Sociedad
‘Berretes’, la pastelería con alma que endulzó Salamanca y luchó por la inclusión
El obrador inclusivo de Blanca Hernández se despide de Salamanca tras cuatro años de recetas, empatía y una lección de vida sobre la fragilidad de los sueños emprendedores
El obrador inclusivo Berretes, uno de los proyectos más singulares y queridos de Salamanca, echó el cierre este 11 de octubre. Cuatro años después de abrir sus puertas en la calle Doctor Gómez Ulla, la pastelería fundada por Blanca Hernández baja la trapa con la misma honestidad con la que nació: sin artificios, con el corazón por delante y una historia que ha dejado huella.
Lo que empezó como una pequeña “fábrica de oportunidades” se convirtió en un ejemplo de cómo la excelencia en la pastelería y la inclusión podían caminar juntas.
“Igual que nuestras madres nos decían ‘¡tienes berretes!’ cuando nos manchábamos la cara al comer, ese es el espíritu de este proyecto: disfrutar lo que haces, disfrutar lo que comes, y hacerlo con el corazón”, explicaba Blanca en la presentación del obrador. El nombre lo decía todo: una pastelería dispuesta a dejar marca.
Detrás del mostrador, en las vitrinas llenas de tartas y pasteles artesanos, había mucho más que dulces. Berretes fue un centro especial de empleo, un espacio donde personas con discapacidad encontraron una oportunidad laboral y personal en una ciudad que acogió el proyecto con cariño desde el primer día. Su creadora, Blanca Hernández, no venía del mundo de la repostería, sino de la ingeniería civil. Pero un giro vital y una vocación profunda por la inclusión la llevaron a cambiar los planos y el hormigón por el azúcar glas y las mangas pasteleras.
“Soy Blanca Hernández, una chica de 33 años que hace cuatro decidió dar un giro a su vida. Yo era ingeniera civil y empecé a trabajar en otras pastelerías. Vi que me gustaba muchísimo, que era algo que de verdad me encantaba”, explica a Ical. “Llevaba muchos años también de voluntaria en asociaciones y trabajando con personas con discapacidad, más bien en mi tiempo libre, porque tengo un hermano con síndrome de Down que es el que me ligó un poquito a la discapacidad. Gracias a él conocí ese mundo y estuve siempre ligada”.
De esa experiencia personal nació una convicción: que la inclusión laboral es la asignatura pendiente de la sociedad. “Hemos avanzado muchísimo en que las personas con discapacidad estén incluidas en la educación, en la sociedad o en el deporte, pero me parece que la siguiente lucha es la laboral. Es algo que todavía está como relegado en segundo plano. No nos planteamos ni siquiera que puedan trabajar, y si lo hacen es en un centro ocupacional, nada que sea realmente productivo. Mi meta ha sido, y va a seguir siendo siempre, cambiar esa mentalidad”.
Los primeros meses de Berretes fueron un torbellino. Blanca comenzó sola, con ilusión y con una idea muy clara: demostrar que un obrador artesanal podía ser también un espacio de transformación social. Lo que no esperaba era el éxito inmediato. “Recuerdo esa ilusión, esa inocencia… todavía no me había venido ninguna torta grande. Fueron los meses más felices de mi vida”, rememora.
El boca a boca hizo el resto. En pocas semanas, la demanda se disparó y la necesidad de formar equipo se volvió urgente. “Me acuerdo que llegaba a casa llorando y apoyándome en mi madre… fue una acogida que me abrumó por completo. Tuve que empezar a contratar a gente muy deprisa. Recuerdo esos días con muchísimo cariño, fueron los más felices de mi vida hasta que empezaron a llegar problemas y realidades”.
Por el obrador pasaron más de treinta personas. En los mejores momentos, el equipo llegó a tener siete trabajadores a la vez. En el último tramo, quedaban cinco, aunque dos estaban de baja por enfermedad. “Plantilla efectiva ahora mismo tres personas y yo”, precisa. Cada nombre contaba, cada historia tenía peso. Y para muchos de ellos, Berretes fue su primera oportunidad laboral real.
Blanca lo vio de cerca: “Hemos demostrado con Berretes que mejora la vida de las personas con discapacidad en todos los aspectos. Mejora su autoestima, su salud mental, su salud física. Cada persona tiene un propósito y eso es buenísimo para todos”.
El precio del sueño
El proyecto creció más rápido de lo que su fundadora podía imaginar, pero también más de lo que podía sostener. Mantener un obrador artesanal, con un equipo en formación constante y sin apoyos institucionales, se convirtió en una carga enorme. “La presión constante, la inestabilidad del personal y la dedicación absoluta han pasado factura a mi salud y a mi vida personal”, confiesa.
A lo largo de estos años, la fundadora de Berretes ha visto cómo la realidad de los pequeños empresarios se estrecha cada vez más.
“Nos hemos dado cuenta de que es algo común a todos los autónomos: estamos todos desquiciados porque no sabemos ya cómo hacer para seguir adelante, para que salgan las cuentas.
Echamos muchísimas horas que no se reconocen para nada, ni en el sueldo, por supuesto que tampoco, pero tampoco en lo humano. No nos merece la pena muchas veces el coste que tiene a nivel físico y mental nuestro sueño”.
Blanca no lo dice desde el victimismo, sino desde la experiencia de haberlo intentado todo. “Estamos en una vorágine los pequeños empresarios, en general creo que en España, en la que es muy complicado que alguien te diga: ‘A mí me queda un buen salario, tengo tiempo para mi familia y me cuido’. No le ha pasado a nadie que conozca.
Al revés: estos días hemos recibido muchísimos mensajes de emprendedores autónomos diciendo ‘madre mía lo que te entiendo, he estado a punto de tirar la toalla mil veces’”.
En su caso, además, el reto era doble. Ser empresa y ser inclusiva en un marco legal que no está preparado para ello. “El remate final ha sido que no está preparada la normativa ni la sociedad para la inclusión laboral real de momento. Eso me ha pasado por encima aún más que al resto”, reconoce.
Una legislación que no acompaña
Hernández no señala a la clientela ni a la sociedad salmantina, que -asegura- “se ha portado increíble”. Las dificultades, dice, están en otro lado: en un sistema que “sobreprotege” y acaba asfixiando. “Venimos de una legislación que se está quedando un poco obsoleta, que sobreprotege demasiado, hace una discriminación positiva de las personas con discapacidad. Eso al final se carga la estructura y el funcionamiento de la empresa. En vez de perder un trabajador, pierden todos, porque la empresa cierra”.
“Casi infantilizan un poco a las personas con discapacidad con los horarios, con todo. Necesitamos que las empresas que trabajan con personas con discapacidad también tengan posibilidad de ser viables, rentables y sostenibles a largo plazo. De momento, la legislación está tan centrada en esa protección extrema del trabajador que al final no gana uno, pierden todos”.
El final de una etapa y el principio de otra
Anunciar el cierre fue duro, pero no una sorpresa para el equipo. “Las chicas que estaban conmigo lo veían. Me veían llorar, desbordadísima. Han sido mis protectoras estas últimas semanas. Han trabajado más estos quince días últimos que incluso antes. Increíble cómo se han portado. Me han dado de vuelta el cariño que he intentado darles como jefa todos estos años”.
El último día de Berretes fue este sábado, 11 de octubre. En la pastelería, entre cajas de bombones y tartas que saben a despedida, se respira gratitud y cansancio. No hay rencor ni dramatismo. Solo una mezcla de orgullo y agotamiento. “Berretes ha muerto de éxito”, resumía Blanca en el comunicado que difundió en redes sociales. Y ese éxito, paradójicamente, ha sido su mayor carga.
Pese a todo, la emprendedora no se despide del todo. “Tengo una lista interminable de cosas que quiero seguir haciendo. Muchas tienen que ver con mi vocación de pastelera y también con la vocación de inclusión. Sí que va a estar relacionado todo, no sé de qué forma, pero después de que me tome un tiempo para descansar y que esta cabeza vuelva a funcionar como funciona la de los emprendedores, que va a 3.000 por hora incluso cuando duermes, ya veré cómo puedo volver a hacer lo que me apasiona”.
El miedo, admite, existe. “Le he cogido muchísimo miedo al tema de tener una empresa, al personal, a los gastos, a la incertidumbre. No sé de qué manera voy a poder vencer eso y volver a luchar por la discapacidad de otra forma, sin que pase por encima otra vez de mi vida personal y de mi salud. Tengo que mantener ese equilibrio frágil que a veces se rompe cuando tienes una empresa y muchos trabajadores”.
Un legado que no se borra
Cuando la persiana de Berretes se baje por última vez, quedará el aroma a bizcocho recién hecho, a vainilla y a sueños cumplidos a medias. Pero también quedará una enseñanza: que una pastelería puede ser algo más que un negocio, puede ser un lugar donde la inclusión se cuece a fuego lento y donde la ternura tiene forma de pastel.
En estos cuatro años, Berretes fue eso: una escuela improvisada, un punto de encuentro, un símbolo de esperanza. “Hemos sido un icono de inclusión y esperanza para muchas familias. Esto no es un adiós. Es un hasta pronto”, decía Blanca en su mensaje de despedida.
Esa frase resume el espíritu del proyecto. Berretes ha demostrado que el trabajo puede ser dulce, pero también duro; que la inclusión necesita más que buenas intenciones; y que detrás de cada negocio pequeño hay una historia de entrega, de cansancio y de amor.
Quizá, cuando en Salamanca alguien diga “¡tienes berretes!”, recuerde también que hubo una pastelería que convirtió esas manchas de dulce en una lección de humanidad.