. En este estudio, la actividad física fue evaluada en el propio contexto de la vida cotidiana de los participantes mediante el cuestionario Physical Activity Scale for the Elderly (PASE), una herramienta sencilla y validada que permite captar de forma realista la cantidad y el tipo de actividad que las personas realizan en su día a día. Este enfoque ofrece la ventaja de reflejar mejor los hábitos de actividad física en situaciones reales, lo que aporta una perspectiva más cercana a la práctica clínica y facilita la transferencia de estos hallazgos a recomendaciones concretas para los pacientes.
Además, la neuroimagen ha sido clave para comprender cómo el ejercicio protege al cerebro y podría utilizarse en el futuro como herramienta para monitorizar la evolución de la enfermedad y evaluar la respuesta a intervenciones no farmacológicas.
Esta investigación ha sido financiada por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España e Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) con la co-financiación de: la Unión Europea, la Consejería de Economía, Innovación, Ciencia y Empleo de la Junta de Andalucía, la Consejería de Salud y Bienestar Social de la Junta de Andalucía, la Consejería de Salud y Consumo de la Junta de Andalucía y la Consejería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades de la Junta de Andalucía.
Este proyecto ha sido posible por la colaboración del Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Neurodegenerativas (CIBERNED), Universidad de Sevilla, Centro Alzheimer Fundación Reina Sofía (Fundación CIEN), y Universidad de Gotemburgo (Suecia).