"El bloc"

La manta de Juan Espadas

"La formación de Gobierno en los términos que se intuyen, o sea, daría paso a un cuatrienio de agravios entre comunidades tremendos, casi prebélicos"

Juan Espadas, durante su intervención en el Senado, y Juanma Moreno
Juan Espadas, durante su intervención en el Senado, y Juanma MorenoEuropa Press

El único vuelo intrarregional que se oferta en Andalucía, la línea Almería-Sevilla, cubre la misma distancia por carretera que el enlace aéreo Madrid-Bilbao, operado mañana lunes en seis horarios por dos compañías distintas. El pacto Sumar-PSOE para la segunda legislatura sanchista prevé suprimir los aviones a destinos alcanzables en menos de dos horas y media en tren, así que quizá podrá volarse de la capital autonómica a Granada (2 horas y 43 minutos por ferrocarril) y se acuerde con Fabian Picardo el uso del aeródromo de Gibraltar para unir por aire San Pablo con Algeciras, ya que la opción más rápida de Renfe se va a las cinco horas y cuarto. O, quizá, convendremos que el escarnio de la izquierda nacional (digamos estatal, para no ofender a la España de los centrifugadores) a los andaluces entra dentro de su lógica sectaria… pero no se entiende que Juan Espadas, todavía líder de la federación meridional, se preste a perorar en el Senado a favor de semejante sindiós. La formación de Gobierno en los términos que se intuyen, o sea, daría paso a un cuatrienio de agravios entre comunidades tremendos, casi prebélicos. Defender eso lo convierte en un mal andaluz y en un peor socialista, como no se cansan de repetir ilustres paisanos y conmilitones. La socorrida teoría de la manta también tiene vigencia en política, un ecosistema delicado en el que los mimos excesivos a unos territorios condenan a la marginalidad en otros. A Chusa Montero, a Alfonso Celis, al propio senador Espadas y al manojo de socialistas andaluces que pastan en presupuestos madrileños les va la manduca en la continuidad de Pedro Sánchez. El resto debe prepararse para una existencia de palmero hambriento, porque van a tardar tres generaciones en recuperar algo de poder local.