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¡A tu cerebro le gusta ganar! (parte 1)
Fernando Botella, CEO de Think&Action
Sobre el fracaso y sus consecuencias existe numerosa literatura en clave positiva. Se dice, por ejemplo, que no puede haber aprendizaje sin error, que de los golpes se aprende, que a las personas se las mide no por las veces que se caen, sino por las que se levantan... Todas estas frases hechas tienen un fondo de verdad, y es que una de las grandes capacidades cognitivas del ser humano es su capacidad para extraer conocimiento útil de sus equivocaciones con el objetivo de no repetirlas en el futuro. Dicho esto, debemos matizar y aclarar el supuesto valor curativo de los fracasos en nuestra mente. Porque ni todas las meteduras de pata tienen ese efecto de vacuna frente a los errores futuros, ni nuestro cerebro está especialmente entrenado para no salirse con la suya.
Lo primero que habría que decir es que no todos los fracasos son fuentes de aprendizaje. Lo serán solo en la medida en que sepamos identificar aquellos comportamientos erróneos que nos impidieron obtener el efecto deseado, y tomemos medidas para corregirlos la próxima vez que lo intentemos. De lo contrario seremos contumaces en el error, y lo único que estaremos haciendo es entrenarnos en él. El error pasa a convertirse entonces en un hábito que se repite sistemáticamente, entrando en un bucle vicioso del que es muy difícil salir. No hay ningún tipo de aprendizaje en esa clase de fracaso.
Por otra parte, aunque podamos salir indirectamente beneficiados de un fracaso, lo cierto es que es que a nuestro cerebro no le gusta perder ni al parchís. Al cerebro lo que le encanta es ganar. El éxito es el responsable directo de que en nuestro organismo se disparen una serie de hormonas y conexiones neuronales que nos hacen, por decirlo así, más guapos, más listos y más proclives a seguir triunfando... Sí, el éxito también se entrena y puede llegar a convertirse en un hábito. Gracias a él nos sentimos tocados por una varita mágica que convierte en oro todo cuanto tocamos. De manera contraria, el fracaso hace que nuestro ánimo se resienta, que nos vengamos abajo y que llevamos, de alguna manera, la derrota pintada en la cara.
El neurocientífico cognitivo Ian Robertson ha sido uno los autores que más ha estudiado el efecto del éxito y el fracaso en el cerebro humano. Sus investigaciones, plasmadas en su libro “El efecto ganador”, intentan establecer patrones que expliquen por qué unas personas tienen más éxito en la vida que otras. Según Robertson, la química cerebral se altera significativamente cuando nos hayamos inmersos en la persecución de un objetivo. Este investigador asegura que los niveles de testosterona en sangre aumentan hasta en un 33% en una situación de juego o competición, algo que hace que se alimente nuestra necesidad de perseguir el éxito a toda costa. De igual modo, también aumentan nuestros niveles de dopamina, hormona que actúa como neurotransmisor del placer. Ambas hormonas trabajando juntas son las responsables de un estado de excitación que hace que parezcamos poco menos que indestructibles. El éxito es, de alguna manera, adictivo y hace que nos comportemos como una especie de yonquis del triunfo.
Otro investigador, Timothy Vickery, profesor de psicología de la Universidad de Delaware, también ha profundizado en los efectos que éxitos y fracasos tienen en los procesos cerebrales. En un artículo publicado en2011 en la revista Neuron señala que la mayor parte de la energía que nuestro cerebro consume diariamente está destinada a procesos competitivos y de mejora en términos de aprendizaje. Un fenómeno que este investigador relaciona con los procesos asociados a la supervivencia, la localización cerebral y la neuromorfología.
Vickery ha demostrado que éxito y fracaso competen a prácticamente a todo el cerebro, es decir, que ganar o perder son cuestiones cruciales de las que es responsable toda nuestra mente, no únicamente una parte. Para demostrarlo, este investigador recurrió a un experimento muy sencillo. Reunió a un número de personas a las que sometió a una serie de juegos simples. Mientras jugaban, los participantes eran sometidos a un escáner cerebral y a una resonancia magnética. En todos los casos, los resultados de estas pruebas mostraron que la actividad cerebral estaba repartida por todo el cerebro.
Así pues, nuestro cerebro no se toma el ganar o el perder como una moneda arrojada al aire, sino que pondrá todos sus medios, como si se tratara de un equipo profesional deportivo, en hacer que esa moneda caiga de cara. En un próximo post veremos qué técnicas podemos utilizar para entrenar a nuestro cerebro en el éxito.
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