Opinión

Un toro a las ocho

Dicen que Pamplona no es taurina, sino sanferminera. Como si se pudiera separar el alma del cuerpo. Politizar San Fermín es insultar su esencia: la de una ciudad que se olvida de todo y de todos para encontrarse consigo misma

PAMPLONA, 14/07/2025.- Varios mozos perseguidos de cerca por toros de la ganadería sevillana de Miura durante el octavo y último encierro de los Sanfermines este lunes. EFE/Villar López
Los Miura cumplen la tradición y ponen el broche a los encierros de los Sanfermines 2025Villar LópezAgencia EFE

Los pañuelicos rojos se desanudaron del cuello para alzarlos y cantar el Pobre de Mí. Ya no hay toros en los corrales y el vallado se ha desmontado. Los Sanfermines de 2025 han concluido y ya hay quien grita ¡Viva San Fermín 2026! Pamplona ha vuelto a ser Pamplona, donde el corazón late al ritmo de quien corre el encierro y el clamor de la plaza. Los Sanfermines -que van siempre en plural, como dice Savater, como las Navidades o las vacaciones u otras cosas buenas para que así parezca que duran más- han vuelto a ser la fiesta que recuerda al tiempo sin tiempo que es posible cuando no la manosean.

Y en medio de todo, el toro. Se ha querido politizar más que nunca: desde el spot publicitario del Ayuntamiento donde no se habla ni del encierro ni del toro, hasta el chupinazo o los cánticos recordando de quién es hijo el presidente del Gobierno. Dicen que Pamplona no es taurina, sino sanferminera. Como si se pudiera separar el alma del cuerpo. Politizar San Fermín es insultar su esencia: la de una ciudad que se olvida de todo y de todos para encontrarse consigo misma.

La liturgia del encierro, el rezo a cuerpo limpio, las mareas de corredores subiendo por Santo Domingo y enfilando Estafeta, la lidia por la tarde de los seis morlacos que han recorrido las calles de Pamplona, son las que justifican el alba y el bullicio. San Fermín sin toros es un brindis sin vino: escenografía para turistas. El pulso de una ciudad, durante ocho días, gira en torno al acto central que tiene lugar cada mañana a las ocho.

Yo entiendo que molesta lo que compromete y pone a la sociedad frente al miedo y no frente al buenismo del espejo. Podría haber conciertos, comida y bebida, comparsas y música; pero no habría San Fermín. Sería otra cosa, otra fiesta más. Más vacía y fácil. Incluso más triste. Porque el encierrillo previo, el cohete a las ocho en punto de la mañana, las carreras, la plaza abarrotada todos los días -dos veces, por la mañana y por la tarde, y pagando- son el alma de un pueblo, la memoria de un rito y el misterio de una fiesta que se hereda. Suprimirlo sería romper con la continuidad cultural que hace de Pamplona un lugar universal y plural y mancillar un patrimonio inmaterial que trasciende ideologías.

San Fermín es de esas fiestas que no deben nacer de un plan estratégico municipal ni de una encuesta porque directamente se producen. Estallan y ya. ¿Se debe abrir el debate, como quiere el Consistorio, de la imagen que proyecta la ciudad? El debate se abre cada mañana cuando cientos de personas, cada vez más, se juegan el tipo en nombre de algo que no entienden quienes solo corren tras foros y panfletos. Si hay quien va a Pamplona estos días y pretende omitir el eje central de la festividad, lo entiendo. Es difícil saber que se está en el límite entre la tradición, lo sagrado y el juego con la muerte. Pero si algo tiene esta ciudad es que no obliga, pero tampoco se disculpa, porque la alegría popular no necesita justificarse ante nadie.

Esta es la imagen de la ciudad: miles de personas de blanco y rojo, que dejan de lado sus intereses personales durante unos días, para fusionarse en una mezcla de ensueño, risas, comida, cantos, rezos, carreras y emoción. Y eso solo lo consigue el toro en San Fermín.