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Un año en Washington
Donald Trump lleva un año en la Casa Blanca y su insoportable presencia mediática y tuitera está prácticamente asimilada por la sociedad internacional. Roto y desconchado el mobiliario de las relaciones internacionales, el elefante está instalado por fin en la cacharrería. Dentro de la jaula de Washington y pendiente de las elecciones del Midterm al Congreso. Proceso que puede terminar con la mayoría republicana en ambas cámaras, y abrir el telón de un escenario mucho más complejo para Donald Trump, donde su comportamiento imprevisible, sus exabruptos y amistades peligrosas con hackers y rusos pueden situarle en el pasillo del impeachment a medio plazo.
El primer año de mandato suele valorarse en función de la puesta en marcha de los compromisos asumidos en la campaña electoral. Y en este sentido puede afirmarse que Donald Trump ha cumplido con las expectativas, situando según su criterio a América en primer lugar. Y para ello, ha desactivado los acuerdos comerciales con Asia y Europa, ha salido de la UNESCO, ha sacado a su país del acuerdo internacional para frenar la proliferación nuclear en Irán y ha fortalecido su alianza con saudíes e israelíes. Un conjunto de medidas sugeridas en parte por el realismo político de sus asesores de defensa y exteriores y en parte motivadas por el verdadero leit motiv de su primer año de mandato en política internacional: deshacer la imagen positiva y multilateral que la administración Obama había construido, para que el mundo olvide rápido que Estados Unidos es más fuerte cuando sus principios son globales y están alineados con el resto de las sociedades libres y democráticas.
En 2018 el mundo mira a Trump sin asombro, pero con preocupación. Con elecciones a las puertas en México y otros países iberoamericanos, el muro aún por construir y el narco aún por sucumbir, América puede convertirse en una imprevisible América first en inestabilidad social y política. Pero los puentes diplomáticos serán necesarios también en otros escenarios no americanos. Las relaciones entre Rusia, la Unión Europea y los propios Estados Unidos no pueden seguir precipitándose hacia el abismo de la postverdad y la presión de las fake news. La estabilización del crecimiento económico y la credibilidad del progreso democrático se tienen que fundamentar en buscar espacios y temas de consenso entre las grandes potencias. La energía, la seguridad y la resolución de conflictos son cuestiones suficientemente relevantes como para que la gobernanza global avance. Europa, Rusia y Estados Unidos deben encontrar criterios para poner en marcha el proceso de paz en Siria y avanzar en la reactivación de las negociaciones en Isarel y Palestina.
La incertidumbre de las negociaciones sobre el terreno sirio y la amenaza de prolongación del conflicto en otros escenarios mediante la actividad terrorista están presentes en la agenda internacional de 2018. La tensión estratégica entre las potencias regionales (Turquía e Irán), Al Asad, Rusia y los Estados Unidos debe de contemplar medidas urgentes de ayuda y mediación diplomática. Aunque tampoco debe de obviarse que el riesgo de una violenta bipolarización en Oriente Medio entre los ejes iraní e isarelí /saudí, puede recrudecerse si los principales implicados no actúan con un sentido humanitario y de equilibrio estratégico. Trump ha dejado claro cuáles son sus aliados en la región y Rusia cuáles son sus intereses. Pero nadie, ha asumido los costes de la reconstrucción de la región y la desradicalzación de la sociedad. Por ello, el urgente avance para desescalar la violencia, tiene que ir de la mano de una progresiva incorporación de actores que aporten iniciativas sociales, reeducativas y de activación económica.
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