Opinión
Fuera miedos
“Nada hay en el mundo que no pueda lograrse si uno se esfuerza; Medita las enseñanzas orientales, tan útiles para nosotros, occidentales obsesionados con que nada cambie”
Los lectores, a los que me debo, me reclaman gacetillas esperanzadoras. Dejarme de vainas y ocuparme, más bien, de esas fuentes de vida de las que apenas se habla. Así lo vengo haciendo, con el agradecimiento de quienes esperan estas letricas cada semana y así voy a seguir. Hoy le toca al miedo. Mejor dicho: a esos miedos que nos paralizan y menoscaban la ilusión.
Pues nada de miedos: aprende a aceptar, aunque no entiendas y ama a lo bestia, amable lector; porque donde hay amor, no hay miedo. Quiere y se paciente y actúa rectamente. Te irá mejor. Nada hay en el mundo que no pueda lograrse, si uno se esfuerza en tiempo y forma y no recela más de la cuenta; hacerlo, obstaculiza las posibilidades de una vida feliz. Así que fuera cobardías y cagaleras. Además, si analizamos las cosas con serenidad, casi nada es para tanto.
En realidad, pese a ser imprevisibles todo, en la vida, forma parte de una crónica anunciada. Medita las enseñanzas orientales, tan útiles para nosotros, occidentales obsesionados con que nada cambie. Pues no: lo más permanente es lo impermanente. Entonces, ¿de qué nos sorprendemos? Nos falta esa atención presente que enseñan los maestros de novicios, en el Tibet, a los muchachos que acuden al monasterio: mantente atento y despierto y pocas cosas podrán sorprenderte. En cuanto a las indecisiones que provoca el temor a equivocarse, la cuestión es muy sencilla: considera las posibilidades reales y ponte manos a la obra. Si no decides, la oportunidad habrá pasado; y, si lo piensas demasiado, nunca moverás un dedo, porque siempre encontrarás motivos para la inacción.
Hoy, más que nunca, toca ser decidido, para que no sean otros los que resuelvan por ti. Cuando quieras algo, atrévete y... ¡a por ello! Seguro que lo logras. En el interior de cualquier ser humano, corre un manantial de sabiduría al que algunos llaman intuición y que pocas veces falla. Pero para tomarle adecuadamente el pulso a los asuntos, hay que dejar el miedo a un lado. Además, en el fondo, siempre sabemos cuando hemos hecho algo bien o mal. No hay forma de escapar a ello. Bueno si, una: el autoengaño. El mayor peligro. ¡Una verdadera trampa saducea! Si caes en ella, estás perdido: “así como una mujer o un hombre piensa, así se vuelve”.
Y una última reflexión: cultiva esa alegría que nace del compartir y de la cultura de la acogida y la hospitalidad. De esta forma, no habrá lugar en tu vida para lamentarse, ni para desesperarse. Al contrario: vivirás y lucharás por un ideal y una meta.
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