Ataque yihadista en Francia
Distopía yihadista
Las cifras resultan mareantes. Francia ha doblado el número de nacionalizados que se han radicalizado en el último año. Los servicios de seguridad alemanes alertan de que el número de combatientes extranjeros en Siria e Irak sigue en aumento. El Califato del Estado Islámico es un polo de atracción para determinados sectores de la población musulmana europea. ¿Por qué?
El sociólogo de la prestigiosa Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París Farhad Khosrokhavar, experto en radicalización, establece dos fuentes de extremismo. La primera es a través de la participación en foros o centros de proselitismo. Tradicionalmente los principales “agujeros negros” en Europa han sido las cárceles y las mezquitas pero en los últimos años ha irrumpido un tercer campo de batalla: Internet. La segunda fuente de extremismo son los viajes al extranjero. Los hermanos Merah (responsables del ataque a la escuela judía de Toulouse) estuvieron en Pakistán; Nemmouche Mehdi (autor del ataque al Museo Judio de Bruselas) en Siria; los hermanos Kouachi (terroristas del Charlie Hebdo) en Yemen y Abaaoud y Salah (del comando de Bataclán) se entrenaron en Raqa, Siria.
Para debilitar al Estado Islámico parece imprescindible acabar con la historia de éxito que supone el Califato de Al Bagdadi en Irak y Siria. La principal diferencia entre Al Qaeda y el Estado Islámico es la conquista del territorio, el establecimiento de unas fronteras -sometidas a un continuo proceso de expansión- y el levantamiento de unas estructuras de Estado. Lejos quedan las guaridas en las montañas de Tora Bora en Afganistán o en el Valle del Swat en Pakistán. Los combatientes extranjeros acuden a Siria en busca de la Utopía yihadista. Jóvenes desencantados con sus sociedades de acogida u origen que encuentran en la religión un relato vital, una causa colectiva a la que acogerse. Pero el Califato no es una Utopía en el sentido tradicional del término. Más bien una Distopía. A diferencia de otros regímenes totalitarios que ocultan sus crímenes a la sociedad y promocionan su Estado como una arcadia feliz; el Estado Islámico ha utilizado la barbarie y el horror como herramienta de reclutamiento. Pocas veces en la historia de la Humanidad un régimen dictatorial ha enarbolado con tanta claridad y cinismo el valor del horror sin la necesidad de maquillarlo con falsas promesas o esperanzas.
Los vídeos de la decapitación del reportero de guerra americano James Foley, la detonación de un vehículo con cuatro rehenes por parte de un niño de apenas 5 años o la camioneta de cadáveres de Abaaoud sirven para extender el terror en Occidente y para dejar claras sus intenciones. El EI ha sabido manejar con eficacia la fascinación del mal.
La campaña militar de la coalición internacional en Siria e Irak debería concentrarse en la degradación y extinción del Estado Islámico pero la falta de una estrategia común entre los distintos actores internacionales involucrados en la guerra y la aún más compleja defensa de intereses contrapuestos juega a favor del Estado Islámico.
En cualquier caso toda batalla en el exterior debería ir acompañada con un intenso trabajo dentro de nuestras sociedades. Hay grandes lagunas en el funcionamiento de los mecanismos de detección e identificación de los extremistas. En este punto la colaboración de las comunidades musulmanas y de las propias familias se antoja esencial. Los últimos comandos yihadistas en Francia se han cimentado sobre vínculos familiares. Los hermanos Merah, Kouachi, o Salah así como la relación de Coulibaly y su mujer, Hayat Boumeddiene o Abaaoud y su prima Hasna Aitboulahcen. Las familias deben estar concienciadas del papel esencial que pueden desempeñar para evitar que su entorno culmine ese viaje de no retorno a la yihad. Khosrokhavar asegura que cuando un individuo alcanza el estado de querer morir por una ideología en ese mismo momento también es capaz de matar por ella. Hay que impedir esa mutación.
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