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El refugio de la mediocridad
Los movimientos sociales de cambio han llegado a lo largo de la historia como fruto de descubrimientos que generaron nuevas expectativas, por abruptos enfrentamientos o gracias a la irrupción de pensamientos vanguardistas o retrógrados que se iban imponiendo en las diferentes capas sociales. El momento actual en España es de paréntesis en lo intelectual y la clase política se divide entre quienes buscan la unidad y el proyecto común y aquellos que han anidado sus siglas en el fomento de la división.
El PP está claramente enrolado en mantener el rumbo del bienestar y de encontrar los puntos de unión de la sociedad española para salir fortalecidos y poder competir en un mundo globalizado. El PSOE debe decidir qué camino toma, si el de la cercanía al histrionismo de Podemos y los partidos nacionalistas en su discurso y en su gestión, o el del partido con vocación mayoritaria y búsqueda del centro.
Los populistas –entendidos como demagogos– han utilizado algunas autonomías como banco de pruebas de sus políticas. La Comunidad Valenciana es una de ellas, como también sucede con el Ayuntamiento de Madrid. Los discursos extremistas, la generación de la división social y el odio al adversario político son banderas de enganche de los partidos que sustentan esos gobiernos regionales y municipales.
Es el deber de cualquier ciudadano de bien denunciar que detrás de esa fachada semántica no hay nada, absolutamente nada: solo la mediocridad. PSOE, Podemos, Compromís y otros partidos nacionalistas son el refugio perfecto para aquellos que destacaron por su dialéctica agresiva y que culparon a los demás de los efectos de la crisis económica.
Llegados al poder estos mesías, sin embargo, han tenido que pasar de la denuncia a la gestión; de la algarada al debate parlamentario y de la agitación de las masas al Gobierno para el bienestar de la mayoría. Claro, era imposible que cumplieran las expectativas y sus políticas se han revelado inútiles para el progreso y dañinas para la convivencia.
El consejero de Educación de la Generalitat Valenciana, Vicent Marzà, hablaba de financiación autonómica y advertía que si el PP no hacía seguidismo de sus peticiones sería “antivalenciano”. Marzà, como tantos otros referentes de Compromís, manifiesta así el verdadero “leit-motiv” de su acción política como es la aniquilación del adversario. Y el PSOE es cómplice de estas expresiones y del lenguaje belicista de esta hornada de políticos revanchistas.
Marzà actúa de forma impune en su departamento dividiendo a la sociedad entre buenos y malos valencianos, dictando un decreto lingüístico que castiga con menos horas de inglés a los niños que reciben educación en castellano y que premia con lo contrario a los padres que se decantan por la línea en valenciano.
En Sanidad, la consejera Carmen Montón, trata de laminar cualquier vestigio de colaboración privada aún a costa de la zozobra que ello causa entre el personal que desempeña sus funciones en centros sanitarios concertados. El titular de Educación también se suma a esa causa y conculca los derechos constitucionales arrinconando a los centros educativos concertados pese a que suponen un porcentaje muy elevado en la elección de los padres para el futuro de sus hijos.
Buenos o malos, valencianos o anti-valencianos, españoles o nacionalistas, corruptos o inmaculados, público o privado, bicicletas o coches, laicismo o religión. El prisma de estos gobernantes es dividir en la creencia que esa polarización social le dará rédito en las urnas por la movilización de sus bases más extremistas. Este ensayo, por contra, no es válido para la función final que representarán los ciudadanos.
¿Por qué? Muy sencillo: por su nefasta gestión. Los ciudadanos están sufriendo allá donde gobiernan los efectos de sus políticas de pancarta. La economía no repunta al ritmo que debería; las inversiones extranjeras huyen por la inseguridad jurídica que han generado con el caprichoso desprecio a proyecto generadores de oportunidades; hay suciedad en las calles; hay caos permanente de tráfico; cercenan tradiciones de siglos por el mero hecho de no compartirlas y carecen del más mínimo estándar democrático de diálogo vecinal para diseñar las políticas de progreso urbano.
Es una generación de políticos “ni-ni”. Ni han propuesto cuestiones sensatas desde la oposición, ni trabajan ahora en el ejercicio del poder, ni saben gestionar por lo que son continuamente desautorizados por técnicos y funcionarios. El populismo rancio irá menguando por el retrato insufrible de su obtuso ejercicio del poder y del cansancio que provocan sus arbitrariedades y sus extravagancias.
Resistir es fundamental y vamos a encargarnos de recordar cada día que este país es capaz de salir adelante con fuerza, con un proyecto de unión y no de división y que los efectos de la crisis económica tendremos que ir atenuándolos con empeño para recuperar la amplia base de las clases medias tan golpeadas los últimos años. En el PP no habrá refugio para la mediocridad. Dejaremos que ese patrimonio sigan ostentándolo quienes se autoproclaman como poseedores de la verdad absoluta y no toleran la divergencia porque el diálogo les espanta y solo están cómodos en el alboroto, la tensión y el revuelo.
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