Opinión
Juan Antonio González Iglesias
"Es difícil encontrar a alguien que sepa más de cultura grecolatina que él, que lleva años navegando por el pensamiento, y manifestaciones de la impronta helénica y la tradición humanística"
Acaban de concederle el Premio Castilla y León de las Letras y tengo un libro suyo reciente entre las manos, que me acompaña estos días, en medio de un mundo revuelto y sufriente: 'Nuevo en la ciudad nueva', es su título. Juan Antonio González Iglesias está a la cabeza de los mejores poetas del mundo hispano, por su excelsa inspiración y por su altura moral.
De él ha dicho Fermín Herrero, que es "dueño de una voz en extremo original y poderosa, única, de las más destacables, en el confuso panorama de la lírica actual,de entre siglos, en español". 'Nuevo en la ciudad nueva', comparte el sueño cumplido de ser nuevo. Lo hace en Nápoles, la ciudad nueva de los antiguos griegos, cuando parecería que el planeta se encamina al caos. Es difícil encontrar a alguien que sepa más de cultura grecolatina que González Iglesias, que lleva años navegando por el pensamiento, y manifestaciones de la impronta helénica y la tradición humanística.
Este poeta clásico, destacado catedrático de Filología Latina en la Universidad de Salamanca y autor, también, de obras imprescindibles como "Historia alternativa de la felicidad', un bellísimo y valioso ensayo, ha sabido rescatar lo mejor de quienes nos precedieron en el mundo. 'Nuevo en la ciudad nueva' lo forman 20 poemas, a modo de columnas que sostienen un templo griego para dar culto al frescor ágil de la gran belleza: "de algún modo, cada uno de nosotros/es todo. El que afirmó esta maravilla/usó un plural intraducible: Omnia./Todas las cosas, todas las personas,/eso es lo que somos."
A partir de esta totalidad, el poeta irá desplegando en su escritura, serena y sobria, la cultura europea, una y viva, los atributos de Dios y de sus más felices criaturas; abrirá su corazón para entender a los que piensan diferente y proclamará "la lentitud de los contemplativos, que se corresponde con los tiempos largos de los historiadores", como si el mundo, en su fragilidad, recobrara la esperanza de nuevo.
Nuestro poeta, se enfrenta al desgarro humano, desde la luz del amor que lo envuelve, en un ejercicio de sabiduría y de inteligencia que pocos escritores ofrecen en esta hora de España. Los versos de González Iglesias, desnudan la incógnita de lo humano con palabras certeras: "sé que no debo poner mi corazón/en nada transitorio, pero aquí/todo se muestra suavemente eterno./Sé que, para el amor, lo conocido/y el que conoce son la misma cosa".
De la mano de Virgilio, el poeta llega a aquellos parajes apacibles y risueños vergeles "que amenizan el Bosque de la dicha, la morada de bienandanza y paz", como quien espera su resurrección con su cuerpo y la vida futura: "entro en la iglesia de los pescadores,/cerca del puerto./Lo imprevisto cumple/lo meditado, y hace que la vida/se desenrede. Algo me descansa/de todo lo que acaba de quedarse/fuera".
Así es la poesía de Juan Antonio González Iglesias: hecha de gestos cotidianos, en los que se reflejan verdades eternas y devuelven la confianza, con palabras de sangre, cargadas de vida y más vida.