Entrevista
Pedro Simón: "Antes de llevarle a una residencia, pregúntale si será feliz"
En «Los siguientes» aborda el estorbo de los mayores en la sociedad de consumo, los grandes dependientes a edad temprana y el viaje generacional con las mochilas de la soledad y la culpa
Pedro Simón no es un bien queda como escritor. Utiliza la literatura para remover conciencias y contar historias sobre temas de los que pocos se atreven. En «Los Siguientes» (Espasa) aborda asuntos como el estorbo de los mayores en la sociedad de consumo, los grandes dependientes a edad temprana y el viaje generacional con las mochilas de la soledad y la culpa. Una novela sobre la familia, que nos llegar a resultar muy familiar.
Escuché hace poco que el alzhéimer acaba con la memoria de la persona y destroza el corazón de los familiares.
Una gran verdad. Sí, cuando papá se puso a olvidar todos nos pusimos a recordar. Pasa de ver cómo un tipo que te ha subido a hombros, llevado de la mano, al que has mirado hacia arriba … a un momento de la vida en que es más bajito que tú y te reclama el brazo para poder sostenerse. Abres el álbum familiar y te das cuenta de que se ha convertido en un cementerio de instantes.
El inicio de la novela te deja con la patata helada. Empezamos la vida cagando y hay quien termina de la misma manera.
Hay un momento en la vida que comienza lavándole el culo a tu hijo y termina cuando se lo limpias a tu padre. Cuando buscas una guardería para los niños y luego una residencia para tus padres. El paso del tiempo transcurre como la cita con un dentista que te lo va arrancando todo, incisivos, colmillos, muelas … y cuando te lo quita todo, el de la bata blanca llega a la sala de espera y pregunta: ¿y el siguiente? Que pase.
Describes un ciclo de vida que suena mucho: se muere un familiar, acompañamos todos unidos en el duelo, prometemos luego que nunca lo dejaremos solos para después empezar la feria de un mes con cada uno. El siguiente paso es la residencia y el camposanto.
Te vas dando segundas oportunidades hasta que se acaban. La familia es como el Guadiana que aparece y desaparece, usamos o tiramos, pero que al final sabes que es tu puerto de refugio. Por eso mismo, y porque descuidamos a nuestros seres queridos ya sea por egoísmo o el ritmo de vida, aparece el remordimiento.
Sobre todo, cuando tienes que decidir un lugar «donde va a estar muy bien cuidado, mejor que en la casa…».
Antes de llevarlo a una residencia pregúntale si allí será feliz, antes que si va a estar mejor atendido. La cuestión es cómo quedarte con la conciencia tranquila, pero la culpa vuelve. Un amigo me lo contó con una imagen muy gráfica. Es como sacar a mi padre de la pantalla del Windows o en una carpeta destacada en «Mis Documentos» para trasladarlo a la papelera de Reciclaje. Pero no hay botón que «vacíe el contenido».
Hay otra parte de la trama que se centra en cómo la vida se quiebra de forma sobrevenida. Un accidente que deja a un niño «vivo y muerto dentro de un cuerpo». Un terremoto.
La literatura está para atreverse a hablar de las cosas incómodas. La vida de vez en cuando nos da un sopapo que se te quitan las tonterías de inmediato. Como la muerte prematura de un niño o vivir con un cerebro infantil toda la vida. Es el caso que cuento de un niño con parálisis cerebral y de esa madre que un minuto antes le estaba dando el pecho pensando en que no se podía ser más feliz y de repente estás en el mayor de los infiernos.
Un infierno que ha venido para quedarse. A veces en forma de palabras dulces.
Hay que llamar a las cosas por su nombre para no tomarte el pelo a ti mismo. Sobre todo cuando no hay ninguna elección y la situación es durísima. Me lo contaba Andrés Aberasturi, que tenía un hijo paralítico cerebral que ha fallecido hace poco. ¿Diversidad funcional? ¿Puede volar mi hijo? ¿Puede atravesar paredes? Es mejor hablar claro porque lo otro es ridiculizar. ¿Un angelito del cielo? Qué cojones.
✕
Accede a tu cuenta para comentar