
Cultura
Kim Ae-ran destaca que cada vez es mayor la conexión que existe entre España y Corea
La escritora coreana pone de relieve la apertura y calidez del pueblo español durante su visita a Madrid y Salamanca

Una de las referentes de la literatura coreana, Kim Ae-ran ha visitado Madrid y Salamanca para trasladar sus obras a los españoles y dar a conocer mejor sus libros. Ae-ran Kim están conquistando espacio en el panorama literario español gracias a su estilo caracterizado por una notable sutileza y una profunda carga emotiva. En febrero, ha publicado Estela de condensación (Quaterni, 2025), una colección de ocho relatos breves que marca su tercera publicación traducida al español tras ¡Corre, papá, corre! (Godall edicions, 2018) y Afuera es verano (Godall edicions, 2023).
¿Qué supone para usted y sus compañeras esta iniciativa de acercar la Literatura Coreana a España?
Es mi tercera visita a España, y cada vez noto que el ambiente del evento es un poco diferente. Siento que algo se está “acumulando” entre los dos países. Después de todo, ninguna relación se construye “de una vez” o “en un solo intento”. Por eso, el tiempo que pasé en Madrid me resultó aún más especial. Fue un momento de verdadera conexión, de risas y de compartir sentimientos con los lectores españoles. Mientras recordaba los esfuerzos conjuntos de ambos países, también fue una oportunidad para confirmar una vez más la apertura y calidez del pueblo español.
La primera parte de la jornada ha sido en Madrid y ahora se trasladan a Salamanca, a una Universidad con mucho prestigio ¿Conoce la Universidad de Salamanca? ¿Qué supone presentar su obra en esta ciudad tan llena de cultura?
Hace tiempo visité la Universidad de Málaga y la Universidad de Barcelona, pero esta es mi primera vez en la Universidad de Salamanca. Tiene más de mil años, así que imagino que es una de las raíces del pensamiento español. Me dijeron que la universidad nos ofreció el mejor espacio posible para el evento. Al recordar la hospitalidad de la institución y las conversaciones con los estudiantes, pienso que me gustaría seguir haciendo buenas preguntas en el futuro. Y si más adelante tengo un momento libre, espero poder buscar la famosa rana en la puerta principal de la universidad.
Sus trabajos cada vez tienen más aceptación entre el público español, ¿qué le parece?
Durante mi visita me senté junto al lago del Parque del Retiro a escuchar a unos músicos callejeros interpretar piezas clásicas. Luego, ya en mi alojamiento, escuché varias veces la grabación. En ella no solo se escuchaban las melodías líricas y familiares, sino también las voces de los ciudadanos españoles llamando, conversando, el sonido del viento, los niños quejándose y riendo—todo ello sonaba de forma tenue pero constante. Las armonías matemáticas del violonchelo y el contrabajo, superpuestas con esos sonidos de la vida cotidiana, no me resultaron ni demasiado sagradas ni demasiado mundanas. No sé qué partes de mis novelas perciben los lectores españoles como melodía principal y cuáles como armonías de fondo, pero como ambas intenciones están presentes en mis obras, quizás algo en ellas les resulte familiar y a la vez extraño, como la música que escuché hoy.
Usted, en este cuento habla de la figura paterna, muy importante para la sociedad coreana y también para la española, pero que cada vez cuenta con menos protagonismo, ¿cree usted que es así o no?
Han pasado casi 20 años desde que se publicó Corre, papá en Corea, y en ese tiempo el panorama literario coreano ha cambiado mucho. En particular, ha habido un proceso de “reescribir” y “releer” la paternidad y la maternidad, la masculinidad y la feminidad. Por supuesto que hubo confusión y conflictos, pero pienso que fue más un proceso de reinterpretación que de negación o eliminación; más bien un apretón de manos y un abrazo más saludables.
Los autores siempre estáis creando, ¿cuál es su próximo proyecto, si se puede contar, claro?
A finales de mayo se publicará una nueva colección de relatos cortos en Corea. Mientras tanto, como siempre, seguiré trabajando tanto en cuentos como en una novela, atravesando las estaciones. Como en aquellos días en que, al levantar la cabeza del manuscrito, descubría que las flores habían caído o la nieve se había acumulado—perplejo, pero sin que nada cambie.
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