Salud

Automoribundia

Tanto y tanto insisten los demógrafos especializados en ese tipo de especulaciones que uno acaba por rascarse, perplejo, la cabeza ante la absurda conclusión de que mis compatriotas son, después de los japoneses, quienes más años viven sobre la faz de la tierra

Deberíamos ser los primeros en morirnos y no los penúltimos | Archivo
Deberíamos ser los primeros en morirnos y no los penúltimos | Archivolarazon

Tanto y tanto insisten los demógrafos especializados en ese tipo de especulaciones que uno acaba por rascarse, perplejo, la cabeza ante la absurda conclusión de que mis compatriotas son, después de los japoneses, quienes más años viven sobre la faz de la tierra

Así tituló su autobiografía Ramón Gómez de la Serna, que era, como muchos años después lo sería Cela, un escritor de ocurrencias. E ingeniosa ocurrencia fue, en efecto, titular así, pisando los talones de la muerte, lo que debía haber sido un relato en pos de la vida. Cierto es que, en todos los procesos de ésta, también en el por lo general frustrado amor de las parejas, suele hablarse del “comienzo del fin” sin reparar en que el amor empieza a terminar cuando el amor comienza. No sé por qué se me ha venido hoy a las mientes todo esto cuando me disponía a escribir esta columna. Su tema, o tal era al menos mi intención, es el asombro que desde hace ya mucho tiempo me producen las estadísticas de expectativa de vida referentes a la longevidad de los españoles. No es que yo dé mucho crédito a ese tipo de investigaciones, lastradas casi siempre por la incompetencia, la mala voluntad, los intereses creados, el pensamiento volitivo o la imposibilidad de recabar datos fehacientes, pero tanto y tanto insisten los demógrafos especializados en ese tipo de especulaciones que uno acaba por rascarse, perplejo, la cabeza ante la absurda conclusión de que mis compatriotas son, después de los japoneses, quienes más años viven sobre la faz de la tierra. Absurdo, digo, porque los parámetros de nuestra vida cotidiana contradicen todo lo que la Medicina asegura: comemos mucho más de lo necesario y a deshora; ingerimos alimentos procesados, congelados, manipulados, edulcorados y grasientos; hablamos a voces y nos pasamos la vida en los bares, de discusión en discusión, con el estrés que eso genera; nos tomamos en serio la política; pasamos horas y horas apoltronados en el sofá mientras discurren ante nosotros los patadones de los futbolistas y las cominerías de la telecaca; nuestro índice de masa corporal raya en lo estratosférico; consumimos antibióticos y antiinflamatorios a mansalva; trasegamos cerveza por pintas y cócteles de vaso largo; nos tumbamos horas al sol para que éste socave nuestras defensas y destruya nuestras células; entramos a menudo en locales de comida rápida acompañados por nuestros hijos; bebemos refrescos embotellados... En fin: que deberíamos ser los primeros en morirnos y no los penúltimos. Todo se andará cuando lleguen a la edad provecta los millennials. A mí, que conste, plin, porque dentro de dos semanas cumplo 83 años y, según las estadísticas, ya debería estar muerto.