Cataluña
Juan Pablo Villalobos contra el fascismo espiritual
El escritor mexicano vuelve a dar vueltas, con humor, al concepto de identidad en «La invasión del pueblo del espíritu», una novela en que vuelve a demostrar su capacidad para absorber su entorno y encontrar todas sus espinas
El humor siempre es adverbial, o sea, o nos reímos de algo o de alguien o simplemente estamos locos. Juan Pablo Villalobos está harto de reírse de algo o de alguien, ¿por tanto está loco? Puede ser, no somos médicos, pero lo que intenta es reírse, sí, pero con algo y con alguien, no de ellos. «El humor se basa normalmente en jerarquías, en una distancia irónica en el que es fácil burlarse de tu contrario. Por tanto, el humor, el chiste, no deja de funcionar como un discurso del odio, por mucho que lo que te rías sea precisamente del discurso de odio de la extrema derecha, por ejemplo», comenta. ¿Está intentando reírse sin ofender a nadie o simplemente se ha cansado de hacernos reír? La respuesta a esta pregunta es «La invasión del pueblo del espíritu» (Anagrama), su última y paradójicamente divertidísima novela en que encuentra una enorme manera de no reírse de nadie, pero reírse con todo el mundo.
El peso de los padres
Esta necesidad de cambio ocurrió cuando fue invitado a una lectura de su anterior novela, «No voy a pedirle a nadie que me crea». Eligió un fragmento que él consideraba graciosísimo, una carta de una señora de esas con collares gordos, donde dejaba suelta todo su xenofobia y clasismo. Él creía que era evidente ver cómo la ironía estaba tergiversando su discurso descubriendo su lado más ridículo y estupido, pero lo que vio en la audiencia le dejó aterrorizado. Sí, algunos se reían, pero porque estaban de acuerdo con lo que decía aquella señora. «Para mí fue un shock y me hizo replantearme todo mi discurso poético. Esta novela es una respuesta a ese cambio», explica.
En una ciudad cualquiera, que podría ser Barcelona si no fuese evidente que es Barcelona, dos amigos se enfrentan a una enorme crisis existencial. El primero está a punto de perder su restaurante a causa de la gentrificación y el aumento de los alquileres. El segundo, tiene que encontrar la fortaleza para poder matar a su perro, al que han diagnosticado una enfermedad terminal. Este será el punto de arranque de una novela donde irán apareciendo el padre y el hijo de uno, las diferentes comunidades extranjeras, ¿extraterrestres?, sí, también, y toda una retahila de tramas y subtramas para dibujar hasta qué punto somos capaces de aceptar que no estamos solos en el mundo. «Escribo contra los discursos del odio y contra la nostalgia, o al menos con la idea de que todo tiempo pasado fue mejor porque ese es un discurso perfectamente instrumentalizable por la ultraderecha», dice el autor.
Lo que más le preocupa, dice, es lo que en el libro bautiza como fascismo espiritual. «Me aterra esa idea de que hay una identidad primera que define lo que es, o al menos lo que tiene que ser un pueblo. Es la base del discurso de la ultraderecha, reescribir la historia para encontrar una esencia primera de la que todo nace. Es un discurso tan excluyente que invalida a la mayoría de la población», comenta y esto no tiene ni pizca de gracia.
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