
Opinión
Navidad a la vuelta de la esquina
"Me fascina la idiocia, pero más me fascina aun cuando el conformismo aplasta y quema y deja morir de inanición los deseos de paz y amor que deben de prevalecer todo el año en cada uno de nosotros"

Ya huele a Navidad por todos lados que vayas. En los albores del invierno el turbulento año va llegando a su fin y empezamos a hacer valoraciones, a darnos cuenta de que la vida se nos va de las manos, pero como les pasa a muchos estudiantes justo la noche antes del examen uno no es consciente de que todo tiene un final hasta que ve las orejas al lobo.
La masa gris de mi cerebro me obliga a pensar que como máquina biológica que somos nuestra mente es forzada a rumiar en nimiedades como mecanismo de defensa para no darse cuenta constantemente de la levedad de la existencia.
Lo malo sucede cuando las tonterías copan veinticuatro horas y se nos va de las manos la sensatez y la comprensión hacia lo que nos rodea y es ahí cuando nace “el ovejismo ilustrado”, un bonito rebaño incapaz de pensar en que tiene que cambiar muchas cosas para ser realmente feliz se siente como lobo ganador sólo por el hecho de tener un móvil de más de mil euros y tomarse la copa más cara en una terraza de cualquier plaza mayor de España. ¡Olé!
Me fascina la idiocia, pero más me fascina aun cuando el conformismo aplasta y quema y deja morir de inanición los deseos de paz y amor que deben de prevalecer todo el año en cada uno de nosotros.
Porque sí, vivimos en comunidad, nos guste o no nos guste, y lo que yo haga repercute al vecino y viceversa; pero como todo vale y todo ofende no vayamos a exigir que el señor de arriba no haga más agujeros en la pared un domingo a las ocho de la mañana. ¡Pobre hombre! Y así multitud de señales a diario, no hay más que ponerse las gafitas de estar atento y poder vislumbrar que se ha conseguido una falta de humanidad muy preocupante entre todos nosotros.
Pero no hay que descuidar las formas, la limpieza visual, lo aséptico, la imagen perfecta. Faltaría más, todo lleno del oropel de la exageración, o gente que grita o gente que calla, no hay término medio en esta “nouvelle société” creada como un guante para que los extremos sean nuestra única forma de vernos. Vamos a juego con el cambio climático: Gente desértica y gente helada, todo ello retroiluminando sonrisas de póker con las dichosas pantallitas digitales. ¡Bravo!
Pero siempre que se da cuenta uno de la mezquindad, nacen la luz y la oportunidad frente a una crítica constructiva de poder cambiar y lograr de una vez por todas ser nosotros mismos, con esa gran humanidad con la que un niño nace y abraza una flor o al perrito de peluche, capacidades olvidadas como la ternura, una bella palabra a la que tenemos que dar mucha más importancia y volver a poner de moda como el valor de achuchar, abrazar y querer con los ojos; me encanta la perfecta sutileza de los besos con la mirada.
Todo ello es por lo que tenemos que luchar de verdad esta navidad y el resto del año, por el perdón, la amistad, la compresión y el considerar en valde los pequeños problemas de la vida porque todo, menos la gran verdad del final, es relativo.
Hay momentos para todo y ahora toca regalar tacto, cariño y madurez como sociedad, que el ruido de absurdeces no nos distraiga de lo realmente importante: somos increíbles y damos lo mejor de nosotros mismos en las peores situaciones, brillamos como galaxias cuando nos da la gana y superamos las diferencias por el interés común cuando nos vienen mal dadas.
La envidia sólo desgasta, el tener al otro en consideración y prestar ayuda nos hace eternos.
Vida, vida y siempre vida. Feliz diciembre.
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