Discapacitados
España no es para los "bajitos"
Leo en un periódico gallego que el ayuntamiento de O Porriño en Pontevedra comenzó a instalar contenedores de reciclaje accesibles a personas con movilidad reducida. Es decir, con la abertura para echar el material reciclable a una altura a la que llegan todos. La verdad, que no consigo ver la excepcionalidad de que los contenedores verdes, azules o amarillos se fabriquen cómodos para todos. Es algo que tenía que ser habitual y que no debía ocupar ni una línea de ningún periódico y por supuesto que no se merece ni una foto, y mucho menos en un diario con una tirada aceptable. Pero por desgracia no es así y vivimos en un país en el que hay que reivindicar hasta la más mínima cotidianidad.
Se imaginan ustedes que en un periódico se publique una foto de una mesa de oficina y ponga de titular: “El Consistorio instala mesas en las que los funcionarios pueden trabajar”. O una foto de una puerta en una universidad bajo el titular: “La Universidad instala puertas por las que caben los alumnos cuando entran a sus aulas”. Es algo obvio que el mobiliario es para usarse y que, a menos que tenga un diseño espectacular o cuente con una tecnología pionera, nunca es fuente de noticia alguna. En el caso que nos ocupa, sí que merece la noticia, el titular, la foto, el espacio... todo, porque la mayoría de los mobiliarios de los ayuntamientos españoles no están preparados para ser usados por todos. Si no vemos esta noticia, ¿ustedes creen que alguien al ir a tirar la basura, las botellas o las latas a sus respectivos contenedores se acordaría de que hay un sector de la población que no puede usarlos y necesita que alguien haga por ellos esa tarea cotidiana? Nada tenemos que envidiar a los americanos, ellos tiene canastas de baloncesto por todas partes y nosotros tenemos contenedores con ajustados agujeros para "lanzar"triples con botellas o latas.
Pues como eso, muchas cosas más. Y no sólo las personas con movilidad reducida, también las personas que no son altas, los niños, algunas personas mayores... etc. Cosas como por ejemplo sacar dinero del cajero, donde a veces para introducir la cartilla o llegar a la pantalla táctil casi es obligatorio llevar zancos.
También visitar la gasolinera puede convertirse en una verdadera odisea. Resulta casi inalcanzable marcar la cantidad de combustible cuando es totalmente imposible ver la pantalla, por lo que hay un 80% (por no decir un 100%) de posibilidades de solicitar gasoil en lugar de gasolina, con el consiguiente riesgo para tu coche.
Una verdadera aventura puede ser ir a casa de un amigo o ir a un despacho de abogados. Los porteros automáticos de las casas inducen a visitar sólo a gente que viva en el bajo o en el primero, porque a partir del segundo estás condenado a estar más de una hora en la calle esperando a ver si entra o sale alguien. Claro que también existe la posibilidad de llamar a uno de los bajos esperando encontrar una señora amable que te abra la puerta y darte de bruces con un señor que está hasta dónde sea de que le molesten a todas horas para que haga de “portero”.
Y no digamos nada de encender la tele en un hotel, donde se empeñan en colgar el aparato en la cima de la pared con el standby apagado. Tras una jornada agotadora al salir del baño, ya en pijama dispuesto a entrar en la cama y ver un poco de tele, se descubre que la luz roja donde debe apuntar el mando no existe, y al alzar la vista nuestros ojos divisan el botón en el horizonte.
Cortar la corriente en casa para hacer algo de bricolaje y arreglar, por ejemplo, un enchufe, más que un máster en electrónica necesita espíritu de valentía. Al llegar al cuadro de luz para alcanzar al interruptor casi hay que elevarse en ascensor, lo que pone en riesgo la vida de los menos altos.
Si se rompe el grifo de la lavadora y la casa comienza a inundarse, mejor salir corriendo que intentar cortar la llave de paso, porque al buscarla nos invadirá el terros al observar de que está ubicada en el último azulejo del baño, prácticamente pegada al techo a la vez que surge la duda de si es la nuestra o la del piso de arriba, porque está más cerca del suelo del vecino que de nuestro alcance.
Y no hablemos ya de los sitos oficiales. En muchos de ellos los mostradores de atención al público superan con creces el metro de altura, algo muy a favor de los fisioterapeutas que hay que acabar visitando después de estirar una y otra vez el cuello para ver si alguno de los funcionarios que están detrás nos divisa y podemos entregarle el dichoso papel.
Mención especial merece la Universidad. Nadie pone en duda que poco a poco estos centros se han ido adaptando y cada vez tienen menos barreras, pero la supresión de una barrera, no es todo. Cuando no se alcanza cierta estatura y vamos a los comedores universitarios se está condenado a comer varios primeros platos, a no probar ni por asomo los postres, y a beber agua. En el autoservicio, los atractivos dulces y las cervezas suelen estar situados en el inalcanzable expositor alto de las comidas, y los segundos platos al fondo, por lo que la única forma de llegar a éstos es arrastrarse literalmente sobre los primeros platos, eso sí, embutidos en plásticos en brazos y pecho para evitar salir empapados de la sopa o puré que ocupa la zona más cercana a los comensales.
En la era digital, donde las redes sociales corren a velocidad de vértigo, hacer un envío postal, cada vez menos frecuente, no deja de ser una operación de riesgo si el cuerpo se quedó en el metro y medio. Muchas de las “ventanillas” de Correos siguen en las alturas de siglos y alcanzar un impreso para certificar una carta es casi una proeza, aunque más proeza es rellenarlo en unos mostradores que también siguen a una altura de más de un metro.
Y dentro de todos estos sitios y mobiliarios cotidianos pensados para una altura a partir de 1,80cm, hay un lugar que aparece accesible, preparado y cómodo para todos: Hacienda. Las delegaciones de la Agencia Tributaria de la mayor parte de las provincias españolas fueron prácticamente los primeros lugares en los que se instalaron rampas para poder acceder en silla de ruedas; desaparecieron las ventanillas y los altos mostradores se sustituyeron por espacios entre paneles con amplias mesas donde cualquiera puede ir a cumplir religiosamente su deber con el fisco, lo que se conoce como “pagar”. Por algo se empieza.
¿Se les ocurren más sitios imposibles para las personas menos altas? Adelante, estoy abierta a hacer una segunda entrega con las fotos de los sitios que me sugieran
pelig@pelig.es
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