
Hábitos
¿Cierras la puerta para dormir? Los 6 rasgos de la personalidad que te definen, según la psicología
Expertos del ámbito de la salud mental sugieren que, al crear un espacio protegido, disminuyen los niveles de estrés y se facilita un descanso reparador

A lo largo de la vida cotidiana, muchas de nuestras decisiones parecen inocuas, casi triviales. En este sentido, pequeños gestos diarios pueden decir mucho más de lo que creemos sobre nuestra personalidad y necesidades profundas. Uno de estos hábitos es el de decidir dormir con la puerta de la habitación cerrada o abierta.
Lejos de tratarse de una mera opción práctica, la elección de cerrar la puerta al dormir está íntimamente ligada, según diversos psicólogos, con aspectos fundamentales de la mente humana.
El primer motivo que subyace tras esta costumbre es la necesidad de seguridad, tanto física como mental. Sentir que uno tiene cierto control sobre lo que le rodea y establecer barreras ante influencias externas es una máxima básica para el bienestar personal. Al cerrar la puerta, se crea un espacio simbólicamente resguardado.
Más allá de la seguridad, otra de las razones apuntadas por expertos es la búsqueda consciente de soledad. Hay quienes disfrutan del momento previo al sueño como si fuera un pequeño retiro personal y, al aislarse entre cuatro paredes, encuentran el silencio y la calma necesarios para desconectar del bullicio exterior. Este gesto de cerrar la puerta se convierte en un pequeño ritual de fortalecimiento del espacio personal: una oportunidad para meditar, reflexionar o, simplemente, disfrutar de unos minutos de paz.
El autocuidado también aparece ligado a esta dinámica. Expertos del ámbito de la salud mental sugieren que, al crear un espacio protegido, disminuyen los niveles de estrés y se facilita un descanso reparador. Más allá del descanso físico, se promueve también el equilibrio emocional; algo tan sencillo como cerrar la puerta puede convertirse así en una estrategia efectiva para cuidar el propio bienestar.
La independencia es otro valor destacado en estos casos. Decidir quién entra en nuestro espacio más íntimo refuerza una sensación de autonomía y poder sobre el propio entorno. Finalmente, puede resultar paradójico, pero clausurar la puerta no equivale a encerrarse, sino que puede representar una forma de libertad: la de ser uno mismo sin influencias ni presiones ajenas.
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