Castilla y León

Unamuno, Iberoamericano

Aquí ha sido, pero allí se le supo admirar desde antaño. A ambas orillas del castellano pertenece.

Alencart y Miguel Elías junto a un retrato de Miguel de Unamuno
Alencart y Miguel Elías junto a un retrato de Miguel de UnamunoPicasaLa Razón

Un simple ejercicio de búsqueda del propio sentir de Unamuno respecto a su creación poética, nos lleva, invariablemente a la América hispana. En su epistolario, el grueso de manifestaciones más profundas en torno a sus poemarios y a su propia forma de entender la poesía y de escribirla, se encuentra en las cartas que escribiera a sus amigos y corresponsales americanos.

Veamos solo algunos ejemplos. Al escritor boliviano Alcides Arguedas, le dice en 1911: “Mi poesía entra más lentamente que mi prosa, pero entrará, ¡vaya si entrará!”, comentándole también que todavía no había podido cubrir el gasto que le supuso publicarse sus dos primeros poemarios (Poesías y Rosario de sonetos líricos). Parece increíble, cuando ya entonces Unamuno era urgido por los impresores para publicarle lo que sea, pero en prosa. Mas todo poeta sabe que no importa el desdén o el desvalor que den a sus textos, y sigue con su escritura, y costea su edición si es necesario, aunque no logre recuperar la inversión material., como el vasco de Salamanca confiesa a Arguedas, “y eso que son mis obras favoritas”.

¿Pensar el sentimiento y sentir el pensamiento? Pues claro, y para la parte del sentir tuvo cierto asidero en la obra del cubano José Martí, especialmente con su libro Versos sencillos, como le reconoce en 1928 al escritor puertorriqueño Artemio Precioso: “Y cuando pienso en Martí, que tanto me ha enseñado a sentir”.

Antes, en octubre de 1909, le escribe al poeta chileno Ernesto A. Guzmán, la primera voz de hermandad poética que escribió sobre sus poemas (luego sería Darío, con un texto publicado en La Nación, de Buenos Aires, en marzo de 1909 y que el poeta pondría de prólogo a su libro Teresa): “Y de esos otro de que sea la nuestra poesía cerebral y no cardial, de ideas y no de sentimientos, de eso he de escribir de largo. Hay pobres gentes que no sienten las ideas. Ignoran, además, que el sentimiento es cerebral. Para ellos pasión se reduce a pasión de carne, pasión animal. No comprenden que en una sentencia de Spinoza hay más sentimiento, más pasión, más poesía que en cientos de insípidos madrigales a la novia. La sensualidad es con la artificiosidad otra plaga de la verdadera poesía”.

Hablando del nicaragüense Rubén Darío, de un linaje poético diferente al de Unamuno, verdad es que fue uno de los principales introductores del rector en la prensa argentina y del resto del continente. En un lejano 1899 escribe don Miguel: “Usted sabe bien, amigo Darío, cuánto ensancha el pecho del alma el sentirse escuchado y comprendido y el recibir el eco de nuestra voz, enriquecida y transformada al sernos devuelto por otro espíritu”.

Ahora bien, y a pesar de las diferencias, lo importante es que Darío fue el primero que supo entender que Unamuno fue, es y será esencialmente Poeta, aunque escriba en prosa. Y lo hizo en círculos donde, entonces como hasta hoy, poco se ha valorado su obra poética; personas especialmente desdeñosas ante un intelectual que, a los 43 años, también quería ser poeta. Extraigo del citado artículo: “Y cuando manifesté delante de algunos que, a mi entender, Miguel de Unamuno es ante todo un poeta, y quizá sólo eso, se me miró con extrañeza y creyeron encontrar en mi parecer una ironía…. Si poeta es asomarse a las puertas del misterio y volver con, en los ojos, un vislumbre de lo desconocido. Y pocos como ese vasco mete su alma en lo más hondo del corazón de la vida y d la muerte. Su mística está llena de poesía, como la de Novalis. Su pegaso, gima o relinche, no anda entre lo miserable cotidiano, sino que anda siempre en vuelo de trascendencia. Sed de principios supremos, exaltación de lo absoluto, hambre de Dios, desmelenamiento del espíritu sobre lo insondable, tenéis razón si me decís que todo eso está muy lejos de las mandolinas. Pero las mandolinas no son toda la poesía…”.

Unamuno, Iberoamericano. Aquí ha sido, pero allí se le supo admirar desde antaño. A ambas orillas del castellano pertenece.