La entrevista

Gervasio Posadas: «El éxito puede convertirte en un auténtico imbécil»

El libro «El fracaso de mi éxito» es un retrato ácido, hilarante y melancólico del oficio de contar historias

Gervasio Posadas
Gervasio PosadasEuropa Press

El escritor Gervasio Posadas ha tenido una hija a los cincuenta y muchos. Y ha escrito una novela que empieza con matanza. Dos maneras distintas, y no excluyentes, de poner la vida patas arriba. Lo ha hecho con «El fracaso de mi éxito» (Espasa), una sátira del mundo editorial que mezcla autoficción, taxistas «sabios», adolescentes contestatarias y amigos puristas que reniegan de cualquier veleidad contemporánea. Un retrato ácido, hilarante y melancólico del oficio de contar historias y del narcisismo cultural en tiempos de redes.

¿Qué tiene el fracaso que no tenga el éxito?

Más desagradecidos, menos recompensas, pero también más humanidad. A veces el fracaso es la vía rápida para el éxito y, si no tienes unos cuantos, acabas convirtiéndote en un auténtico imbécil.

Dices que vivimos una «epidemia de estupidización» peor que el Covid. ¿Exageras o lo ves claro?

Lo dice un personaje, pero es fácil estar de acuerdo. Hemos perdido la capacidad de aburrirnos. Nadie se queda sentado mirando al cielo o un banco vacío, todo el mundo está haciendo algo con el móvil. No miramos hacia dentro, y eso nos hace más bobos.

¿Las redes sociales son herramienta o virus?

Las dos cosas. Han fomentado la lectura en algunos entornos, pero también han generado adicción y mucha desinformación. Es más fácil difundir un bulo que una verdad contrastada.

Uno de tus personajes dice que la juventud estaría mejor sin Facebook ni Twitter. ¿Eres nostálgico?

Es fácil caer en el «antes jugábamos en la calle», pero cada época tiene lo suyo. Eso sí, ahora tenemos mucho contacto digital y poco real.

Te ríes con el mundo literario, no del mundo literario. ¿Cuánto postureo hay en la llamada cultura?

Muchísimo. Hay políticos, presentadores, deportistas que quieren ser considerados escritores. Como tienen seguidores, publican. Y muchos escritores de siempre los ven como unos nuevos ricos que vienen a quitarles el sitio. Hay mucho literato intruso.

La relación con su hija, la figura del amigo leal (Jacinto), el taxista confesional, incluso la agente literaria… ¿Cuánto hay de realidad disfrazada en estos personajes?

Son reales, pero buscadamente estereotipados. El taxista que cree conocer el mundo desde su burbuja, la hija rebelde con otra mirada, el amigo que no tolera licencias literarias. Quería que fueran representativos de realidades culturales.

¿Qué opinas del valor del libro frente a la cultura del entretenimiento? ¿Qué pasa cuando una entrada para El Prado vale la mitad que otra para el Museo del Real Madrid?

La cultura del espectáculo entra más fácil. Y, además, no tenemos paciencia para el contexto. Para disfrutar del Prado necesitas un mínimo de contexto. Y eso no siempre se tiene. Es más fácil conocer el contexto del Real Madrid que el de Velázquez.

Si el fútbol, al que le dedicas buena parte de la trama, es el opio del pueblo; la cultura es…

Ojalá fuera el opio del pueblo. Pero muchas veces a la gente le gusta más la idea de la literatura que la literatura en sí. Las encuestas dicen que leemos mucho, pero luego miras a tu alrededor y no cuadra.

En la novela, Gonzalo sufre porque su hija Pilar –adolescente, hiperconectada y alérgica a los libros– nunca ha leído nada suyo. ¿Te da más miedo la indiferencia de un lector o la mirada de alguien que te quiere y no te comprende?

No tengo tanta presión porque no soy un bestseller. Escribo lo que me apetece. Esta novela la hice en los huecos que me dejaba mi hija pequeña. Quería algo que me divirtiera, que pudiera escribir a las seis de la mañana o a las once de la noche.