Sociedad
Cita con “el prelado rojo” del Opus
Está a punto de llegar a Valladolid «el prelado rojo» del Opus Dei, para pasar unos días de acercamiento y disfrute, dentro del ambicioso proyecto territorial que acaban de poner en marcha y que ojalá les salga bien, pese al riesgo que conlleva —así lo creo—, reagrupar media España en una delegación. ¡Ellos sabrán! Prefiero los chirimbolos chiquitos, más manejables. Pero este gacetillero no tiene vela en este bautizo. Así que a callar.
Conviene recordar que Monseñor Fernando Ocáriz nació en Paris, en el exilio franquista, probablemente «una tarde gris y con aguacero», como diría el poeta César Vallejo. Hijo de republicanos, dado a escuchar, tomar nota y hablar lo justo. Un hombre peculiar, con vocación progresista, como el Papa Francisco, así no le plazca aparentarlo y tampoco que se hable de él, convencido de que nada añade eso a su verdad.
Es un «prelado rojo», le guste o no le guste, y le va a resultar difícil quitarse el sambenito de encima, porque es de izquierdas, como lo es el Papa Francisco. Hay que decir lo que es como es, y no como interesa que sea; la noticia es esta, y los periodistas estamos para airear aquello que no se quiere que se sepa. Que la cabeza de un Movimiento Universal de Fieles, tan preparado e influyente como el Opus, priorice el trato personal con todo bicho viviente y quiera embridar su prelatura en torno a la amistad, la fidelidad y la unidad de vida, quiere decir que tiene el hocico pegado al terreno, como vivaz sabueso.
Fernando Ocáriz ha tenido, precisamente en estos días, el valor de decir en público a quienes han estado un tiempo en la Obra «y después han emprendido otros caminos”, que “si en algún momento se han sentido heridos, les pedimos perdón de todo corazón». Lo que no es cualquier cosa. Su insistencia, en que sin el valor humano de la fraternidad, no se puede ser un buen seguidor de Cristo, me parece el mensaje más preciado de este físico, sucesor de san Josemaría: «sin descuidar las tareas que tengamos entre manos, hemos de aprender a cuidar siempre a nuestros amigos, a compartir y acompañar en el sufrimiento», una reflexión de inestimable valor, ciertamente, que no estoy yo seguro de que siempre tenga el eco debido en su gente; en sus propias filas, quiero decir.
Porque en el Opus, como en toda organización, los hay aburguesados, instalados en un pasar, que no acaban de interiorizar según qué sentires y haceres. «La alegría y el amor, hacerse semejante el uno al otro, dan alas al alma». Insistir en estos y otros pensares parecidos en el Opus Dei, al que respeto y quiero, pese a no «militar» en esos quehaceres fundados por Escrivá, significa un chorro de aire fresco.
Es necesario que alguien con mando en plaza hable así. Que diga, por ejemplo, que «la amistad es una realidad humana de gran riqueza: una forma de amor recíproco entre dos personas, que se edifica sobre el mutuo conocimiento y la comunicación». Satisface escuchar hablar de la amistad como «un tipo de amor que se da en dos direcciones, desde el deseo del mayor bien para el otro». O que la verdadera amistad, la que arriesga y se rinde al otro, representa «un inestimable valor social».
Vivir la amistad con Cristo es, para Fernando Ocáriz, una forma de amor que supone el palpitar de la andanza cristiana y que se proyecta en los demás. ¿Acaso no fue el mismo Jesús de Nazaret, quien aprovechaba cualquier ocasión que se le cruzara, para hacer amigos? La verdad es que este patriarca, que pasará a la historia como «el prelado rojo», así no le guste ni un pelo, es un hombre majo. Me gusta el convencimiento con el que transmite la verdad y belleza del Evangelio; han tenido suerte, estos del Opus, por contar en el pelotón de mando con alguien poco dado a solemnidades, tan libre y compasivo.
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