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La encrucijada de la Defensa
En la Conferencia sobre Acción Política Conservadora, Donald Trump habló de aumentar y modernizar la estrategia de seguridad nuclear para mantener la primera posición entre la “manada”. Un comentario tan superficial, pudiera dar la sensación de que el Presidente tiene un impreciso conocimiento sobre quiénes son los ocho países con capacidad nuclear reconocida y sobre la trascendente política mundial de No Proliferación; o sobre la importancia histórica de los Tratados de Reducción y Limitación de arsenales negociados entre las dos grandes superpotencias; o sobre el éxito que ha significado la acción multilateral contra el desarrollo del programa nuclear iraní. Pero lo cierto es que el desafortunado exabrupto de Trump, advierte de un proyecto político inminente y complicado: Estados Unidos va a iniciar un proceso de rearme y modernización militar acorde con la necesidad de actualizar su fuerza militar a los nuevos desafíos y consecuente con el crecimiento económico y la expansión del presupuesto.
Pero la certeza sobre la redefinición de la estrategia y gasto militar conlleva en sí dos incertidumbres, que quizá se encontraban implícitas en las palabras de Trump. La primera se encuentra en la propia esencia de la ideología republicana donde a la tradicional visión washingtoniana del ala conservadora, que considera a la potencia militar como la mejor garantía para preservar la paz, se opone el planteamiento ortodoxo neoliberal que incide en la limitación de los excesos de gasto militar y de las demandas del Pentágono, cuando desequilibran los factores que propician el crecimiento económico privado. La segunda incertidumbre es más concreta. Si la administración Trump no elabora una doctrina de defensa identificando amenazas, prioridades, aliados y potenciales enemigos y zonas de riesgo, el gasto militar puede crecer, pero haciéndolo en una dirección equivocada o ineficiente.
La conservadora Heritage Foundation, afín al Vicepresidente Pence, planteó en 2016 una doctrina de reconstrucción del presupuesto militar focalizado en el incremento del gasto. Postulándose en favor de mantener tropas en Europa y Asia; el aumento del número de efectivos hasta los 490.000; fortaleciendo las alianzas tradicionales aunque forzando un mayor compromiso presupuestario y estratégico de los aliados; modernizando los arsenales nucleares; manteniendo igualmente las fuerzas aéreas y navales; y con la convicción de mitigar la amenaza regional y global irání y el compromiso de apoyar la defensa israelí, entre otras.
Por su parte, los especialistas del ultra liberal Cato Institute (Christopher A. Preble en Político (Enero 2017) y Benjamín H. Friedman en el Washington Post (Febrero 2017)) coinciden en la necesidad de reorientar la estrategia y el gasto de defensa pero de manera bien distinta. El foco de esta redefinición debiera de estar en la capacidad de reacción, “readiness”, pero definida sobre una base de potenciales amenazas que no pretendan eliminar cualquier imaginario de riesgos, algunos inciertos y predefinidos por el Pentágono de manera extensiva, según ellos. Asimismo, consideran excesiva y poco rentable la proliferación de bases militares y abogan por la reducción de las mismas. Y también consideran necesaria la revisión de determinados contratos para la adquisición de armamento.
El problema para Donald Trump, así las cosas, no parece tanto el de mantenerse como jefe de la manada global. Sino en establecer el orden de prioridades en el clan de la selva armamentística doméstica donde, a día de hoy, pelean varios aspirantes por convertirse en el próximo Rey león.
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