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Cuando salí de Cuba...

Cuando salí de Cuba...
Cuando salí de Cuba...larazon

Llevo varios días tatareando esta canción, se repite insistentemente y no puedo sacármela de la cabeza, debo de estar mayor, por la canción digo.

“Nunca podré morirme,

mi corazón no lo tengo aquí.

Alguien me está esperando,

me está aguardando que vuelva aquí”

El autor, lo aclaro para los más jóvenes, es Luis Aguilé, un cantante argentino que vivió la mayoría de sus años en España. La escribió y se popularizó en los años 60, cuando tuvo que salir de Cuba donde estaba radicado y era un ídolo entre los jóvenes cubanos. Pronto se convirtió en un himno patriótico para los miles de isleños que huyeron a Miami, contrarios a la revolución castrista:

“Cuando salí de Cuba,

dejé mi vida, dejé mi amor.

Cuando salí de Cuba,

dejé enterrado mi corazón”

Pues bien, esta canción que ronda desde hace días mi cabeza, vino a mí escuchando a un gran amigo. Coincidimos en Tenerife e Ibiza por motivos de trabajo, y entre varios médicos y amigos estaba Ernesto, cirujano vascular que nos hizo reflexionar sobre la universalidad de la medicina. Charlando de lo divino y de lo humano, de lo importante que es la formación, de cómo los médicos somos médicos en cualquier parte del mundo, dando igual las ideas que uno pueda tener. No importa donde se haya nacido ni donde se ejerza la medicina, en una ciudad o en un pueblo pequeño y remoto. Lo único que debemos tener es ilusión y el amor a la profesión, que hay que luchar para alcanzar los sueños y una vez comenzado el camino no debemos mirar atrás, recordando siempre que el camino más largo comienza con un pequeño paso...

Ernesto tiene como cada uno de nosotros, a lo largo de este camino que es la vida, unos momentos y experiencias que inevitablemente le han dejado huella y quiso compartir con nosotros:

Nacido en La Habana, de madre española oriunda de Barcelona, se formó como médico en Instituto Nacional de Angiología y Cirugía Vascular de la Habana. Viviendo en esa ciudad solicitó la ciudadanía española en el año 1991, concediéndosela cuatro años después. En ese tiempo de espera hizo la residencia de médico de familia y término su especialidad, con la idea de viajar a la tierra de su madre con su pasaporte español.

Al tiempo que realizaba su examen para finalizar el cuarto año, el gobierno cubano dicta la orden de que “a los médicos que quieran salir de la isla les sea rechazado el visado”, prohibiéndoseles así su salida del país.

Con su pasaporte español y como quien no sabe nada, se dirige a las autoridades cubanas y solicita el permiso de inmigración para viajar a España. La respuesta de las autoridades cubanas es que: “dentro de Cuba usted es ciudadano cubano, y para salir de Cuba tiene que hacer los trámites como cualquier cubano. La ciudadanía española la ejerce usted fuera de Cuba, para nosotros no existe la nacionalidad española

Eso supuso un jarro de agua fría para una persona como él, que aspiraba a viajar, a conocer otros países y sobre todo la tierra de sus ancestros. Pero el hambre agudiza el ingenio y comienza entonces una historia que bien podría ser una novela entre picaresca y suspense.

En un municipio de cerca de La Habana se entera de que hay un jefe de la policía que vende falsificaciones del documento de identidad. Necesitaba un documento en el que figurase una dirección distinta a la del documento verdadero.

Para salir de Cuba los funcionarios de inmigración te verifican los datos, en la cuadra donde vives, y se hace a través del CDR (Comités de Defensa de la Revolución, una estructura controlada por el Estado que ejerce la misión de vigilar y controlar la vida de los cubanos). En la casa donde Ernesto vivía desde pequeño todo el mundo le conocía y sabían que era médico, lo que significaba que inmigración no debía preguntar en su edificio.

En un barrio de La Habana que se llama Palo Cagao, una zona donde no se conoce el asfalto, un barrio gris y marginal, de esos barrios pobres de la Habana, donde todo se compra y se vende, donde no valen los cheques, ni las tarjetas de créditos, donde todo se paga en dólares y con efectivo, Ernesto localiza al fotógrafo falsificador, y después de 15 días y 300 dólares, consigue su nuevo DNI, con su nombre autentico y dirección falsa. La nueva dirección era en casa de su cuñada, donde hubo que sobornar a la presidenta del CDR por un par de botellas de ron antes de la obligatoria comprobación de inmigración.

Tras un periplo rocambolesco, del que estoy convenciendo a mi amigo Ernesto para que refleje negro sobre blanco en una novela, llegó al fin a España... y son ya muchos años. Dejó familia y amigos a más de 8.000 km de distancia, y llegó en un lugar desconocido por alcanzar una meta. Miedo, incertidumbre, lágrimas, sonrisas, otra lengua , convalizaciones medicina, especialidad, trabas y veces carcajadas, una mezcla de desilusión y alegría que dan forma a una historia algo grotesca y a veces surrealista donde al final se impone el conocimiento sin puertas universal de dedicación y estudio como en todas las profesiones , pero que esta se llama Medicina.

Historias de un luchador, y su forma divertida de contarlas, hacen que venga a mi cabeza esa canción. Homenaje a los que luchan por un sueño como el de Ernesto, que quiso ejercer la medicina en España.

Prometo contar pronto otra de sus divertidas anécdotas sucedidas con una pierna en Barcelona...