Sociedad

¡A beber se ha dicho!

Rótulos como “medicinal”, “salud” e “insuperable” indicaban que aquel brebaje era más que agua

Un joven bebe agua de una fuente pública de Palencia
Un joven bebe agua de una fuente pública de PalenciaIcal

Botijo en mano, recordamos a nuestras abuelas refrescarse el gaznate en aquellas fastuosas jornadas estivales donde el tiempo se paraba en mitad de una solana y, junto con el aleteo del abanico, el líquido elemento era un factor indispensable. El agua manaba de las fuentes, de los pozos y, más adelante, de los grifos de aquellas primitivas cocinas en las que se preparaban los manjares más jugosos del lugar.

Y dentro de todo aquello aparecían también recipientes mágicos, llenos de marcas en su etiqueta y letras rimbombantes que referían estilo y delicadeza. Rótulos como “medicinal”, “salud” e “insuperable” indicaban que aquel brebaje era más que agua.

Hablamos de la maravillosa agua embotellada, hoy un producto cotidiano, que tiene una increíble historia remontándonos en nuestro país al siglo XVII, cuando médicos como Francisco Valles y Luis Mercado destacaron las propiedades medicinales de las aguas minerales.

Tuvo que llegar el siglo XIX para que el embotellado causara un auténtico furor, impulsado por el auge del termalismo, la falta de agua potable segura y los avances en la fabricación de botellas de vidrio. En un mundo cegado por el progreso industrial, aquellas botellas llegaron como una extensión de los balnearios, donde las aguas minerales, ricas en propiedades terapéuticas, eran recomendadas para tratar diversas dolencias. ¡Curaban absolutamente todo y eran el mejor tratamiento! Hay que decir también que enfermedades como el cólera eran un serio problema de salud.

El turismo termal estaba en pleno apogeo y la construcción de plantas envasadoras en manantiales de prestigio, junto con la mejora en los procesos de embotellado, creó la auténtica revolución del agua embotellada. Los primeros balnearios de prestigio en producir agua embotellada marcaron el inicio de esta industria en España. El Balneario de Carabaña (Madrid) fue el pionero, embotellando desde 1864 su agua bajo la marca La Favorita, distribuida inicialmente en majestuosas farmacias.

Ya en 1873, el Balneario de Lanjarón (Granada) comenzó a embotellar su agua mineral natural, extraída de Sierra Nevada. Le siguió el Balneario de Solán de Cabras (Cuenca) en 1886 y, en 1890, el Balneario de Caldes de Malavella (Gerona) lanzó Vichy Catalán, famosa por su gas natural y propiedades terapéuticas. La guinda del pastel la puso el Balneario de Mondariz (Pontevedra), que inició su producción en 1896. Todas ganaron prestigio internacional en exposiciones universales de finales del siglo XIX, recibiendo medallas por su calidad.

Después llegó el siglo XX y, con él, la automatización y la entrada de multinacionales como Danone, Nestlé y Coca-Cola, que consolidaron el agua embotellada como un bien de consumo masivo, desvinculándola de su origen medicinal. Marcas míticas de sobremesa como Font Vella, Bezoya, Cabreiroá, Veri, Castrovita, Fuente Liviana o Solares son signo indiscutible de tantas fotos de cumpleaños, bodas, bautizos y comuniones. Hoy en día, España es uno de los mayores consumidores de agua embotellada en Europa, con cerca de 3.000 millones de litros anuales.

Al fin y al cabo, el agua es el mejor líquido para la vida, el que sabe mejor y el que sienta mejor.

Así que: ¡Salud, vida y agua!